Isidro Esnaola
LA AGENDA DEL WORLD ECONOMIC FORUM

Davos justifica y diseña la entrada de capital en el medio ambiente

La emergencia climática se percibe como una de las cuestiones clave a corto y medio plazo. Así lo ha entendido también el capital internacional, que ya prioriza el medio ambiente como ámbito de negocio. Para lograr rentabilizar sus inversiones necesita que sean etiquetadas como verdes y lleven aval público a través de la cooperación público privada.

Por segundo año consecutivo World Economic Forum se ha celebrado sin reuniones presenciales en la ciudad suiza de Davos. Las intervenciones de los líderes políticos han dejado algún que otro titular, sin embargo, resulta más interesante repasar la ingente cantidad de materiales que el Foro ha recogido, especialmente aquellos que los organizadores incluyen en el apartado Davos Agenda 2022.

El contexto de la reunión lo pone, como suele ser habitual, el informe sobre riesgos globales que se presenta al inicio del foro. En él se recogen los resultados de una serie de entrevistas realizadas a líderes del mundo de la empresa, la universidad, el gobierno, de la sociedad civil, así como lo que denominan «líderes intelectuales». De las conclusiones de este año, el presidente del Foro, Berge Brende, destacó en su intervención el listado de riesgos para la década ordenados por su severidad. De mayor a menor así quedaba la relación: fallo de la acción climática, fenómenos climáticos extremos, pérdida de biodiversidad, erosión de la cohesión social, crisis de subsistencia, enfermedades infecciosas, daños al medioambiente humano, crisis de los recursos naturales, crisis de deuda y tensión geoeconómica.

En ese listado llama poderosamente la atención que la mayoría son riegos asociados directa o indirectamente con la emergencia climática y que además copan los primeros puestos. La crisis de deuda, la tensión geoeconómica y la erosión social son los tres únicos peligros con un marcado carácter sociopolítico. A juzgar por este resultado, la cuestión climática ocupa y preocupa a los líderes mundiales, algo que, por otra parte, no se intuye en las decisiones políticas.

Para hacer frente a estas contingencias, Berge Brende abogó por la cooperación global, reconociendo que es difícil llevarla a cabo en un contexto competitivo. Sin embargo, el Grupo de Acción Global del Foro considera que los esfuerzos cooperativos pueden prosperar incluso en un contexto competitivo. Bien, si ellos lo dicen. Empero, un tercio de los encuestados para el informe sienten que el mundo seguirá deslizándose por una trayectoria de fractura a corto plazo, con crecientes divergencias dentro de las sociedades y entre las economías. Esa sensación general de que las divisiones se están ampliando no refleja precisamente un clima cooperativo.

Pese a su optimismo, Berge Brende reconoció que la fractura geopolítica es anterior a la pandemia y una de sus manifestaciones más claras han sido las batallas comerciales entre las principales economías, que han lastrado «el crecimiento económico» y acrecentado «las presiones inflacionarias». En este sentido, señaló que «la creciente competencia para capturar las ganancias de las tecnologías de vanguardia, como la inteligencia artificial y las redes 5G, parece estar intensificándose», lo que puede llevar a un «desacoplamiento cada vez más fuerte».

Destacó algunos logros parciales y discutibles como signo de esa cooperación, como el comunicado conjunto de EEUU y China en Glasgow o la tasa impositiva mínima en el impuesto sobre sociedades firmada por 135 países, entre otros. Una lectura bastante parcial de unos acuerdos tan de mínimos que difícilmente alcanzarán a modificar sensiblemente la situación actual.

En cualquier caso, Berge Brende sugirió dos líneas de trabajo para revitalizar la cooperación: el desarrollo verde, resiliente e inclusivo y las alianzas público-privadas.

Desarrollo verde, resiliente e inclusivo. El documento de referencia fue redactado por Mari Elka Pangestu, directora gerente de Políticas de Desarrollo y Asociaciones del Grupo del Banco Mundial y Samir Saran, presidente de Observer Research Foundation (ORF).

El informe afirma que el mundo debe «invertir ahora para construir una economía verde, resiliente e inclusiva». La palabra clave en esta definición es invertir. No hacen falta otras normas, otra cultura, otros modelos de producción y consumo, ni otro tipo de relaciones, todo lo que se necesita son inversiones para que, según el mismo informe, el Desarrollo Verde, Resiliente e Inclusivo (GRID) «permita la reducción de la pobreza y la prosperidad compartida con una perspectiva de sostenibilidad a largo plazo».

