Mikel INSAUSTI
CRíTICA: «La gran revancha»

Cuando el boxeo sustituye a la petanca

La petanca ya ha dejado de ser el deporte oficial para las personas mayores, que hoy en día practican también actividades de riesgo como si tal cosa. Por eso a nadie debe sorprender que dos viejas estrellas de Hollywood se calcen los guantes de boxeo e intercambien golpes sobre el cuadrilátero como cuando eran más jóvenes. Sylvester Stallone y Robert De Niro interpretan a dos púgiles que en la edad de la jubilación, al igual que sucede en tantas otras profesiones, regresan forzados por los apuros económicos y supuestas cuentas pendientes.

La historia en sí no resulta especialmente novedosa o atractiva, pero el morbo añadido está en quienes la protagonizan. No se sabe lo que han cobrado por «La gran revancha» Stallone y De Niro, pero no cabe duda de que son los que se llevan la mayor parte de un presupuesto de 40 millones de dólares. Ambos tienen el retiro más que asegurado, aunque para seguir en el negocio a su edad se ven obligados a autoparodiarse. El uno evocando una y otra vez el cine de acción de los 80 y el otro, cada vez más encasillado en la comedia familiar.

Pero nunca antes habían hecho de forma conjunta una alusión tan directa a los personajes que les dieron fama en el pasado, asumiendo sin disimulos que lo suyo, artísticamente hablando, es vivir de rentas. No importa que en el guión les hayan cambiado los nombres, porque en el inconsciente colectivo se les asocia automáticamente con Rocky Balboa y Jake La Motta, en cuanto se les ve entrenando en el gimnasio con el saco o el sparring de turno. Y es que además sus respectivos rostros de «Rocky» y «Toro salvaje» son digitalizados para la introducción, en la que un programa televisivo recrea la trayectoria deportiva de alias Razor y alias The Kid.

Con otros actores, y eso incluye también a Kim Basinger completando el triangulo amoroso, la película no tendría ninguna gracia. Los chistes son malos de tan sobados y machistas, provocando una risa condescendiente y forzada. A lo básico del humor de trazo grueso se une la sensación de patetismo que conllevan las bromas entre colegas de antaño que se gastan Stallone y De Niro.