Iñaki URDANIBIA
PERFIL | Etty Hillesum

La voz de los barracones

Hay varias escritoras que se hicieron famosas por sus cartas y/o diarios relacionados con los males provocados, y vividos en primera persona, por los buscadores de purezas raciales, los higienistas nacionalsocialistas. Sin pretender pasar lista, ahí están los diarios de Helène Berr (1921-1945) publicados por Anagrama, el de Ruth Maier (1920-1942), editado por Debate, por no nombrar el celebérrimo de Ana Frank (1929-1945). El caso que traigo a esta página es singular, aun incluyéndose en el conjunto del que hablo, el de las mujeres que escribieron su dolor, que era el reflejo del de muchos, y que finalizaron sus días alimentando con sus cuerpos la siniestra máquina de la muerte, de nombre Auschwitz. Me refiero a Esther (conocida como Etty) Hillesum que nació el 15 de enero de 1914 en Middelburg y falleció en el lager nombrado el 30 de noviembre e 1943, según la Cruz Roja, el 30 de setiembre según los ocultadores de datos, pruebas, y... asesinatos. Sus padres habían sido gaseados al llegar al siniestro lugar. Más tarde allí también acabarían las vidas de sus dos hermanos Jaap y Mischa.

Etty pasó su infancia en diferentes lugares (Middelburg, Hilversum, Tiel, Winschoten y Deventer). En este último lugar cursó sus estudios en el mismo liceo en el que trabajaba su padre. A los diecinueve años se marchó del domicilio familiar y cursó estudios de Derecho en Ámsterdam. Varios cambios de casa, compartida con sus hermanos. En 1937, se traslada a vivir a casa de un contable, J. Wegerif, que en principio le propone hacer los trabajos domésticos, labor que ella acepta; posteriormente se convertirían en amantes. A pesar de la tensión con el hijo del contable, Hans, Etty permaneció allá hasta su definitivo traslado a Westerbok.

En sus años de estudiante frecuentó los círculos antifascistas de izquierda y llevó una vida militante. Su deriva -en los años de la guerra- hacia posturas teñidas de espiritualismo extrañaron a sus antiguos camaradas, a pesar de lo cual siguió manteniendo una relación impecable con ellos. Su afán por conocer y aprender le condujeron a estudiar lenguas eslavas -su madre era de origen ruso-, como más joven se había interesado por el aprendizaje del hebreo, y hasta llegó a impartir clases de tal materia, lenguas eslavas, en la Universidad Popular de Ámsterdam. En su último viaje, el equipaje consistía en una Biblia y en una gramática eslava.

Temiendo ser llevada al campo de Westerbok, por iniciativa de su hermano mayor solicitó trabajo en el Consejo judío. Se dedicó inicialmente a labores administrativas, tomó conciencia de la nefasta colaboración que realizaba tal organismo, por lo que solicitó dedicarse plenamente a las labores de «Asistencia social a las personas en tránsito» en el mismo campo de Westerbok, campo holandés en donde se concentraba a todos los judíos. Allá fue transferida el 30 de julio de 1942.

En tal campo estableció estrecha amistad con varios reclusos, con quienes mantendría un duradero intercambio epistolar. Problemas de salud hicieron que tuviera que volver en un par de ocasiones a Ámsterdam, hasta que, de vuelta en el campo de concentración, el 6 de junio de 1943, una vez allá se decidió cesarla en su condición de asistenta social para convertirla en reclusa, por su condición de judía.

A pesar de las reiteradas recomendaciones de amigos y conocidos de que pasase a la clandestinidad, su sentido de la solidaridad y su firme «voluntad de compartir la suerte de su pueblo», paralela a la de Simone Weil, le hicieron volver al campo, del que no salió más que para ser trasladada a Auschwitz, su destino definitivo.

Su diario y sus cartas abarcan desde 1941 hasta su muerte, «en medio de los barracones y el lodo», y en ellos presenta la condición humana en circunstancias extremas, sometida a los intentos sistemáticos de deshumanización. Tras muchos silencios y obstáculos, tales escritos vieron la luz, al fin, en los ochenta; pueden hallarse la totalidad de ellos en «Les écrits d'Etty Hillesum. Journaux et lettres 1941-1943» (Seuil, 2008); en castellano se pueden conocer algunas de sus cartas: «El corazón pensante de los barracones» (Anthropos, 2001).

Si de Berr decía Patrick Modiano que su prosa podía compararse con la de Katherine Mansfield, de la escritura de Etty Hillesum puede también destacarse sin dudar su calidad literaria, uniéndose así en su escritura el testimonio y el brillo. El impulso que le llevaba a dejar por escrito lo que vivía, lo que veía y lo que oía, era dejar constancia del horror al que fueron sometidos, en especial, los judíos, para que no se ignorase ni se olvidase el crimen fascista. Tal empresa iba acompañada por una vocación de estilo: usaba sus diarios y sus cartas como banco de pruebas para posteriores obras literarias, que nunca llegaron a plasmarse... a no ser en breves relatos salpicados que se hallaron entre sus papeles.

«Ningún opresor tiene la talla para aplastar la forma de resistencia que ella encarna. Ni en su época, ni hoy».