Durante todo el documento, remarcan una y otra vez que el camino hacia el GRID requerirá inversiones urgentes a gran escala en todas las formas de capital (humano, físico, natural y social) para abordar las debilidades estructurales y promover el crecimiento. Señalan que «es necesario prestar especial atención al desarrollo del capital humano para reconstruir las habilidades y recuperar las pérdidas relacionadas con la pandemia, especialmente entre los grupos marginados». Dentro del capital humano, dan especial importancia a las mujeres, que «deben estar en el centro de la agenda de GRID como poderosas agentes de cambio». En este esquema no podían faltar la tecnología y la innovación: «Jugarán un papel esencial en la promoción del crecimiento bajo en carbono».

El documento señala que a los países desarrollados les resultó difícil asegurar la financiación necesaria para que los países en desarrollo implementaran la transición verde hacia un desarrollo sostenible y equitativo. Sin embargo, rápidamente encuentran la solución: «Puede haber un lado positivo. La economía mundial está inundada de ahorros excedentes estimados en alrededor de 3,9 billones de dólares que están generando rendimientos negativos o bajos y hay 46 billones de dólares de fondos de pensiones en busca de rendimientos razonables. La transición baja en carbono puede ofrecer una oportunidad para los inversores, especialmente a medida que los retornos de las inversiones verdes comienzan a superar las inversiones en opciones tecnológicas más convencionales».

Las alianzas público-privadas. El documento sobre este apartado es obra de una directora de Goldman Sachs & Co, Dina Powell McCormick, y de un profesor en Universidad Johns Hopkins, Vali R. Nasr.

Su tesis se puede resumir en que las asociaciones público-privadas pueden ayudar a encontrar formas nuevas e innovadoras de aprovechar las relaciones multilaterales. A su juicio, «existe una oportunidad para que el sector público proporcione el capital fundacional o las condiciones financieras necesarias para apoyar la innovación del sector privado». Es decir, consideran que en esa entente el sector público debe crear las condiciones para las inversiones privadas que, al parecer, son las que innovan. Es más, los autores afirman que «las asociaciones público-privadas han creado cambios donde las políticas por sí solas se habrían quedado cortas».

Para que estas alianzas fructifiquen, los autores del informe plantean una serie de recomendaciones. En primer lugar, proponen crear nuevos marcos internacionales para organizar asociaciones público-privadas en todo el mundo, que «podrían ayudar a coordinar políticas entre países», pero también «proporcionar al sector privado la claridad que necesita para perseguir agendas globales». El capital necesita cobertura del sector público para invertir.

En segundo lugar, apuntan que el esfuerzo requiere una financiación adecuada y proponen que el G-7 o el G-20 sirvan como «foros apropiados para identificar objetivos de financiación y crear fuentes de financiación y mecanismos para su distribución».

En tercer lugar, abogan por que «los gobiernos coordinen mejor las políticas y los objetivos de crecimiento inclusivo compartidos. Esto no solo proporcionará una hoja de ruta clara para las asociaciones público-privadas a nivel mundial, sino que también facilitará la coordinación regulatoria que es necesaria para que las grandes asociaciones público-privadas tengan éxito». Otra forma de decir que hace falta proteger las inversiones de cambios inesperados.

Todo se reduce a un problema de más inversiones. Las fuerzas representadas en el Foro de Davos tienen muy claro que los problemas actuales del mundo no son políticos sino esencialmente económicos y más específicamente, de inversión. El modo de frenar el cambio climático, y terminar con las desigualdades consiste, sobre todo, en lograr recursos e invertirlos apropiadamente.

Toda la documentación deja traslucir una obsesión por facilitar las inversiones privadas en cuestiones relacionadas con la emergencia climática, con una clara división de funciones: el sector público debe crear las condiciones y señalar la agenda y luego el capital privado ya se encargará de obtener beneficio.

Así, no ocultan que «los florecientes marcos regulatorios y de políticas “verdes” podrían servir como modelos útiles para el futuro». De este modo, han transformado la emergencia climática en una cuestión mucho más simple: hacen falta más inversiones. Y foros como el de Davos engrasan esta visión financiera del cambio climático.

No hay duda de que el capital internacional está jugando sus bazas para extender su esfera de negocio. Es en este contexto en el que hay que situar la propuesta de la Unión Europea de colocar como energía de transición, además del gas, a la energía nuclear. La lucha por las etiquetas verdes está en marcha.