Iñaki SOTO DONOSTIA
Elkarrizketa
Ainhoa Etxaide
Secretaria general del sindicato LAB

«Deberíamos estar reinventándonos, ese es el gran reto del sindicalismo»

Nos reunimos con Etxaide a los pocos días del homenaje a Igor Urrutikoetxea, con los rescoldos de la magnífica manifestación de Bilbo aun candentes y en vísperas de la asamblea nacional de delegados del sindicato en Donostia, por lo que la entrevista trata todos esos temas de actualidad y algunos más generales sobre el contexto de la crisis y la unidad sindical abertzale.

A dos semanas vista de la manifestación de Bilbo, ¿cuáles deberían ser los siguientes pasos?

Seguir demandando desde el ámbito social, y también ahí deberíamos jugar un papel importante los sindicatos, que esa manifestación no sea una excepción. Debemos demandar acuerdos políticos para avanzar en este proceso, en torno a los presos, en torno a cómo se genera una nueva convivencia y, sobre todo, acuerdos sobre las cuestiones necesarias para normalizar Euskal Herria, es decir, que todos los proyectos políticos puedan competir en igualdad de condiciones. Que sea esa presión social la que fuerce los acuerdos.

Yo creo que en la previa de la manifestación no cambió la situación política. Se generó un escenario y ahí a los interlocutores políticos les toca acordar. Habrá que dejar un plazo, pero a los agentes sociales, a la sociedad en general y sobre todo a los que estuvimos en Bilbo, nos toca seguir presionando en ese camino.

¿Cuál es la función de los sindicatos en este proceso político?

En estos momentos deberíamos impulsar el protagonismo social en un proceso que se quiere bloquear o que no se quiere implementar. Nosotros deberíamos lograr que el protagonismo social, que desde un principio al apostar por este tipo de proceso se dijo que era indispensable, sea una realidad. No solo en clave de movilización, también en claves de generar debates y acuerdos sociales: en la sociedad, en los centros de trabajo, con otros agentes, a favor de este proceso, a favor de un clima que genere la obligatoriedad de esos acuerdos.

En segundo lugar estaría apoyar y ayudar a que se llegue a esos acuerdos. Yo creo que es el propio proceso el que le tiene que dar un papel al sindicalismo, más en Euskal Herria, por ser agentes activos en la vida política y social. Y debería salir de los sindicatos la necesidad de asumir nuevos compromisos de cara al proceso. Por lo tanto considero que no deberíamos limitarnos a dar cobertura social a pasos tan importantes como el del día 10, además deberíamos ser un valor que ayuda con compromisos propios.

¿Cómo se sitúan ante este proceso esas fuerzas que están fuera de la mayoría sindical vasca?

Creo que hay una involución en las posiciones políticas de cara a la resolución del conflicto y al cambio político en Euskal Herria por parte de todo el ámbito estatal. Esto sobre todo se ve en la posición del PSE, que no tiene nada que ver con posturas mucho más avanzadas que sostuvo por ejemplo en Loiola, en peores condiciones y con mayores dificultades.

Yo creo que CCOO y UGT sufren esa involución. Podrían y deberían ser sujetos que mueven la posición de los partidos estatales, sobre todo de la izquierda estatal. Creo que es un papel que no están jugando y que seguramente no estarán dispuestos a jugar. Pero también nos corresponde a nosotros, si hubiera predisposición y posibilidad, generar esa posibilidad y generar esa oferta.

Ha mencionado Loiola. ¿Es agua pasada o hay algo que recuperar de todo aquello?

Si de verdad hubiera un proceso de diálogo y negociación, que es lo que requiere este momento -porque el problema no es que no hay acuerdo, es que no hay proceso de negociación que genere ese acuerdo o haga valer el desacuerdo como forma de avanzar-, sí hay que mirar a Loiola, como también hay que mirar a Lizarra-Garazi y al resto de experiencias. El cambio de estrategia no se debe tanto al fracaso de las anteriores posibilidades como a que cada uno de esos procesos ha servido para ir avanzando e ir madurando una situación, ir generando el escenario y las condiciones para hacer esta apuesta. Por lo tanto, si hablamos de nuevos estatutos políticos, de cambio político y de modos de formular el reconocimiento y el derecho a decidir de Euskal Herria, en Loiola se avanzó bastante. Y me gustaría pensar que en el PSE esas posiciones siguen vigentes, más cuando asistimos a una involución por parte de Ferraz.

