Amaia U. LASAGABASTER
EL ADIÓS DE ERIKA VÁZQUEZ

UNA FUTBOLISTA PARA LA HISTORIA, UN PRIVILEGIO COMPARTIDO

HACE DOCE DÍAS, ERIKA VÁZQUEZ PONÍA FIN A UNA CARRERA DE CASI CINCO LUSTROS. «UN PRIVILEGIO», ASEGURA, PERO REALMENTE LO HA SIDO PARA QUIENES HAN DISFRUTADO DE SU FÚTBOL. CALIDAD, INTELIGENCIA Y AUTOEXIGENCIA LE HAN CONVERTIDO EN UNO DE LOS GRANDES MITOS DEL ATHLETIC Y DEL FÚTBOL VASCO.

«Hoy se despide una privilegiada». Así comenzaba ayer el discurso de despedida de Erika Vázquez, que hace doce días ponía fin a su carrera disputando su 423º partido con la camiseta rojiblanca del Athletic.

El privilegio, realmente, es de los demás. De sus compañeras, de sus entrenadores, de los aficionados y sí, también de quienes hemos podido lustrar nuestras crónicas con su fútbol. Porque Erika Vázquez es uno de los grandes mitos del Athletic, donde ha acumulado récords de año en año, pero también una de las mejores jugadoras que ha dado el fútbol vasco.

Pero esa historia se acabó. O al menos ese capítulo. Hace doce días, Erika puso fin a una carrera que se ha prolongado durante casi cinco lustros. Arrancó cerca de casa, en Lagunak, cuando apenas tenía quince años. Tras seis temporadas en el histórico equipo navarro, fichó por un Athletic que acababa de ganar sus dos primeras Ligas y que con la delantera se embolsó tres más. Comenzaba un romance que, pese al «descanso» que dirían Rachel y Ross de un año en el Espanyol, ha durado hasta hoy. Y que no acabará nunca porque, como decía la propia Erika ayer, se despide «del balón y de la botas pero nunca lo haré del fútbol ni del Athletic, porque una no puede despedirse de las cosas que realmente le apasionan. Os llevaré siempre en el corazón».

No sabe todavía cuál será su próximo paso –«tengo ganas de seguir aprendiendo y buscar nuevos retos», explica–, pero sí que no podrá entenderse sin los que ha dado hasta ahora la niña que podía soñar pero difícilmente pensar que «llegaría a ser profesional, llenar estadios o jugar la Champions League» o la futbolista que llegó a «un club único y diferente, tanto en la filosofía como en los valores que transmite, que se han convertido en los míos». «Aquí he entendido –explicaba en su despedida oficial en Lezama– lo que es la pasión, la ilusión, el compañerismo y la alegría dentro de un campo de fútbol y la exigencia de pertenecer a un club campeón».

Todo lo que le hayan podido dar el Athletic y el fútbol a Erika se han visto correspondidos. Sus equipos la han disfrutado y sus rivales la han sufrido. Con calidad, inteligencia y, sobre todo, autoexigencia, era difícil que el resultado no fuera extraordinario. La navarra ha tenido, además, fortuna con las lesiones, algo en lo que posiblemente su disciplina también haya tenido que ver.

Por eso este verano, cuando eche en falta volver a Lezama y enfrente la melancolía ordenando recuerdos y distinciones, podrá sonreír sus dos décadas largas en la elite, sus tres títulos de Liga, sus cuatro finales de Copa –esa única espinita que le queda–, sus experiencias en Champions, Mundial y Eurocopa y, «más allá de los títulos o las victorias, con las personas, los momentos y el camino recorrido». También con los récords, los 423 partidos que ha disputado con la camiseta rojiblanca, las 17 temporadas con el Athletic, los 264 goles que en el club vizcaino solo ha superado Telmo Zarra.

Así comenzó y acaba su carrera. Marcó en su primer partido de Liga con el Athletic –precisamente ante Lagunak– y como aunque con el paso de los años ha ido retrasando su posición para repartir juego además de goles, también lo hizo en el último, el pasado 15 de mayo ante el Sevilla. «Me emocioné mucho», reconoce la futbolista, que se marcha «como quería, despidiéndome en el campo, en la elite, aquí en mi casa y querida por mis compañeras y mi afición».

Se marcha, igualmente, «satisfecha. Por todo lo que me he esforzado, por haber dado siempre mi cien por cien en todo momento, dejándome la piel siempre que el cuerpo técnico ha necesitado mi ayuda sobre el terreno de juego y porque creo que digo adiós con los deberes hechos».

También agradecida, «aunque las palabras no son suficientes para corresponder todo lo que habéis hecho por mí», a sus primeros entrenadores –«Tino, Popi, Iñi»– a todas las personas con las que ha coincidido en Lagunak y Espanyol, «a la familia zuri-gorri, todas esas personas que hicieron y hacen más grande a este club», a familia y amigos «en especial a mis padres y mi abuela por quererme como lo hacéis y sobre todo por escucharme, aconsejarme y apoyarme», a la afición que ha «sido el motor que me ha mantenido activa e ilusionada cada día», a todas sus compañeras, a las pioneras y, por supuesto, «a mi equipo. No me voy a olvidar de ninguno de los momentos que hemos vivido ni de la sensación de creer que juntas éramos invencibles. Un pedacito de mí se queda con vosotras».