Elkarrizketa
Magüi Mira
Actriz

«El miedo y la cobardía moral nos han hecho perder cada vez más libertades»

Nacida en Valencia en 1945, el teatro fue una vocación que le despertó el autor José Sanchis Sinisterra de quien fue pareja y con quien tiene dos hijas en común (las también actrices Clara y Helena Sanchis). Desde su debut como profesional, a finales de los 70, se ha consolidado como una de las grandes de la escena estatal, aunque últimamente se ha prodigado más como directora.

Actualmente Magüi Mira simultanea la dirección de dos montajes exitosos, «Kathie y el hipopótamo» de Mario Vargas Llosa, con Ana Belén al frente del reparto; y «En el estanque dorado», con Héctor Alterio y Lola Herrera encarnando los papeles que hicieran en el cine Henry Fonda y Katherine Hepburn. Pero ella se siente, sobre todo, actriz, de ahí la pasión con la que se entrega a la defensa de un montaje como «La anarquista», un intenso pulso escénico con Ana Wagener que este fin de semana llega a Euskal Herria. Viernes y sábado estarán en el Victoria Eugenia, mientras que el domingo aterrizarán en el Teatro Gayarre de Iruñea. La próxima semana la obra (última creación del dramaturgo y cineasta David Mamet, uno de los más influyentes hombres de teatro de nuestra época) podrá verse también en Barakaldo.

«La anarquista» la ha devuelto a su faceta como intérprete. ¿Le resultó muy complicado deshacer el camino andado?

Francamente no, ya que mi labor como actriz es la que alimenta mis trabajos como directora. Cuando diriges un montaje escénico ya puedes tener al mejor equipo detrás, un texto grandioso y una producción a la altura que, al final, todo se reduce a los actores: ellos son la entraña del teatro. Es una temeridad dirigir teatro sin conocer el oficio de actor del mismo modo que nadie está capacitado para dirigir una gran orquesta sin saber tocar un instrumento. De hecho se nota mucho cuando el actor no se siente inspirado por el director, ya que la conexión con el espectador no se produce y en ese intangible se basa el éxito de este arte.

¿Y por qué decidió volver a exponerse como actriz con un personaje como este?

Al margen de que David Mamet es uno de los grandes dramaturgos de nuestro tiempo, me atrajo mucho el alcance de las cuestiones que pone encima de la mesa en este texto, cuestiones sobre las que no emite sentencia alguna pero que están muy presentes en nuestro entorno y que se refieren al conflicto entre individuo y Estado. Y, sobre todo, me atrajo el personaje de Cathy, una mujer que tras haber pasado más de tres décadas en la cárcel por haber asesinado a dos policías, reclama su derecho a la reinserción social arrepintiéndose de lo que hizo pero firme en sus convicciones y en sus ideas, a las que no renuncia. En este sentido es una mujer mucho más libre que Ann, el otro personaje, la funcionaria de prisiones con la que se entrevista para obtener la libertad condicional, alguien que en pleno uso de sus libertades resulta, en el fondo, una mujer sumisa, reprimida y asustada.

¿La ausencia de miedos es, en su opinión, la que nos hace libres?

Diría que sí, aunque progresivamente hayamos ido perdiendo más libertades, quizá precisamente por eso: por miedo, por cobardía moral. Pero en el fondo, ¿qué es eso de la libertad? Yo lo asumo como una condición inherente al ser humano cuyo desarrollo, sin embargo, tutelado por parte del Estado, nos resulta cada vez más restringido. Porque además, ¿dónde se han de fijar los límites para que el ejercicio de mi libertad no vaya en perjuicio de la de otros? ¿Basta pagar con una pena de prisión los excesos cometidos por uno o el cumplimiento de dicha pena tiene que ir acompañado de un arrepentimiento por parte del condenado? ¿Y ese arrepentimiento basta con que sea formulado o forzosamente ha de ser sincero? Llegados a este punto solo cabe preguntarse si el Estado tiene derecho también a exigir esa sinceridad al individuo hasta apropiarse no solo de su libertad de acción sino también de su libertad de pensamiento.

¿Es consciente del impacto que todo ese discurso que plantea la obra va a tener sobre la audiencia de Euskal Herria al calor de la actualidad más inmediata?

Sin duda. Se trata de un teatro de ideas, pero lo que ocurre es que no se pueden separar las ideas de las emociones, siempre están contaminadas las unas por las otras. Desde este punto de vista es inevitable que cada espectador conecte con la obra desde su propia experiencia personal: algunos empatizarán con mi personaje y sus motivaciones y otros lo harán de manera más plena con los planteamientos que defiende el de Ann. Esta función genera una gran interacción con el público. Cuando Cathy le cuestiona a Ann, «¿son mis ideas las que juegan en contra de mi reinserción?», buff, esa pregunta golpea el corazón y el cerebro del espectador, sea este vasco, madrileño o de Málaga.

