Mikel INSAUSTI
CRíTICA: «La ladrona de libros»

La niña que salvó del fuego el diario de Ana Frank

Los relatos del nazismo protagonizados por menores han encontrado su sitio dentro de la ficción histórica, gracias a que la adaptación de la novela de John Boyne «El niño con el pijama de rayas» tuvo una buena acogida, incluso por parte de los lectores del original. «La ladrona de libros» también quiere apuntarse a la moda de películas basadas en best-sellers que aplican la mirada infantil a la tragedia bélica, aunque se le nota más que a ninguna otra creación de este tipo su deuda con «El diario de Ana Frank», en su manera literaria de revivir la memoria del Holocausto.

El éxito de la novela del australiano Markus Zusak se ha relacionado con la originalidad que supone, dentro de la literatura infantil, tener a la Muerte como narradora. La película no rehuye esa perspectiva oscura, aunque su voz se escucha solamente en el prólogo y en el epílogo, actuando como responsable del destino primero y último de la protagonista. Sin embargo, su influencia directa desaparece durante el resto del metraje, con lo que se pierde lo que podría aportar de humor negro distanciador e irónico. Sin tan sombría presencia la descripción de los terribles acontecimientos pasa a ser mitigada mediante el sentimentalismo melodramático.

Esto se observa muy bien la construcción de los personajes, siendo los aparentemente más duros los que terminarán por contagiar la lágrima al público, cuando salga a relucir su buen fondo. El ejemplo más evidente es el de la madre adoptiva de Liesel, una mujer que tarda en exteriorizar sus sentimientos y que se muestra contraria a la generosidad de su marido, capaz de dar refugio en su casa a un judío perseguido.

No es más que el reflejo del miedo, que se apodera de todo y de todos. La niña vence sus más íntimos temores desafiando a la ignorancia, aprendiendo a leer y comprendiendo el poder liberador de las palabras. Ella rescata libros quemados por los nazis en la hoguera, y los guarda bajo el abrigo todavía humeantes. La escena forma parte de un pasado chamuscado, el mismo que Ray Bradbury proyectó hacia un futuro distópico en su obra «Fahrenheit 451».