Antxon LAFONT MENDIZABAL
Peatón
GAURKOA

Insubordinación

La complejidad de gestión del entorno actual agrava las discrepancias entre Sociedad Civil y Sociedad Política. A vista de Peatón, la del derecho natural preeminente al derecho escrito, al derecho político y al derecho consuetudinario, nuestra sociedad ha optado por un modelo de organización elaborado por el Estado bajo control de la Sociedad Política.

Se plantea, como en toda organización, el dilema de autoridad y de ley de convivencia «quien quiere rey, quiere ley» (rey en el sentido otorgado antiguamente a la autoridad).

Ya en el S XVI Jean Bodin precisaba que soberanía no debe confundirse con propiedad, y que el Estado, que no es propiedad del monarca, es la organización por la que «el monarca» es el defensor de los derechos de sus sujetos y de todas las libertades individuales y colectivas.

La Sociedad Civil es el Pueblo, palabra por algunos estigmatizada tratándose para ellos de un colectivo que hay que controlar por su tendencia al desorden y a la anarquía generadora de desmadres, como afirman algunos letrados. Ese Pueblo expresa sus deseos si no es inerte y subcontrata su gestión a la Sociedad Política bajo control del subcontratante. Dichos controles pueden adoptar formas conocidas a precisar tales como el referéndum repudiado por la Sociedad Política. Un alto funcionario informa en medios de comunicación que donde se ha celebrado referéndum de independencia el derecho a decidir es un «eufemismo por el que ha llegado la quiebra social». Las consultas referendarias sobre la independencia en Francia y en Escocia ¿han conocido por ello quiebras sociales? Se constata que está todavía vigente el riesgo tardofranquista para algunos políticos frente a cualquier consulta directa.

Las discrepancias y antagonismos entre Sociedad Civil y Sociedad Política está más servida que nunca en platos de odio y de mentira. La sabiduría popular nos incita a desconfiar de mentirosos cuando a veces dicen la verdad, en cuanto al odio pocos remedios lo pueden corregir en Estados en los que se trata de una enfermedad genética. Así lo confirmaron Churchill, corresponsal en la Guerra de Cuba, y Hemingway, testigo de una guerra resultado de un golpe de Estado en 1936. En un Estado generador de tres golpes de Estado militares, con fondo monárquico, en un siglo, el XX, exterminando la cultura europea entre las más brillantes del siglo, la cultura del 27, ¿cuántas generaciones serán necesarias para borrar infracciones graves a la dignidad política?

Culturalmente poco ha cambiado. Se sabe que cambiar de timonel es más fácil que cambiar de rumbo.

Asqueados por nuestros subcontratados cometemos el desacierto de abandonarlos no solo la gestión de nuestro deseos, sino también su gestación. Quedan para algunos la desamparada y estéril satisfacción de protesta, de indignación, de lamento. La democracia supone una amplia participación del Peatón en la vida pública.

La democracia sería una simple entelequia concebida por la Sociedad Civil como por la Sociedad Política empecinadas en apropiarse de la quimera en la que la materialidad representa al PODER estimulado por el lenguaje en la expresión, sin matices de errores de análisis. Si cerramos la puerta a todos los errores, la verdad corre el riesgo de quedarse fuera del contexto.

Aristoteles citaba el valor de la función poética añadida a la política por medio del lenguaje. Por no citar más de un ejemplo, es destacable la relación política-poética entre el poeta bengalí Tagore, abstracto, y el político filósofo-poético Gandhi, movilizador de masas, cada uno de ellos entregado al otro. El desajuste entre abstracción y acción no es forzosamente signo de debilidad.

La judicialización invasora en nuestras vidas nos cuestiona. «Si abandonamos nuestra conciencia al legislador, ¿de qué sirve tener una conciencia?». Debemos ser personas antes de ser sujetos, decía Thoreau, padre de la desobediencia civil y afirmaba que «no podemos privarnos de la conciencia individual frente a políticas mayoritarias que quieren definir lo que está bien y lo que está mal».

Las tasas elevadas de abstención expresan las discrepancias entre Sociedad Civil y Sociedad Política. La abstención comienza por la censura del político, pero las tasas actuales marcan la indiferencia e incluso el desprecio a la labor política.

La Sociedad Civil debe acarrear su dosis de responsabilidad cuando prefiere «que la cosa se arregle» haciendo creer que la resistencia a lo político acarrearía males peores al mal actual.

Es así como la Historia rinde honores al mismo personaje denominado libertador si estima que ha ganado, pero terrorista si piensa que ha perdido.

Solo queda al Peatón la desobediencia civil o cívica. La desobediencia civil no es ruptura, se limita a ser llamada de atención. El problema que se plantea es el de su legitimidad y el de su forma de expresión. La legitimidad ha sido reconocida por pensadores de la notoriedad de John Rawls, Hannah Arendt, Jurgen Habermas. En cuanto a su forma, los defensores del procedimiento abogan por la no violencia, pero, como en todo litigio, no se puede aceptar cualquier forma de oposición. Un mensajero de la Paz, Gandhi, afirmaba, «entre violencia y no violencia escojo la no violencia, pero entre vileza y violencia opto por la violencia».

Los antagonismos entre lo civil y lo político son de toda época: Putin en Ucrania y Fernando el Católico por medio del Duque de Alba en Navarra ocupada desde el siglo XVI.

Por amenazas no consumadas la Bomba Nuclear, gracias a la que, por ahora, no hay conflictos bélicos mundiales, ¿merecería el Premio Nobel de la Paz?