EDITORIALA
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Cerrar un relato exige primero saber la verdad

De la mano de la BBC se ha conocido la existencia de un grupo del Ejército británico cuyo cometido consistía en eliminar físicamente a miembros del movimiento republicano, lo que le llevó a acabar de forma ilegal, brutal y arbitraria con la vida de decenas de personas, tanto militantes del Ejército Republicano Irlandés como civiles desarmados. Curiosamente -decir casualmente sería mucho decir- la difusión de esta noticia coincide en el tiempo con la sugerencia del fiscal general del Norte de Irlanda de cerrar los casos pendientes de investigación fechados antes del Acuerdo de Viernes Santo, lo que se interpreta como un intento de dar carpetazo a determinadas responsabilidades políticas.

La confesión de algunos soldados que integraron esa fantasmagórica Fuerza de Reacción Militar constituye una nueva prueba de la implicación directa de Londres en la violencia que asoló durante décadas los seis condados. Frente a los intentos de aparentar una cierta labor de mediación entre dos bandos enfrentados, asoma cada vez con mayor nitidez una realidad conocida por toda la sociedad norirlandesa pero que el relato oficial siempre se ha negado a admitir: que soldados, policías y mercenarios protagonizaron algunos de los actos más terribles de los Troubles. Han pasado quince años desde aquel histórico acuerdo que desembocó en el fin del enfrentamiento armado, y aun hoy la verdad pugna por salir a cuentagotas y no sin obstáculos.

En este sentido, la experiencia irlandesa invita a actuar con cautela en Euskal Herria, donde algunos se empecinan en mirar al pasado cuando ni siquiera puede hablarse de paz y las heridas siguen abiertas. También aquí hay quien se niega a asumir su responsabilidad en la violencia ejercida, y probablemente hará falta tiempo para que salga a la luz el papel jugado por algunos actores. Mientras no se conozca toda la verdad, intentar cerrar un «relato» solo postergará la solución y complicará la posibilidad de un futuro compartido.