Carlos GIL ZAMORA
Analista cultural

Apremios

Entre las malas costumbres administrativas más redundantes, la mala calificación de los tiempos en las acciones culturales se convierte en una norma que instaura la urgencia como un pecado. No existe apremio social y, en demasiadas ocasiones, ni profesional, que es lo más lamentable, por lo que se suceden las indecisiones y los atrasos voluntarios o con un argumentario de excusas cercano a lo folklórico, de tal manera que es tarea imposible tener una perspectiva que ayude a jerarquizar las pérdidas de eficacia en las decisiones aplazadas debido a la cantidad ingente de asuntos aparcados de los objetivos legislativos hace décadas. Aunque, si decidimos establecer una lista, lo que resaltaría de manera más contundente es todo aquello que ni siquiera ha entrado en los planes de estudio, de información o, cuando menos, de debate, es tan larga que forma parte de lo que es la realidad en claroscuro. Los actos administrativos funcionan a golpe de impulso en contra de algo en una de sus fases, y por otro lado se fundamenta en el conformismo aterrador, el de mantener el estatus quo a base de legislaciones menores que vayan contentando a todos de una manera lineal. Una suerte de silencio de la mediocridad, del que vaya pasando el tiempo sin que nadie altere lo establecido, aunque todo haya ido cambiando alrededor de la propia esencia de la cultura y, sobre todo, de las artes escénicas, en el modo de su uso y disfrute y de sus maneras de expresarse ahora.