Antxon LAFONT
Peatón
GAURKOA

Debate o servilismo

Cuando hayamos conseguido liberarnos de las cadenas de opositofobia y convencidos de la diferencia entre adversarios y enemigos, estaremos preparados para abordar debates clarificadores. Los grandes intelectuales atraviesan alegremente calendarios sucesivos. Cuando Max Webber afirma que «la práctica de la política es el gusto del futuro» que poca perspicacia tuvo de su futuro, nuestro hoy.

La evolución rápida e imprevisible de los factores que componen nuestra sociedad nos interpela haciéndonos esbozar la doble pregunta. ¿Los partidos políticos tal y como funcionan hoy son la solución más adecuada de gestión de los deseos civiles? ¿Qué otra forma de administración de los deseos expresados por la sociedad civil sería mejor aceptada por el peatón?

Obviando los regímenes políticos vividos hasta finales del denominado Antiguo Régimen, el de los poderes reservados a los aristócratas y a la monarquía, los primeros partidos políticos surgen en Gran Bretaña de la rivalidad entre los nuevos protagonistas, la burguesía y el proletariado, efectos de la Revolución Industrial de la segunda mitad del siglo XVIII. Antes los políticos se expresaban en clubs y asociaciones. Los primeros partidos del Parlamento britanico fueron el partido liberal (Whigs, cuatreros) de la burguesía pudiente y el partido conservador (Tories, realistas) defensores del poder tradicional. El poder sindical tuvo que compensar el desequilibrio entre capital y trabajo.

El sufragio universal «total» acrecentó la importancia de los partidos. Hoy la palabra «poder» rige entre partidos de ideologías diferentes, en apariencia, cuyo objetivo esencial es ganar las elecciones que les procuren poder. Facilitamos ese objetivo dando más importancia a nuestra interpelación sobre el programa que a la interrogación sobre el cómo.

La indeterminación de objetivos en el «mundo democrático» ha generalizado discrepancias y antagonismos entre partidos políticos y sociedad civil que nos plantearán una asepsia profunda en la organización de nuestra colectividad, cada vez más suma de individuos, uno a uno, que pluralidad colectiva.

Desde que el ser humano se ha confiado en la gestión política, un criterio único ha dominado su percepción: «sí, pero estamos en paz», que convendría completarlo por un «¿pero es el caso para todos, y a qué precio?». Las decisiones políticas sólo contemplan el corto plazo, el del intervalo entre dos elecciones.

Actualmente brillan por su ausencia de tratamiento político, por lo menos una noción y un concepto. La noción es la esencial entronización, desde la escuela, de la cultura del debate fructífera como ejercicio mental y descubridora de ramificaciones que surgen en su desarrollo. La ausencia tardofranquista del debate encaja con la manera de opinar de parte de la clase política. «Sé bella y cállate». Cada individuo tiene la posibilidad de estimular el debate en su entorno personal; conocía una criatura que, a sus cinco años, cuando le explicaban un hecho, rompía un corto momento de silencio preguntando, «¿y si no fuera así?». Honor a sus educadores.

El concepto, corresponde a una situación candente por abandono e imprevisión de un futuro que estaba ya anunciado pero que una vez más… estamos en el punto en el que nos vemos obligados a tomar una decisión necesaria que sea la respuesta a la pregunta ineludible, ¿qué preferimos, reactores nucleares amenazantes que nos garanticen energía o aprender a privarnos de despilfarros?

Las bombas atómicas nos impresionan, pero, ¿somos conscientes de que cualquier reactor de central nuclear produce en caso de accidente, voluntario o involuntario, el mismo efecto que una bomba atómica? Han intentado desinformarnos sobre el efecto de los accidentes de las centrales de Fukushima en 2011 y Chernobyl en 1986 cuyo efecto correspondió a 400 veces el de cada una de las bombas atómicas lanzadas en Japón por los Estados Unidos, único país que corre con la responsabilidad histórica inapelable de haber utilizado el poder exterminador de la bomba atómica contra dos aglomeraciones pobladas por miles de habitantes civiles. Dicho sea de paso, ¿qué pensar de Japón, país que a pesar de su aterradora experiencia opta hoy por centrales nucleares?

Esta noción y este concepto deben ser planteados y tratados por peatones que se avergüencen de abstenciones superiores al 30%.

Hoy para la sociedad democrática la manera de resolver problemas de gestión cívica se reduce progresivamente a la lectura sacrosanta de encuestas traducidas en estadísticas (¿transparentes?).

Nos tenemos que plantear seriamente la obligación de votar ya existente en países de historia democrática, como Bélgica en el que el voto es obligatorio desde el siglo XIX y por consiguiente votar no es solo un derecho, sino un deber; solo así legitimaremos nuestra observación «obedezco, pero no cumplo» cuando la sociedad política no cumpla el pacto fundador.

Y la inercia sigue como rutina de gran parte de la sociedad civil mientras que «a los bosques que nos precedían les siguen los desiertos».

Es difícil soportar el dolor de familias que han perdido seres queridos como lo es aceptar que se elimine a sus autores en vida. El odio no repara.

Los poetas saben intuir el futuro y hablar a los oídos sordos: «Levantaos ya, tormentas deseadas».