Entrando al ámbito sociolaboral, existe una agenda antisindical por parte de gobiernos y patronal. Ante eso, ¿qué deben hacer los sindicatos?

Creo que el sindicalismo tiene que tener una agenda propia que responda a la situación de los trabajadores y trabajadoras, una agenda propia para actuar con ambición, y eso no es intentar resistir, no perder lo que teníamos, sino ser agentes activos en la construcción de un nuevo modelo social. Hay que disputar el poder a esa élite económica que está gestionando esta situación. Ante esa agresión a los derechos sindicales, ante esa agresión hacia lo colectivo, los trabajadores deberíamos ser capaces de crear nuevos instrumentos de actuación, capaces de generar respuestas novedosas a viejos problemas. Porque lo antisindical es anterior a esta crisis. El problema ahora es que se da en un contexto donde pueden avanzar en posiciones como lo han hecho en la reforma laboral. Por lo tanto, aparte de reivindicar, deberíamos estar reinventándonos, ese es el gran reto del sindicalismo. Pero para eso se necesitan unas condiciones y se necesita un proyecto, yo creo que común y compartido, entre los que debemos ser la alternativa a esta situación.

Pese a que formalmente se mantiene una unidad de acción, se notan discrepancias entre LAB y ELA. ¿Estas provienen de lo político o de lo sindical?

Podemos hablar de los dos ámbitos, pero yo creo que la principal discrepancia entre ELA y LAB es que no hemos sido capaces de llegar a un acuerdo de cómo tiene que abordar el sindicalismo abertzale el contexto histórico en el que vive Euskal Herria. Histórico sobre todo porque estamos viviendo una transición, fruto de la crisis y de la posibilidad o necesidad de superar el conflicto. Las cosas están cambiando, se está generando un nuevo modelo económico y social y entendemos que el sindicalismo abertzale debe abordar todas esas cuestiones con una posición política clara, definida, con voz propia en los debates abiertos sobre nuevo estatuto, relaciones laborales... Y no somos capaces de llegar al acuerdo de cómo nos situamos y cuáles son las principales cuestiones de nuestra posición. Por lo tanto, así es difícil llegar a una alianza estratégica.

¿La unidad de acción entre ELA y LAB está en peligro?

Somos capaces de tener agenda movilizadora, de denunciar conjuntamente estas políticas neoliberales, aparecemos conjuntamente ante la sociedad en muchas cuestiones... pero sí se puede poner en peligro la referencialidad como agentes activos capaces de generar una alternativa real si no avanzamos en la unidad y no llegamos a acuerdos sólidos sobre cómo queremos construir esa alternativa y cómo vamos a lograr forzar un cambio de políticas.

En este sentido abrir el debate para construir la carta social es acertado, porque va a generar un nuevo contexto, porque es un acuerdo social que nosotros también necesitamos, porque va a abrir la posibilidad de situar los parámetros de la alianza más solida que necesitamos.

La precarización ha traído una pérdida de peso de los sindicatos entre un nuevo «lumpenproletariado» ¿Cómo se sitúa el sindicato ante esa realidad ?

La realidad es que si por algún sitio está creciendo la afiliación en la crisis es en los sectores más precarios. Pero, independientemente de eso, yo creo que el debate es qué tipo de instrumentos se pueden generar desde el sindicalismo para que toda esa gente en precario, sin ningún tipo de protección y que teme perder su puesto de trabajo ante cualquier actitud de respuesta frente al empresario, pueda defender sus derechos. En el Congreso decíamos, y es por donde tenemos que tirar, que la respuesta está más en ser un activo sociopolítico, en actuar de forma colectiva en lo que es el proceso político que tiene que generar una alternativa social a esta crisis, que en buscar el cuerpo a cuerpo en la empresa, que es donde menos posibilidades hay. Por lo tanto, tenemos que ser capaces de tener una acción sindical más sólida en la empresa, sobre todo por parte de quienes pueden hacerlo. Ahora bien, que la hagan en una perspectiva integral, a beneficio y al servicio de todos los trabajadores y no solo de una capa. En general yo creo que la oferta de lucha de la organización sindical tiene que tender más a la movilización social y a enfrentarnos con un proyecto y buscar diferentes formas de organizarnos ante esta realidad

ADEGI plantea puentear a los sindicatos. ¿Qué supone eso para los trabajadores?

