Raúl Zibechi
Periodista
GAURKOA

Comando Sur: hechos y discursos

La general Laura Richardson es la primera mujer al frente del Comando Sur, lo que equivale a dirigir todas las operaciones militares de Estados Unidos en América Latina. En su primer discurso, en la base militar de Miami, la nueva comandante dijo: «Libertad, democracia, leyes e igualdad de género. Estos son los pilares que compartimos con nuestros aliados» (https://bit.ly/3ocyaD9).

En el mismo discurso, la general Richardson aseguró que entre las «amenazas» que enfrenta su país figuran pandemias, organizaciones ilegales y el cambio climático. Es la segunda mujer en alcanzar el rango de general en Estados Unidos y la tercera en dirigir un mando de combate.

Por su parte, Mark Miller, jefe del Estado Mayor Conjunto y el militar de más alto rango de Estados Unidos, fue menos amable al destacar que «quien se oponga a nuestra seguridad, a nuestra prosperidad o la de nuestros aliados, tiene que enfrentarse al Comando Sur».

Me parece necesario preguntarse si este tipo de discursos que apelan a la igualdad de género o al cambio climático, tiene alguna relación con acciones concretas para resolver estas situaciones. Veamos ambas cuestiones.

Los informes disponibles aseguran que «las fuerzas militares de los Estados Unidos son uno de los mayores contaminantes de la historia, ya que consumen más combustibles líquidos y emiten más gases de efecto invernadero que la mayoría de los países de tamaño medio» (https://bit.ly/3EgwLRk). En concreto, contaminan más que 140 países del mundo y son «el consumidor institucional de hidrocarburos más grande del mundo».

El informe de “The Conversation”, publicado en 2019, señala que «no es ninguna casualidad que las emisiones ocasionadas por las fuerzas militares de los Estados Unidos se suelan pasar por alto en los estudios sobre el cambio climático», ya que resulta muy difícil obtener datos coherentes del Pentágono y los departamentos gubernamentales estadounidenses. El medio recuerda que «los Estados Unidos insistieron en que se los eximiera de notificar las emisiones militares en el Protocolo de Kyoto de 1997».

Los altos mandos envían un mensaje de «ecologizar» algunas operaciones, como la generación de electricidad renovable en las bases, pero en modo alguno se menciona la posibilidad de reducir el tamaño de las fuerzas armadas o de cerrar algunas de 850 bases alrededor del mundo.

Las bases son fuentes de contaminación química, al punto que en 2014 el ex jefe del programa ambiental del Pentágono le dijo a “Newsweek” que su oficina tiene que lidiar con 39.000 áreas contaminadas distribuidas en 76.890 kilómetros cuadrados solo en los Estados Unidos (https://bit.ly/3G4DY7B).

Respecto a la mentada «igualdad de género», semanas antes de que asumiera la general Richardson, “France 24” informaba que «más del 55% de las mujeres militares en Estados Unidos fueron agredidas sexualmente durante su servicio» (https://bit.ly/3xIPVNg). O quizá más.

La coronel retirada de la Armada, Deborah Snyder, le dijo al medio francés que «el 80% de las mujeres militares han sido víctima de agresión sexual, lo que pasa es que muy pocas lo denuncian por las repercusiones que pueden sufrir». En efecto, menos de la mitad de las mujeres agredidas hacen la correspondiente denuncia. Según Lynn Rosenthal, directora de la Comisión de Revisión Independiente contra la Agresión Sexual Militar, «solo una pequeña fracción de los casos denunciados terminan con algún tipo de acción en la justicia militar».

Pero los problemas de las mujeres en las fuerzas armadas no se reducen a la violencia sexual. Cuando regresan a su país, luego de prestar servicio, muchas mujeres «prefieren esconder su experiencia militar en sus hojas de vida para que los potenciales empleadores no las relacionen con daños psicológicos como el trastorno de estrés postraumático y otros traumas mentales que las afecte en su búsqueda laboral», señala “France 24”.

Una cobertura de BBC Mundo, en el mismo período, destaca que «en la casi totalidad de los casos el riesgo de ser agredido sexualmente está correlacionado con la edad y el rango. Así, además de las mujeres, los miembros del servicio más jóvenes, los no casados y las minorías sexuales tienen un riesgo especialmente alto» (https://bbc.in/3rGVcEr).

La violencia militar no se termina en la puerta de los cuarteles. Ya en 1999 la cadena CBS informaba de «50.000 casos de esposas de militares maltratadas por sus maridos entre 1992 y 1996», asegurando que el número de casos de violencia doméstica y malos tratos en el seno del Ejército de Estados Unidos «multiplica por cinco la tasa global del país» (https://bit.ly/3Egym9R).

En síntesis, las fuerzas armadas de la superpotencia están entre los mayores contaminantes del planeta, pero emiten discursos contra el cambio climático; hablan de igualdad de género, siendo sus integrantes grandes acosadores de mujeres. La distancia entre el discurso y la realidad es tan evidente, que sobran los comentarios. Sin embargo, debemos preguntarnos por qué la institución más importante del país más poderoso del mundo, esgrime un discurso insostenible, contradictorio con la realidad y engañoso.

Encuentro razones internas que están afectando a una sociedad en decadencia. Las fuerzas armadas de Estados Unidos tienen un grave problema de reclutamiento, sobre todo, por problemas de salud de la población. Un informe de The Heritage Foundation de 2018, concluye que «el 71% de los jóvenes estadounidenses entre 17 y 24 años no son elegibles para servir en el ejército, es decir, 24 millones de los 34 millones de personas de ese grupo de edad», por la educación inadecuada, incompleta, por obesidad y otros problemas de salud o por tener antecedentes penales (https://herit.ag/3xIUpn4).

Mejorar la imagen parece ser uno de los objetivos de la institución castrense, tanto dentro como fuera de fronteras. Colocar una mujer que enarbola un discurso políticamente correcto en el escalón más alto, no puede tener la fuerza suficiente como para aventar una realidad cada vez más adversa.