Olaia Aldaz
Nabarralde
GAURKOA

La prisión de Kilmainham

«Teníamos todas las cosas del mundo por decirnos, pero no pudimos pronunciar ni una palabra», estas fueron las palabras de Grace Gifford tras los 10 minutos que tuvo para despedirse de su marido, el líder del Levantamiento de Pascua de 1916 Joseph Plunkett, justo después de casarse y horas antes de que este fuera ejecutado en la prisión de Kilmainham. Son historias que componen la historia de Irlanda y la de las paredes de esa prisión, que tras ser rehabilitada y renovada por voluntarios hoy es un monumento del nacionalismo irlandés que mantiene viva la memoria de la lucha por la independencia.

Al oeste de Dublín, en el barrio de Kilmainham, se encuentra Kilmainham Gaol (Príosún Chill Mhaighneann en su nombre gaélico), un imponente edificio de piedra gris que constituye uno de los documentos más importantes en la historia de la República de Irlanda. Construida en 1796 como la prisión más moderna de Irlanda, y de la Europa de la época, se guiaba por los principios de separación (una persona por celda), silencio y vigilancia. Las condiciones de vida del siglo XIX, sin embargo, hicieron imposible seguir estos tres dictados, y Kilmainham pronto se convirtió en una de las prisiones más duras y aglomeradas en la historia del viejo continente.

En aquella época la gran mayoría de reos eran presos comunes que habían sido condenados por delitos como pedir limosna, robo, asalto, prostitución o alcoholismo. Caminando por el ala oeste de la prisión una no puede dejar de imaginarse cómo debían sobrevivir hacinados en aquellos estrechos y fríos pasillos los hombres y mujeres de principios del siglo XIX. Durante los primeros cincuenta años la cárcel carecía de cristales debido a la creencia de la medicina victoriana de que la propagación de males como el cólera o la difteria se debía al contagio por el aire y la respiración. Una constante corriente de aire helado por tanto evitaría pestes y epidemias. Pan, leche, avena y sopa constituían la dieta de los condenados; hombres y mujeres, y también niños, algunos de tan solo 6 y 7 años, que habían ido a parar a las oscuras celdas y pasillos de Kilmainham por pequeños hurtos.

En la fachada del penal, lo que hoy constituye la entrada al edificio, se hallaba una galería de madera donde se llevaban a cabo los ahorcamientos de presos condenados por asesinato. El último ahorcamiento público se hizo en el año 1865, ya que esta demostración pública había perdido su función ejemplarizante y los resueltos dublineses habían convertido estas ocasiones en motivo de festejos. A partir de en-tonces los ahorcamientos se llevaron a cabo en una pequeña horca construida intramuros. Otro dato que nos da una idea de la magnitud del penal dublinés es que durante la primera mitad del siglo XIX, más de 4.000 convictos fueron transportados a Australia desde Kilmainham.

Pero si a comienzos de su andadura el 90% de la población penitenciaria la conformaban presos comunes, las incesantes revueltas en contra del yugo británico pronto surtieron a la prisión de un continuo flujo de presos políticos. Un considerable número de nacionalistas irlandeses fueron encarcelados e incluso ejecutados en Kilmainham. El primer preso político fue Henry Joy McCraken, fundador de la «Society of the United Irishmen», unión liberal que inspirada por la revolución americana se convirtió en una sociedad revolucionaria republicana instigadora de la rebelión de 1798. Otros conocidos líderes nacionalistas como William Smith O´Brien y Thomas Francis Meagher -líderes de la rebelión de los «jóvenes irlandeses» de 1848, o miembros de los «Fenian», sociedad secreta que tenía por juramento librarse del dominio británico y que propició la rebelión de 1867-, también fueron a parar a las celdas de esta prisión.

