Raúl Zibechi
Periodista uruguayo
GAURKOA

Deslegitimación del sistema representativo

El alto nivel de abstencionismo registrado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile «No es inercia ni despolitización ni desinterés, sino todo lo contrario». Es lo que defiende el autor, recogiendo diversos análisis que defienden un cambio de los movimientos de masas de la era Allende a una nueva forma de hacer política basada en el poder de la asamblea.

Las elecciones presidenciales en Chile, cuya primera vuelta se realizó el 17 de noviembre, enseñan que la lucha social no cabe en las urnas. O, si se prefiere, muestran las dificultades para transferir a la esfera institucional el combate antisistémico. Si nos atenemos estrictamente a los resultados, lo más destacable es que la mitad de los chilenos habilitados no fueron a votar. Solo sufragó el 48%. Entre los que acudieron a las urnas, el 45,5% votaron por la progresista Michelle Bachelet, mientras la derecha tradicional representada por Evelyn Matthei obtuvo un 24,9%. Ambas disputarán la segunda vuelta el 15 de diciembre. Bien mirado, Bachelet fue votada apenas por el 22% de los habilitados y llegará a presidencia con alrededor del 25% ya que la abstención será mayor en el balotaje.

La izquierda anticapitalista representada por Roxana Miranda, candidata del Partido Igualdad, obtuvo el 1,3%. Fue la única candidata vinculada a lucha social, la única que pertenece a un movimiento de base, la Asociación de Deudores Habitacionales, mientras el partido que la postula mantiene estrechas relaciones con el Movimiento de Pobladores en Lucha, que recoge la tradición de resistencia de los pobladores y pobladoras de las periferias urbanas.

La Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), que agrupa a jóvenes de alrededor de cien liceos y viene protagonizando las principales movilizaciones desde 2011, llamó a no votar y ocupó durante varias horas el comando electoral del partido Nueva Mayoría (ex Concertación) de Bachelet. La portavoz de la ACES, Eloísa González, dijo que se trata «de una señal clara hacia Bachelet, para que sepa que no va a estar tranquila, porque va a haber movilizaciones estudiantiles». Y agregó que «la actual institucionalidad no dará solución a los problemas que aquejan a nuestro pueblo».

La portavoz de ACES denunció que Nueva Mayoría, que con otro nombre gobernó Chile durante dos décadas, desde 1990 hasta 2010, «ha tomado nuestras demandas llevándolas a un programa que sabemos que no cumplirá, deformándolas y convirtiéndolas en propuestas para la clase empresarial y alejándolas de su origen: el movimiento social». Los estudiantes le reprochan a Bachelet que durante sus cuatro años de gobierno (de 2006 a 2010) no hizo la reforma educativa y mantuvo el sistema heredado del régimen de Pinochet que convirtió la educación en mercancía. Eloísa dijo además que los militantes de la coordinadora estudiantil «trabajaremos incansablemente por la articulación transversal de las luchas de hoy y las del mañana».

Es cierto que cuatro dirigentes estudiantiles universitarios fueron elegidos al Parlamento, entre ellos la comunista Camila Vallejo, cuyo partido estableció alianza con la candidatura de Bachelet. Pero algunos de esos dirigentes, como la propia Vallejo, ya no cuentan con el masivo apoyo que una vez tuvieron en sus ámbitos de estudio. En Chile sucedió algo similar a otros países de la región: luego de una dictadura seguida por una democracia que implementó sus mismas políticas, amplios sectores de la población tomaron la iniciativa, se vienen movilizando y ya no se sienten clientela de los partidos.

Un interesante análisis de los cambios que vive Chile lo realiza Gabriel Salazar, ex militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Premio Nacional de Historia por sus trabajos sobre las luchas de los sectores populares y uno de los intelectuales más destacados y comprometidos del país. En una reciente entrevista con Radio Bio Bio de Concepción, comparó los «movimientos de masas» en los que participó en la década de 1970 con los actuales movimientos sociales: «Los jóvenes, en particular los adolescentes secundarios, tienen una visión mucho más clara de que pueden participar y pueden influir; como nunca antes en nuestra historia son conscientes que son protagonistas de la historia actual».

Salazar enfatizó en el contraste entre los movimientos de su tiempo y los actuales, porque «los movimientos de masas de masas no piensan, no dialogan, no deliberan, no tienen asambleas, simplemente están en la calle haciendo lo que les piden, desfilan, marchan, escuchan las instrucciones del líder, pelean con los Carabineros si llega el caso, pero no piensan ni deliberan, es pura masa». Ahora los movimientos son lo contrario, dijo, dado que están basados en la asamblea en la que todo se decide, «la asamblea manda, no hay dirigentes solo voceros, lo que es una verdadera revolución política porque estuvimos muchos años siguiendo a los líderes y pidiendo que nos resolvieran todo».

Al movimiento de los estudiantes secundarios deben sumarse, según Salazar, «los nuevos movimientos promovidos por las asambleas territoriales de base en Magallanes, Aysén, Calama, Freirina, ya no de jóvenes sino de comunidades enteras, y esto es lo nuevo en Chile». Cuando se le preguntó sobre el poder popular, del que es un ferviente defensor, dijo: «El poder popular es la única forma de tener una verdadera democracia. Un pueblo que tiene derechos pero no tiene poder no es nada. El derecho no vale sin poder». Hoy los movimientos trabajan por un poder con proyecto político propio que pasa por una asamblea constituyente convocada por las asambleas ciudadanas, lo que conforma un cambio importante respecto al poder popular en el período de Salvador Allende, que confiaba en el poder ejercido por el Estado.

Los argumentos de la ACES y el análisis de Salazar nos permiten comprender mejor las razones por las cuales una parte importante de Chile no concurre a las urnas. No es inercia ni despolitización ni desinterés, sino todo lo contrario. A lo largo de la última década comenzó a cobrar forma una forma de diferente de hacer política, sin representantes alejados de las bases que cuando ocupan el sillón se sienten los dueños del mismo; ni a través de dirigentes sino mediante voceros y, sobre todo, con la participación directa de la población en asambleas soberanas.

Los jóvenes de los sectores populares, un pueblo entero como el mapuche, sectores populares de pequeñas ciudades en el extremo sur y el extremo norte del país, comprobaron en carne propia las escasas diferencias entre la dictadura y la democracia. Suena fuerte, pero así lo sienten. No solo porque se trata del mismo modelo económico privatista que subordina la salud y la educación a la acumulación del capital, sino porque sus derechos son burlados día tras día en la medida que no tienen poder para hacerlos respetar. En diversos momentos dijeron «Basta». Se movilizan ya no como la suma de individuos sino como sujetos colectivos que son. Al hacerlo, practican modos de hacer política diferentes tanto de los hegemónicos como de los heredados de los ciclos anteriores de lucha.

Es esa nueva manera de hacer la que no cabe en las urnas. Lo que no quiere decir que nunca más vayan a votar ni que rechacen las elecciones por cuestiones ideológicas. En Chile ha re-nacido una cultura plebeya, de abajo, una cultura que siempre existió, que se expresó en los años 60 con los códigos y formas de la época, que debió replegarse bajo Pinochet, que renació en las formidables protestas de los años 80, que fue desorientada y en parte cooptada por la democracia, y que desde 2001 revive con toda su potencia rebelde, insumisa, emancipatoria. Es una revolución en la forma de hacer política.