En esa ambigüedad de quien arrastra un pasado de lucha armada y reniega de él ante la desconfianza de las instituciones, ¿cómo ha logrado asumir las razones de este personaje? ¿Y cómo hacer creíble a alguien cuya credibilidad es puesta en duda permanentemente?

Digamos que el conflicto que sostiene la obra se plantea desde la paradoja, como también resulta una paradoja que ideas mucho más violentas y depravadas que aquellas que defiende esta mujer, y que la retienen en la cárcel, aparezcan legitimadas por el Estado causando más muertes y humillaciones que cualquier acción armada. Más que interpretar a Cathy, me planteé ser ella, solo así puedo resultar creíble al espectador, con independencia de que entienda sus razones o no, porque además entenderlas no significa compartirlas, aunque creo que el espectador termina por sentir afinidad con alguien que se muestra tal cual es, a pelo, sin coartadas de ningún tipo.

¿Hasta qué punto diría que la edad, el paso del tiempo, le hace a uno ser más radical en sus convicciones?

A mí por lo menos me pasa y también en eso conecto con Cathy. Porque tu cuerpo envejece pero tu cerebro no y cuando ves tus primeras arrugas es como una señal que te avisa de que cada vez te queda menos tiempo y eso, a su vez, te hace ir abandonando prejuicios, liberarte para decir y hacer lo que piensas de una manera mucho más sincera.

En EEUU esta obra fracasó, algo atribuido a la deriva ideológica de Mamet hacia posiciones reaccionarias.

Puede que algo de eso hubiera, aunque cuando las cosas no funcionan se debe a una suma de elementos. Yo vi el montaje en Nueva York pocos días antes de estrenarlo en Madrid y mi percepción fue que David Mamet en su propuesta escénica como director denotaba bastante más cobardía que en su calidad de autor del texto. Puede que algo tuviera que ver el hecho de que fuera estrenada con hechuras de gran producción, eso creo que les llegó a condicionar hasta descafeinar la propuesta y, en cierto modo, desnaturalizarla, buscando conectar con un público masivo a fin de rentabilizar el montaje.

¿No cree que a la hora de juzgar el trabajo de la gente de la cultura, el ciudadano lo hace atendiendo a sus prejuicios?

La cultura es un techo en el que tendríamos que cobijarnos todos más allá de las ideologías o de afinidades partidistas. La gente debería asumir que con una obra como «La anarquista», estamos haciendo cultura, no doctrina. Dicho lo cual es verdad que cada vez los prejuicios tienen mayor calado y, lo que es peor, se fundamentan sobre argumentos cada vez más frívolos y mediocres. Categorizar a tal o cuál actor por lo que dice o lo que piensa más allá de su labor profesional me parece temerario. Lo que tendríamos que hacer es ir a ver su trabajo y después valorarlo en conciencia sin apelar al estereotipo.

«El nivel de complicidad que tengo con Wagener, solo lo he vivido con ella»

Las obras que se basan en el enfrentamiento directo entre dos personajes exigen una compenetración plena entre los actores que los encarnan, quienes suelen afrontar estos trabajos como si de un partido de tenis se tratase, donde hay que estar tan atento al saque como al resto. En el caso de «La anarquista» ese nivel de dificultad se ve acentuado según Magüi Mira, porque «no hay elipsis de ningún tipo sino que todo lo que acontece en el escenario sucede en tiempo real. El montaje dura lo que dura la entrevista entre la presa y la funcionaria que gestiona su solicitud de libertad condicional».

En este sentido la actriz no duda en resaltar la generosidad de Ana Wagener, su compañera de reparto en esta obra y una de las secundarias más solventes del reciente cine español como lo prueban sus interpretaciones en filmes como «7 vírgenes», «Biutiful» o «La voz dormida», por el que ganó el Goya hace un par de años: «Ha sido un regalo mutuo poder trabajar juntas puesto que, desde la admiración recíproca que nos profesamos, hemos emprendido un viaje en común bastante peligroso».

Según Mira: «Ambas mantenemos el trabajo vivo fuera de escena, lo comentamos e intercambiamos puntos de vista sobre la representación, porque el verbo representar quiere decir justamente eso: volver a traer al presente y eso es lo que hacemos con este montaje día tras día».

Magüi Mira, desde su veteranía sobre las tablas, es tajante al afirmar que «el nivel de complicidad y entrega que tengo con Ana en esta obra es algo que solo lo he vivido con ella». J.I.