Para los trabajadores supone, ante todo, indefensión. ADEGI plantea una relación de poder donde, individualmente, tú vas a tener que ir a acatar las condiciones que te impone el empresario, porque el chantaje de «esto es lo que hay o si no al paro» es real. En consecuencia ADEGI no ha inventado nada nuevo. No se trata de un nuevo modelo de relaciones laborales, sencillamente esa era la situación prenormativa laboral, anterior al reconocimiento de los derechos laborales.

Al trabajador esto le supone sobre todo incertidumbre, sueldos miserables y dejar de ser dueños de su tiempo, porque la flexibilidad supone una necesidad de estar a disposición total del empresario. Ante eso lo que hay que defender es lo colectivo, y lo que hay que lograr es que el sindicato sea capaz de reorganizar lo colectivo, dotar de instrumentos novedosos a lo colectivo. La defensa de lo individual es lo colectivo.

LAB plantea que estamos en una transición y, entre otras cosas, defienden la opción de unos «convenios puente». ¿En qué consisten?

El reto que tiene Euskal Herria es articular y hacer de forma democrática la transición de un modelo económico, político y social totalmente agotado y en crisis a un nuevo modelo. Uno de los pilares de esa transición debería ser el modelo de relaciones laborales, porque es un pilar del modelo económico. ¿Cómo debería ser ese nuevo modelo? Debería ser acordado y que se diera en unas condiciones mínimas que nos permita a los trabajadores y trabajadoras defender y encontrar formulas novedosas para defender nuestros intereses. En ese contexto encontramos la lógica de los convenios puente, que nos permitan durante dos, tres años -el tiempo que necesitemos para hacer ese proceso de negociación-, no tener que estar única y exclusivamente en una defensa de lo que tenemos ahora porque la patronal nos lo quiere quitar.

Por lo tanto se trata de acordar unas condiciones para poder negociar. Pero sobre todo supone asegurar a los trabajadores y trabajadoras que se va a hacer sobre unos mínimos que todo el mundo va a respetar. Son unos convenios puente de mínimos, pero tienen un objetivo estratégico, y ahí está su valor: poder abordar debates tan estratégicos y estructurales como cómo se tiene que organizar el tiempo de trabajo, los salarios, qué vamos a hacer sabiendo que el tejido productivo vasco no genera empleo para todo el mundo, dónde vamos a generar nuevos empleos, cuáles van a ser las vías de financiación... Deberíamos estar dando estos debates. Los estados deberían hacerlo. Si no hay una iniciativa política para que se articule este debate y si además los trabajadores y las trabajadoras no tienen ningún tipo de cobertura para afrontar el mismo, los cambios se hacen de la manera más antidemocrática y el resultado será antidemocrático. Será un capitalismo salvaje.

La realidad vasca es diferente pero le afecta la involución del Estado español. ¿Qué hay que hacer desde Euskal Herria?

Políticas propias. La realidad vasca es diferente porque se han tomado decisiones y se han hecho políticas propias. Se ha defendido la industria y el tejido productivo cuando en el Estado estaban haciendo otras cosas. Es escandaloso y lamentable que cuando más necesaria es una política propia, cuando menos garantía económica te genera el Estado español, es cuando más se subordina dicha política a ese estado, sobre todo la económica y social.

¿Qué hace falta para hacer políticas propias? Necesitamos un diagnóstico compartido, unos acuerdos sobre esas políticas y tener todos en el horizonte una Euskal Herria sobre la que poder avanzar. Eso es lo que nosotros no vemos. No solo es porque hay una involución y una centralización que hace el PP, que el PSOE está apoyando y que el PNV acata, es también porque se ha optado por ese modelo de gestión de la crisis: no hacer política porque la salida de la crisis se va a dar desde lo privado y no desde lo público.

Hay condiciones para hacer políticas propias. Con una mayoría abertzale aplastante, una mayoría sindical abertzale y una sociedad que te ha hecho seis huelgas generales pidiendo políticas propias, la razón para no hacerlo es de opción; se ha optado por otra cosa.

