Las adicciones y la soledad que generan, en «Oslo, 31 de agosto»

Antes de que ruede en inglés la película «Louder Than Bombs», protagonizada por Jesse Eisenberg, Gabriel Byrne e Isabelle Huppert, se estrena en nuestro mercado el segundo largometraje del cineasta noruego Joachim Trier, que actualiza una película de Louis Malle.

Lo del apellido Trier no es ninguna casualidad, porque resulta ser primo lejano de su colega danés Lars Von Trier. De esto ya se habló cuando se di0 a conocer internacionalmente con su ópera prima «Reprise», en la que ya trabajó con el actor Anders Danielsen Lie.

Para «Reprise» el trabajo de dirección interpretativa se basó en una larga y meticulosa preparación del guión y los diálogos, por lo que en «Oslo, 31 de agosto» Trier decidió dejar más libertad a su actor, permitiéndolo improvisar en escenas rodadas de forma documental en plena calle, con espontáneos y gente anónima ante la cámara.

Pesimismo noruego

La ciudad de Oslo, tal como ya avanza el título de la película, adquiere un gran protagonismo anímico y ambiental. La visión que se da de la sociedad noruega del bienestar es crítica y pesimista, ya que el protagonista sufre una soledad que le lleva a sentirse invisible en medio de los demás, comprendiendo que es un ser perfectamente prescindible.

«Oslo, 31 de agosto» es una actualización de la novela de Pierre Drieu La Rochelle «El fuego fatuo», ya llevada a la pantalla en 1963 por Louis Malle. El alcoholismo que sufre el protagonista es cambiado por la adicción a las drogas, pero su situación vuelve a ser la misma. Está a punto de concluir una cura de desintoxicación, lo que le lleva a plantearse durante una jornada de vuelta a la ciudad, visitando a viejos amigos, su incierto futuro. Por un lado trata de encontrar la fuerza para seguir adelante y empezar de cero, pero por otro no termina de encontrarle ningún sentido a su existencia.

Dos intentos de suicidio no hacen sino precipitar el final de una crónica anunciada, coincidiendo con el último día del verano nórdico.