Floren AOIZ
@elomendia
JOPUNTUA

¡Bendito empresariado que derrama riqueza sobre nuestras cabezas!

Todo sistema socio-político sustentado en la dominación de una minoría sobre el resto de la población genera un relato autojustificador. En esas narrativas las élites suelen presentarse a sí mismas como benefactoras de una sociedad incapaz de gobernarse y generar bienestar por sí misma. La idea matriz es que la reproducción de la vida solo puede ocurrir en condiciones de liderazgo de un grupito. Los discursos de legitimación varían, claro está: la voluntad divina, el linaje, características raciales y, con el patriarcado, el género, como sabemos. En el capitalismo, el empresario es el creador de riqueza, que se distribuye de arriba a abajo por medio de lo que llaman derrame. Joseph Stiglitz, que no es precisamente un economista bolchevique, resumió así el dogma neoliberal: «la eficiencia del sistema económico requiere incrementar la riqueza de los de arriba (las élites financieras y empresariales, así como las profesionales a su servicio), a fin de que tal riqueza vaya extendiéndose a los de abajo, que son todos los demás».

Recientemente, dos polémicas públicas, una en Nafarroa y otra en el Estado español, han servido para ilustrar la vitalidad de ese dogma, pese a la evidencia en sentido contrario. Por un lado, la defensa de Roig, máximo accionista de Mercadona y, por el otro, la apología del empresario navarro Félix Huarte, entre otros «méritos» constructor del Valle de los Caídos y Medalla de Oro de Navarra. En ambos casos, las críticas han sido respondidas con alabanzas, algunas de ellas realmente patéticas. El propio Roig ha sido muy claro en su mensaje: el empresariado crea riqueza y quienes gobiernan la gestionan. En realidad, hablamos de obtener beneficios millonarios del trabajo ajeno gracias a la infraestructura, la educación y los servicios públicos, pero estos «pobres magnates» como los denominó Frank Thomas, esperan nuestras bendiciones.