Pero quizás uno de los presos más célebres que albergó Kilmainham fue Charles Stewart Parnell, parlamentario en Westminster por el partido irlandés y que fue encarcelado por su oposición a ley agraria de 1881. Parnell, nacionalista moderado irlandés que creía en una autonomía de Irlanda dentro del Reino Unido, se enfrentó a esta ley que favorecía a los grandes terratenientes e imposibilitaba a los arrendatarios comprar sus granjas.

La visita guiada por los laberintos de este penal nos lleva a la capilla en la que tuvo lugar la boda entre Grace Gifford y Joseph Plunkett, líder del Levantamiento de Pascua de 1916, horas antes de la ejecución de este. La ceremonia se llevó a cabo con Joseph esposado y vestido de reo, y en absoluto silencio. Tras la ceremonia, Grace y Joseph tuvieron solo 10 minutos para despedirse, bajo la atenta mirada de los guardas, antes de que Joseph fuera conducido al patio de ejecuciones. Cuando más tarde preguntaron a Grace sobre qué hablaron durante estos últimos minutos, su respuesta fue tan reveladora como cruda: «Teníamos todas las cosas del mundo por decirnos, pero no pudimos pronunciar ni una sola palabra». Historias que componen la historia de Irlanda, y la de estas paredes.

El lunes de Pascua de 1916 miembros de los Voluntarios Irlandeses y del Ejército Ciudadano Irlandés tomaron la oficina de correos y otros edificios estratégicos de Dublín y declararon la República de Irlanda. La respuesta del Ejército británico no se hizo esperar. La represión fue brutal entre las filas de nacionalistas irlandeses y cientos de hombres y mujeres fueron apresados y llevados a Kilmainham. Durante el 3 y el 12 de mayo de 1916, 14 hombres fueron ejecutados en el patio de la prisión. Este acto provocó un profundo rechazo entre la población irlandesa que anteriormente había visto con recelo los intentos de los revolucionarios. A partir de las ejecuciones, el movimiento nacionalista irlandés se hizo mayoritario. Durante la guerra de independencia de 1919 se utilizó por primera vez la guerra de guerrillas entre el ejército británico y el Ejército Republicano Irlandés (IRA). Kilmainham fue usado mayormente para albergar a los prisioneros del IRA.

El 6 de diciembre de 1921 se firmó el Tratado Anglo Irlandés, que preveía el establecimiento del Estado libre de Irlanda (excepto los seis condados que hoy conforman Irlanda del Norte). Entre los firmantes de este acuerdo se encontraban Michael Collins y Arthur Griffith. Este acuerdo sin embargo produjo una división interna en el bando irlandés, liderada por Eamon de Valera, y que dio lugar a la guerra civil entre 1922 y 1924. De Valera fue precisa-mente el último preso de Kilmainham Gaol. El que a posteriori se convirtiera en primer ministro irlandés, fue el último hombre en salir libre por las puertas de Kilmainham en 1924.

En los años que siguieron a su cierre, la prisión sufrió el abandono y deterioro, pero en la década de los 60 se formó el Comité de Voluntarios para la Restauración del Kilmainham Gaol. Sorprendentemente las obras de renovación no fueron llevadas a cabo por el Gobierno irlandés, o el británico, sino por un grupo de voluntarios, la mayoría veteranos de la guerra de 1919, para mantener viva la memoria de la lucha por la independencia irlandesa. Esta inmensa labor se llevo a cabo durante casi 30 años, tras los cuales la gestión de la prisión fue cedida al Gobierno irlandés. Hoy en día Kilmainham Gaol es un monumento al nacionalismo irlandés y una visita obligada en la capital irlandesa. Unas piedras que mantienen viva la memoria de los dublineses y los irlandeses en su lucha por librarse del dominio británico.

Mientras nos deleitamos con las explicaciones del guía que nos muestra los secretos de la prisión irlandesa, una no puede dejar de acordarse del maltrecho Fuerte de San Cristobal en Pamplona y preguntarse si algo semejante podría llevarse a cabo allí. Pero como dijera Ricard Vinyes hace un par de años, «nuestras ruinas no son más que ruinas».