Desde el mundo empresarial, «el otro lado de la barricada», se escuchan voces que plantean otras relaciones laborales (Koldo Saratxaga, Sabin Azua...) ¿Cómo ve esas propuestas?

Las valoramos y las situamos en el debate que hay que hacer, pero no vemos que haya un proceso donde, más allá de propuestas, sean realidades sobre las que trabajar. Cuando hablamos de un nuevo modelo de relaciones laborales no tenemos por qué construirlo desde el esquema clásico sindicatos-patronal-instituciones, se podría articular un debate más abierto, un debate con nuevos sujetos y nuevas perspectivas que sean la forma de desbloquear nudos. Entendemos que son un activo y un valor para ese debate, pero hay que articularlo y hay que situarlo en un proceso, porque si no, son buenas ideas que no tienen proceso donde ser depositadas.

Desde el sindicalismo, desde su relación tradicionalmente conflictiva con las cooperativas, ¿cómo se vive, qué supone la crisis de Fagor?

Nosotros estamos viviendo la crisis de Fagor en primera persona porque entendemos que LAB y el sindicalismo abertzale debe ser también parte de las soluciones. Por lo tanto es cierto que son relaciones conflictivas, pero también que nos corresponde a todos generar futuros viables para Fagor.

Para nosotros Fagor es sobre todo la alarma que sitúa la necesidad urgente de abrir ya el debate sobre el tejido productivo vasco. Si la crisis llega hasta Fagor, si la crisis pone en cuestión no el futuro de la Corporación Mondragon, pero sí lo que va a ser ese grupo en un futuro, quiere decir que esto no tiene límites, que han pasado cinco años y algunos hablan de recuperación pero aquí la crisis sigue su camino y nada se libra.

Por lo tanto, el caso de Fagor sobre todo nos ha llevado a profundizar en la línea de reivindicar una política industrial, una estrategia de cara al tejido productivo, a defender la urgencia de un diálogo y una negociación sobre una nueva política y un nuevo plan industrial donde los sindicatos también participemos y seamos capaces de asumir compromisos. Eso es lo que en su día le pedimos a la Diputación de Gipuzkoa y la crítica que le hacemos a Lakua.

Trabajamos en esas vertientes: ante Fagor, hay un plan de viabilidad que si no sale adelante es porque no tiene ni cobertura institucional por parte del Gobierno de Gasteiz ni ayuda financiera por parte de Kutxabank. Seguimos pensando que hay partes de ese negocio que son viables y seguiremos trabajando por que prevalezca esa opción, la mejor. En segundo lugar, nos situamos en este contexto como un agente que necesita ayudar a abrir el debate sobre política industrial.

Tras seis años de crisis, al principio parecía que el capitalismo se colapsaba, pero lo cierto es que la alternativa no termina de generarse...

La crisis del sistema no genera la alternativa, esta la generamos los que creemos que hay que cambiar el sistema si somos capaces de dar ese cambio, dotarlo de contenido y enmarcarlo en un proceso para poder crearlo. Generar o no la alternativa es una cuestión de poder. Hay una situación de poder y los que han generado la crisis siguen teniendo el poder tanto de gestionarla como de resolverla en sus términos. Entonces, no es una cuestión de si hay alternativa o no, sino de cómo se le disputa el poder a través de un contrapoder suficiente para que esa alternativa sea más sólida y se vaya imponiendo tanto en las políticas institucionales como en el resto de terrenos.

¿Qué supone eso en el ámbito vasco? La capacidad movilizadora la hemos demostrado, compromisos por parte de la sociedad para luchar se han visto una y otra vez. Entonces, ¿cuál es el problema? Simplemente que no tenemos instrumentos políticos para cambiar este sistema, que la gestión de la crisis está siendo antidemocrática y por lo tanto ser una gran mayoría y estar de acuerdo no es suficiente porque el poder lo tiene una élite que mediante imposición ha podido pasar por encima de la sociedad vasca. Las claves son seguir dotando de contenido a la alternativa, por supuesto, pero también apostar por el cambio político y por un proceso que nos dote de instrumentos para, no solo tener razón, sino tener capacidad de que esa razón sea la que determine las políticas de este país.