Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Madeleine Collins»

La mujer que vivía entre Ginebra y París

Siempre que el desdoblamiento de personalidad ha sido tratado en el cine, cuando la doble vida conlleva el compartir simultáneamente dos familias es adjudicada al sexo masculino. “Madeleine Collins” (2021) presenta la originalidad de una protagonista femenina que mantiene dos hogares a la vez, y al contrario de las historias similares con hombres no se basa en la idea del engaño o de la infidelidad, sino en algo mucho más sutil. Esta mujer presenta un problema de identidad relacionado con un trastorno que arrastra desde su pasado, pero que en un sentido más amplío se identifica con la creciente esquizofrenia imperante en nuestra sociedad. Madeleine-Judith-Margot, bajo cualquiera de esos tres nombres, simboliza un modo de vida cada vez más inestable y desubicado. Por su profesión de traductora se ve obligada a viajar constantemente y a interpretar otros idiomas y otros problemas que le son ajenos. Pero lo mismo les sucede al resto de desarraigados personajes de su entorno, por más que intenten tener un sentimiento de pertenencia a un lugar concreto o a una clase social determinada. Ella no, ella puede ser burguesa en su casa de París y una madre corriente en la de Ginebra, sin perder su aparente control de la situación.

La Madeleine-Judith-Margot encarnada por Virignie Efira podría vivir eternamente en su propio mundo multipersonal, si no fuera por la presión externa que le obliga a mentir, en una serie de invenciones difíciles de mantener en pie frente a los demás. La actriz belga asume toda esa tensión psicológica con la misma solvencia con la que lo haría una Isabelle Huppert.

De ella depende la narrativa de suspense manejada por Antoine Barraud en su primera realización comercial, que resuelve con meritoria maestría, teniendo en cuenta su anterior trayectoría experimental. Para ello se acoge a las enseñanzas de Hitchcock, aunque su película recuerde más al cine de Ozon.