EDITORIALA

Para pensar y actuar bien, con sentido y rigor, hay que sudar un poco

La ola de calor de estos días tiene una relación directa con la emergencia climática. A estas alturas, esto es un hecho. Aun así, debido a que los fundamentos de la crisis medioambiental son estudios científicos, a que la actividad científica tiene el rigor y la prudencia como valores centrales -entre otros-, a que el reduccionismo y las simplificaciones son problemáticos para el conocimiento, algunas sentencias que ligan sucesos de la actualidad con el cambio climático en términos causales directos resultan demasiado rotundas. O al menos así se han percibido durante mucho tiempo.

Sin embargo, esa cautela puede resultar contraproducente a día de hoy. Según defienden los prestigiosos científicos del clima Ben Clarke, de la Universidad de Oxford, y Fiederike Otto, del Imperial College de Londres, las evidencias sobre la relación entre el cambio climático y estas olas de calor son inapelables. Su estudio no deja lugar a la duda: «Toda ola de calor es ahora más fuerte y probable debido al cambio climático provocado por la actividad humana. No hay que ser demasiado cautos. Las olas de calor están relacionadas de forma unilateral e inequívoca con el cambio climático».

En 2022, es importante que no se perciba la crisis climática como un escenario de futuro. Tampoco se puede entender como una cuestión que obsesiona solo a los científicos -por deformación profesional-, y a la juventud -porque les preocupa más su futuro-. La realidad es que la emergencia climática está aquí y tiene afecciones directas sobre las personas y las comunidades, con efectos devastadores sobre el medio ambiente y la biodiversidad. Los incendios que asuelan Nafarroa no son sino una pequeña muestra.

El esfuerzo de pensar, entender y actuar

En clave de estrategia, está demostrado que ciertas formas de catastrofismo resultan desmovilizadoras. Los poderes y los negacionistas han jugado esta baza en más de una ocasión. Si se instala el fatalismo, si no se puede hacer nada para cambiar las cosas, es difícil que la gente no caiga en el cinismo y se desvincule de las luchas necesarias para la supervivencia del planeta y sus especies, incluida la humana.

No obstante, eso no debería restarle gravedad a la situación ni desvirtuar las evidencias que existen sobre la relación entre diversos fenómenos atmosféricos y la emergencia climática. Claro que es complicado sostener el débil equilibrio entre ser rigurosos y mantener la confianza en que la emergencia climática es efecto de la actividad humana y depende de ella parar ese daño y, en cierta medida, revertir o gestionar la crisis que ha provocado.

A su vez, constatar esas evidencias no debería suponer que se simplifiquen las causas de lo que está pasando. Mucho menos las soluciones, que son realmente complicadas e implican cambios estructurales y materiales profundos, políticas coordinadas y eficaces, y un debate social serio. La explicación causal directa y exclusiva de un fenómeno resulta tranquilizadora en primera instancia, porque expone realidades complejas de manera sencilla. Pero esa sensación es falsa y no aporta al entendimiento del mundo y, por lo tanto, a las opciones de cambiar la realidad. Pensar bien, no lo «correcto» ni todas las personas lo mismo, sino de manera estructurada y contrastada, formada, abierta al debate y enfocada a la acción social, es necesario para construir alternativas políticas a este sistema criminal. En cualquiera de sus facetas, estructuras o esencias. Todo ello exige un esfuerzo y un compromiso, que estén acompañados de un espíritu crítico, de la sana desconfianza en los dogmas, de una voluntad de cooperar y de un enfoque práctico. Si no, se corre el riesgo de ir cambiando de dioses mientras el sol y el sistema aprietan cada vez más, sin entender por qué ni cómo cambiarlo. No es fácil, y nunca es bueno engañarse.