Mikel CHAMIZO
CRíTICA | clásica

El artista tras la guitarra

Milos es una figura singular en el mundo de la música clásica. Aunque su carrera internacional despegó hace tan solo 3 años es ya toda una estrella mediática «a pesar» de tocar la guitarra, un instrumento que nunca se ha contado entre los más populares para el público clásico. Milos es joven, guapo, vende muy bien su imagen, hace videoclips, se mueve como pez en el agua en las redes sociales... particularidades que, no por estar más que aceptadas en cualquier otro ámbito de nuestras vidas, dejan de generar cierta desconfianza entre un público muy anclado a ciertos clichés de seriedad ritual. Además Milos se presentó en Euskal Herria nada menos que con el «Concierto de Aranjuez», favorito entre las favoritos de un amplio sector de melómanos. Me temo que, inevitablemente, muchos le estábamos poniendo a prueba.

Pero Milos, en sus cinco actuaciones junto a la Orquesta de Euskadi, ha sabido mostrarse como un músico con voz propia e importante. Su ejecución de la difícil partitura de Rodrigo no fue la más impoluta que hayamos visto por aquí, se vislumbraba algo de inexperiencia trabajando junto a una orquesta, pero artísticamente rayó a gran altura, con esa impronta única que solo saben imprimir los artistas de primera línea. Donde mejor se desveló el secreto del fenómeno Milos fue, en cualquier caso, en los bises de Falla y Tárrega, hechizantes.

El guitarrista montenegrino tuvo la suerte de contar con el apoyo de un director también joven pero realmente interesante, Michael Francis, y una OSE en estado de gracia. Juntos firmaron una «Patética» de Tchaikovsky sobresaliente.