Isidro ESNAOLA Economista
Análisis | Debate fiscal III

La fiscalidad, en el centro del debate

La derecha no necesita ideas, para ellos es suficiente con saber cuáles son los intereses que tiene que defender en cada momento; el resto es marear la perdiz. El futuro de la reforma fiscal se dirimirá en función de la capacidad que haya de articular ese poder político de la mayoría en torno a un sistema fiscal justo, de acumular fuerzas a favor de un sector público fuerte y de organizar a los trabajadores para hacer frente a todos esos lobbys cuyo afán es la defensa de su interés particular.

Siempre resulta difícil tratar de adivinar qué es lo que pasará en el futuro y mucho más en época de cambio. Sin embargo, en lo que respecta a las cuestiones fiscales, y visto como ha ido el año, todo parece indicar que el debate fiscal continuará estando en el centro del debate político. Para tratar de desentrañar lo que puede venir, tal vez convenga echar mano de una frase de Mahatma Gandhi que es un resumen de sabiduría y que, además, sintetiza magistralmente las etapas en la lucha por cambiar las cosas.

«Primero te ignoran»

Los cambios fiscales impulsados a lo largo de la legislatura han tenido un moderado reflejo en los medios de comunicación, aunque la derecha no ocultaba su incomodidad, como quedó reflejado en la metedura de pata del entonces candidato a lehendakari Urkullu, cuando afirmó que era demagogia decir que pagaran más impuestos aquellos que más ganaban. A pesar de la incomodidad manifiesta por el cariz que estaba tomando el debate fiscal, la crisis y la caída de la recaudación no dejaban mucho margen para hacer otro tipo de propuestas.

El último cambio importante se aprobó en Gipuzkoa ahora hace un año: el nuevo Impuesto sobre la Riqueza y las Grandes Fortunas que sustituía al anterior Impuesto sobre el Patrimonio. Contó con el apoyo de Aralar, PSE y Bildu y el trámite fue relativamente tranquilo, sin apenas enmiendas ni debate. Resultaba sorprendente tanta placidez. Simplemente se ignoró, hasta tal punto, que al nuevo impuesto la derecha mediática y política ni siquiera lo llamaban por su nombre. Como quedó demostrado posteriormente parece que aquella estrategia resultó ser un grave error: aquellas fuerzas que se oponían pensaron que podrían tumbarlo ejerciendo algunas presiones entre bambalinas, pero se equivocaron y salió adelante sin apenas cambios.

«Luego se ríen de ti»

Tras aquel error de cálculo, la estrategia cambia. Los intentos de ridiculizar al Gobierno de EH Bildu han sido una constante desde el principio de la legislatura, atribuyendo, por ejemplo, un desmedido «afán recaudatorio». Sin embargo, ha sido a lo largo de este año cuando lo han intentado con mayor vehemencia. Ahí queda la definición de Gipuzkoa como «territorio rojo del este», los exabruptos posteriores mezclando Gipuzkoa con la revolución bolivariana y el papel higiénico, o aquella otra frase despectiva -«A Bildu le gusta Albania y países de esos»- en la que se mezclaba el proyecto político que defiende Bildu con modelos del pasado que hace tiempo dejaron de existir.

Cuando el debate ideológico está perdido se suele recurrir a este tipo de figuras retóricas para ocultar la falta de un proyecto político que ofrecer a la ciudadanía y la escasez de ideas. La derecha no necesita ideas, para ellos es suficiente con saber cuáles son los intereses que tiene que defender en cada momento; el resto es marear la perdiz.

«Después te atacan»

Aprendieron la lección del Impuesto sobre la Riqueza y, a la vez que trataban de ridiculizar a Bildu, intentaban por todos los medios y con todas sus fuerzas, tejer un «pacto de acero» que comprometiera de manera estricta a todas las fuerzas políticas, a fin de aislar primero a EH Bildu para poder imponer después sus propuestas fiscales.

En ese punto, el pacto firmado allá en setiembre fue muy claro: los partidos firmantes se comprometen a «...no impulsar ni respaldar iniciativa alguna en los órganos competentes -Juntas Generales- que modifiquen los criterios aprobados en este acuerdo».

Una vez conseguido el apoyo incondicional se ha pasado al ataque, poniendo sobre la mesa unas propuestas que vuelven a lo de siempre: son un paso atrás en la equidad, que paguen igual los que ganan lo mismo, y en la progresividad, que paguen más aquellos que ganan más. Las medidas que se proponen en esa contrarreforma son tan regresivas e injustas que no han tenido ni siquiera arrestos para defenderlas públicamente.

De ese acuerdo fiscal se quedó fuera precisamente el Impuesto sobre la Riqueza que, coincidiendo con su cumpleaños, en los últimos días ha sido objeto de un furibundo ataque por parte de la patronal con el apoyo del grupo Vocento. Este último, día sí y día también, ha cargado contra el impuesto, repitiendo los argumentos de la patronal y en algún caso, injuriando directamente, sin mayores reparos.

En este contexto es evidente que el siguiente caballo de batalla de la contrarreforma fiscal, auspiciada por las fuerzas que han impulsado ese pacto por el que los partidos políticos se atan voluntariamente de pies y manos, será posiblemente el Impuesto sobre la Riqueza y las Grandes Fortunas de Gipuzkoa, que ahora sí, lo llaman por su nombre para subrayar la diferencia, aunque eso no les ayude precisamente en este momento a conseguir su objetivo.

«Entonces ganas»

Llegados a este punto, Mahatma Gandhi veía claramente que la victoria estaba en manos de los impulsores del cambio. Posiblemente sea así en ese campo que se suele llamar batalla de las ideas.

Hoy en día, la mayoría de la ciudadanía quiere un sector público fuerte, a la altura del de los países del norte de Europa, que ofrezca servicios públicos y servicios sociales de calidad y que garantice unos derechos mínimos a todas las personas.

Todo el mundo sabe también que todo eso, de una u otra manera, hay que pagarlo y el modo más justo es mediante impuestos que recauden de manera equitativa, es decir, a rentas iguales en la misma proporción, y progresiva, lo que significa que la aportación sea mayor cuando más alta sea la renta.

La derecha no está en condiciones de proponer un modelo alternativo. Tampoco lo necesita; sabe que el suyo beneficia a determinados sectores a costa de la mayoría que está formada por trabajadores y trabajadoras. Para ello le basta con acumular los votos suficientes como para poder imponer sus medidas para favorecer a ese núcleo privilegiado que es el centro de sus desvelos. El resto le da igual.

En cualquier caso, una cosa es ganar la batalla de las ideas y otra muy distinta es avanzar en la construcción de un sistema fiscal más justo y progresivo. Para lograr esto último, además de las ideas, es necesario el concurso de la fuerza.

Un conocido adagio dice que pagan impuestos no aquellos que ganan más, sino aquellos que no tienen poder político para impedirlo. Y eso lo han entendido perfectamente tanto la derecha de este país como toda clase de lobbys que presionan para no pagar impuestos.

El futuro de la reforma fiscal se dirimirá en función de la capacidad que haya de articular ese poder político de la mayoría en torno a un sistema fiscal justo, de acumular fuerzas a favor de un sector público fuerte y de organizar a las trabajadoras y trabajadores de este país para hace frente a todos esos lobbys cuyo único afán es la defensa de su interés particular. Ahí está el reto.