EDITORIALA
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Es hora de decidir el legado que se deja a otras generaciones

Es agotador tener que recordarlo constantemente, pero parece ser necesario. El nuevo tiempo político en Euskal Herria nace, básicamente, porque la izquierda abertzale en su conjunto hace una autocrítica, abre nuevos caminos y recupera algunas de sus esencias para, aprovechando las ocasiones creadas tanto por sí misma como a través de la colaboración con diferentes agentes vascos e internacionales, cerrar un ciclo marcado por la violencia política y abrir uno nuevo donde, por vías pacíficas y democráticas, todos los derechos de todas las personas sean respetados y todos los proyectos legítimos puedan ser desarrollados plenamente y en libertad. El documento «Zutik Euskal Herria» compila ese cambio de estrategia. La Conferencia de Aiete y el cese definitivo de las acciones armadas de ETA, que tuvieron como precedentes la Declaración de Bruselas y la posterior tregua de la organización armada, se dan en ese contexto.

Sin ese punto de partida es imposible entender la situación actual. Hacer como que todo eso no ha ocurrido o intentar reducirlo a una suerte de epifanía en la dirección de la izquierda abertzale que fuerza la desactivación de ETA es un ejercicio de irresponsabilidad, como mínimo, y de perversión política e intelectual, como máximo. Como decíamos, es desesperante tener que estar recordando constantemente este punto, pero es el punto que algunos pretenden viciar para justificar posiciones y estrategias que lo que buscan es, precisamente, abortar el nuevo tiempo político. ¿Por qué? Es de suponer que porque ese nuevo tiempo va contra sus intereses, porque es en ese terreno, en el democrático, donde su posición privilegiada se tambalea, donde el establishment que se ha ido forjando durante estos años de conflicto se siente amenazado. No hay otra explicación posible. Es triste pero es así.

La autocrítica de la izquierda abertzale no equivale a la reafirmación absoluta de la posición ética y política del resto de fuerzas, ni mucho menos. Al igual que la izquierda abertzale puede intentar justificar intelectualmente muchas de las cosas que aquí han ocurrido bajo su responsabilidad, su comprensión o su dejación, el estado de excepcionalidad que se ha vivido en Euskal Herria durante las últimas cuatro décadas puede ser explicado sin mayores complicaciones por sus responsables, pero no puede ser justificado sin admitir que de su mano aquí se han violado sistemáticamente derechos, que se sigue haciendo, que se han priorizado modelos que tienen la segregación como norma y que, en un futuro que hay que construir entre todos, esos esquemas no son aceptables. En este nuevo contexto la doble vara de medir resulta aún más obscena que antes y los responsables políticos deberían dejar de recurrir a ella. Empezando, lógicamente, por quienes se presentan a sí mismos como campeones de la ética. Pero, sobre todo, empezando por quienes tienen la responsabilidad de garantizar, también desde las instituciones, que todos los derechos de todas las personas se respeten, que todos los proyectos puedan realizarse por vías pacíficas y democráticas.

«Euskadi 2020» ¿misma Policía que en 1990?

Si en algún apartado la excepcionalidad se ha llevado al límite ese es el policial. El grado de represión que se ha vivido en Euskal Herria a manos de las diferentes policías es inconmensurable. La Ertzaintza tiene su parte alícuota en esa labor represiva. El modelo policial que se ha desarrollado de la mano de Lakua tiene como marco el Pacto de Ajuria Enea (1989) y difícilmente podrá cambiar si no se abre un debate público sobre cómo debe estructurarse una Policía vasca que sea acorde con el nuevo tiempo político. Una Policía que debe garantizar libertades y seguridad, que debe estar al servicio de la ciudadanía, que debe ser transparente, que debe seguir protocolos estrictos en materia de derechos humanos, que está obligada a abandonar su sesgo partidario, que no puede seguir basándose en prejuicios ideológicos, que debe reducirse ostensiblemente en número y mejorar en servicio... Todo ello es imposible sin una autocrítica y una regeneración.

Sin embargo, según muestra hoy Iñaki Iriondo en su artículo sobre el tema, el Gobierno de Iñigo Urkullu ha decidido ceder la jefatura del Cuerpo a la vieja guardia, gente de confianza del partido pero que, una vez visto su currículum, no ofrece confianza alguna a la ciudadanía. En este selecto grupo se reúnen policías que han abusado de su poder, que han cometido irregularidades, que han ordenado ataques contra manifestantes indefensos, que han sido responsables de actos con graves consecuencias -para otros, a la vista está que no para ellos-.

La muerte de Iñigo Cabacas era la prueba de fuego para saber si aquella tragedia suponía un punto de inflexión y un comienzo hacia ese nuevo modelo policial. Tenía todos los elementos para dar ese giro desde la honestidad y la responsabilidad, pero ha ocurrido lo opuesto. A la impunidad le han sumado la crueldad. Han premiado a los máximos responsables estableciendo además un cortafuegos entre mandos y agentes a los que se les echa a los pies de los caballos con la promesa de que pasarán por encima sin pisarles. Está por ver.

En todo caso, hay que recordar que las inercias arrastran a todos. Es crucial que al intento del PNV por sostener el estado de las cosas que estableció en la década de los 80 del siglo pasado no se le responda con la misma lógica. Hacen falta reflejos y seguir un guión que, hasta el momento, cuando se ha ejecutado correctamente, se ha mostrado eficaz. Si el otro no atiende, mayor unilateralidad y hablarle a la gente.

En la cuestión policial, como en el resto de temas, el debate no es, no puede ser, quién tenía más razón en 1990, sino qué legado se va a dejar a las siguientes generaciones. Este modelo policial no tiene sentido y hay que luchar, desde dentro y desde fuera, para cambiarlo.