Raimundo Fitero
DE REOJO

La bola

Al leer poemas cuánticos que parecen inspirados en el romanticismo tardío, añoro convulsamente aquellos mapamundis que eran una bola insertada en un soporte y que se podía hacer girar buscando Sri Lanka y después Togo, pasando la mano casualmente por encima de Ecuador donde está justamente en centro de la Tierra. Había una bola del mundo en cada aula, en cada casa y según la iconografía británica en cada club privado y despacho aristocrático, pero en esas instancias con tanto cuero y tantos cuadros de caballeros entorchados, servía, además, de botellero. Mi ginebra de reserva cabe en esta bola del mundo, junto a la cubitera de hielo pilé y el cardamomo para el gin-tonic.

Si pusiéramos ahora en una de esas bolas con banderitas señalando, no sé, las minas de litio, las reservas de tierras sucias, las macro granjas porcinas, las bases de los diversos imperios concurrentes, USA, Rusia, China, etcétera, etcétera, porque debe haber varios etcéteras que adornen nuestra bola de manera discreta, por no decir secreta. Las explotaciones ganaderas intensivas en la Amazonia brasileña son el auténtico desastre ecológico allí, más que los árboles talados para la industria de la construcción o del mueble. Todo ello sería un colorido carnaval de los imbéciles ágrafos.

Tengo un sueño delirante y me gustaría ver mi bola preñada de alfileres con todas las bases militares donde existen ojivas nucleares. De todas las marcas, la banderas, los imperios y las capacidades de destrucción para refirmarme en la idea cabal de que una vez usadas, el imperio que se quede con la hegemonía deberá empezar con piedras, o quizás el paso siguiente no sea una guerra bacteriológica, sino la de las propias bacterias puras, libres, construyendo una vida nueva, la única posible tras el apocalipsis de las mentes horadadas.