Alberto PRADILLA
Refugiados en el Estado español

La víctima de un bombardeo en siria, sin asistencia en Melilla

Una mujer, víctima de un bombardeo en Siria, lleva dos meses atrapada en Melilla sin recibir asistencia sanitaria pese a las graves heridas que padece. Recibió el permiso de asilo a principios de diciembre. Sin embargo, todavía no ha sido traslada a la península pese a las recomendaciones del hospital. Junto a ella, decenas de refugiados permanecen en la ciudad autónoma, alojados en el CETI, pero con el objetivo de huir hacia el norte de Europa.

Cuando Manar Al Mustafa, de 30 años, entra en la sala de espera de las Urgencias del Hospital Comarcal de Melilla se hace el silencio. Su rostro está desfigurado por las heridas provocadas por la bomba que, hace dos años, tiró abajo su domicilio en el barrio de Al Khalida, en Homs. No hace falta ser doctor para darse cuenta inmediatamente de que esta mujer, que lleva a la espalda nueve operaciones y un largo periplo hasta llegar a la ciudad autónoma española, necesita asistencia sanitaria urgente. Pesa a ello, apenas una hora después, abando- na el centro médico sin ser ingresada. Lleva así dos meses. Llegó a Melilla con pasaporte falso procedente de Marruecos. Tardó más de un mes en recibir la tarjeta roja, que es la que se entrega a los solicitantes de asilo. Sin embargo, sigue atrapada. Junto a ella, otros 13 miembros de su familia, entre los que se encuentra su cuñada, Smiha, a quien el mismo explosivo le destrozó la pierna. Los Al Mustafa son el caso más sangrante de la cada vez más numerosa comunidad de refugiados sirios que han buscado en esta colonia española la puerta para refugiarse en Europa huyendo del conflicto.

«No quiero nada para mi. No quiero papeles ni trabajo, solo que atiendan a mi hermana y a mi mujer», repite Mohamed, cansado de tocar puertas y encontrárselas cerradas. Según relata, la bomba pilló a Manar en la cocina de su vivienda de Homs. Ni siquiera sabe su origen y tampoco le importa. Solo sus consecuencias. «Tras el ataque fuimos a Líbano, pero es un país pequeño, hemos entrado muchos y hay racismo», asegura. Así que tomaron un vuelo y aterrizaron en El Cairo, donde el gobierno de Mohamed Morsi sí que prestaba asistencia a refugiados como ellos. Durante siete meses permanecieron en la capital egipcia. Tiempo suficiente para que Manar fuese operada en nueve ocasiones y Smiha en seis. Durante ese período, ambas tuvieron acceso al tratamiento, que en el caso de la hermana de Mohammed se basa en calmantes para los fuertes dolores y cremas para paliar los efectos de las quemaduras.

El golpe de Estado promovido por el general Abdul Fatah Al Sisi en Egipto rompió su tranquilidad. Desde que los militares desalojaron del poder a los Hermanos Musulmanes, los sirios pasaron a ser personas «non gratas». Así que la familia Al Mustafá tuvo que volver a hacer las maletas. Tras 20 días en Argelia llegaron a Nador, en Marruecos, donde pagaron 3.000 euros por los 14 pasaportes falsos que les permitieron acceder a Melilla (quienes disponen de papeles del municipio del reino alauí pueden cruzar sin necesidad de visado). Hasta ahora.

Preguntas de Amaiur

¿Qué ha ocurrido para que Manar no haya sido inmediatamente ingresada en un hospital que cuente con los especialistas que necesita? En primer lugar, que no tenía papeles. Que la Administración española tardó más de un mes en aceptar su solicitud de asilo. Que pasó por policías, comisión de refugiados, médicos. Una larga cadena de burocracia e ineficiencias que no ha aportado soluciones, pese a la evidente urgencia. A pesar de las recomendaciones sanitarias, que reiteran que debería de ser trasladada a la península, sigue en un piso de Melilla. «Si lo llegamos a saber, nos quedamos en Marruecos», afirma, resignado, Mohamed.

Cada día cuenta. En este contexto, el diputado de Amaiur, Jon Inarritu, ha presentado un batería de preguntas al Gobierno español en las que se interesa por la política del Ejecutivo tanto el caso concreto de Manar como de resto de refugiados sirios. Mientras, los 14 miembros de la familia siguen esperando un billete que corre prisa.