Félix Placer Ugarte
Teólogo
GAURKOA

Maquiavelo

En este artículo, Félix Placer hace un somero repaso de algunas de las obras del estadista Nicolás Maquiavelo, «aparentemente contradictorias», de las que existen dos interpretaciones. Concluye que ambas son aplicables al panorama político actual: el neoliberalismo, que justifica todo tipo de medios para sus fines, es «la expresión actual de un maquiavelismo llevado a sus límites más nefastos».

Hace quinientos años el estadista florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527) escribió su conocida obra «El Príncipe». Recordar y analizar su ideología no es un erudito ejercicio de memoria de las ideas y teorías políticas de aquel importante y significativo escritor. Ofrece, en mi opinión, una valiosa reflexión para ayudar a la toma de conciencia de la actual realidad política mundial y estatal.

Maquiavelo vivió tiempos de gran agitación y crisis en la Italia de los papas Julio II y León X y en la humanista Florencia de los Medici. Dentro de aquel contexto y en el esplendor cultural y artístico del renacimiento italiano (Leonardo da Vinci, Miguel Angel, Rafael...), elaboró sus teorías estadistas.

Sus convicciones básicas le habían llevado a proponer la república como forma política ideal de estado, independiente de la religión y de la dominante cristiandad y su moral, lo cual le ocasionó, como él mismo comenta, «muchas fatigas y dificultades». En efecto, acusado de conspiración contra los Medici, fue encarcelado y torturado. Liberado por León X, se retiró a las afueras de Florencia donde escribió sus obras más conocidas: «El Príncipe» y, simultáneamente, el titulado «Discursos sobre la primera década de Tito Livio». Por sus tesis políticas sobre la independencia del estado y su total autonomía es considerado padre o inspirador de la política moderna que más tarde desarrollarían en líneas divergentes Hobbes (absolutismo monárquico) y Locke (liberalismo político).

A raíz de las afirmaciones de «El Príncipe», se elaboró, más tarde, en Europa la ideología del «maquiavelismo» como doctrina política basada en la prepotencia de la razón de estado que subordina todo a su eficacia política y donde, por tanto, «el fin justifica los medios».

Sin embargo, según intérpretes significados del escritor florentino (entre ellos Fichte y Hegel), no es esta la tesis de su famoso libro dedicado al «Magnífico Lorenzo de Medici». En este texto breve de agudo ingenio y contenido sinuoso y esotérico, también sarcástico, (inscrito luego en el índice de libros prohibidos), Maquiavelo trata de congraciarse con el príncipe de la espléndida ciudad florentina proponiendo toda una línea de conducta política donde describe la virtù del gobernante con consignas sorprendentemente inmorales. Entre otras afirmaciones se lee, por ejemplo, que «es necesario que un príncipe que se quiera mantener aprenda a no ser bueno»; propone que «ha de ser tacaño con los bienes propios y generoso con los ajenos»; opina que «un príncipe no debe preocuparse de tener fama de cruel por mantener a sus súbditos unidos y fieles» y que «es más seguro ser temido que ser amado»; constata que «los príncipes que han hecho grandes cosas son los que han dado poca importancia a su palabra» y, por tanto, su consejo político es que «los príncipes deleguen en otros las tareas odiosas y ejecuten por sí mismos las agradables». Pero, más tarde, el mismo Maquiavelo ofrecía un autorretrato desconcertante: «Desde hace algún tiempo nunca digo lo que pienso y nunca creo lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil reconocerla», escribe, en 1521, al historiador florentino Francesco Guicciardini.

No puede extrañar que de tales afirmaciones se concluyera, por parte de gobernantes interesados, un «maquiavelismo» que justifica todo para conseguir eficacia política. Sin embargo, «El Príncipe» y sus estrategias descritas por Maquiavelo tienen dos lecturas. Una analítica que pone en evidencia, en forma de asesoramientos políticos y sibilina alabanza, la situación de su época bajo los Medici y el papado y, al mismo tiempo, otra que con astucia los desacredita y crítica radicalmente.

Para comprender su pensamiento y línea política, no hay que olvidar, como ya he advertido, que al mismo tiempo que este famoso opúsculo, Maquiavelo escribió el ya citado sobre Tito Livio, menos conocido. En este extenso y sutil trabajo, el estadista florentino apoya, defiende y justifica la república democrática y la libertad ciudadana y no el principado autoritario por encima del pueblo. ¿Cómo interpretar, entonces, a este escritor político aparentemente contradictorio en las tesis de sus dos obras principales?

Ambos libros, de la misma época, son necesarios para entender su forma de pensar y de exponerla en el peligroso contexto en el que escribía y que le había acarreado penosas consecuencias. En realidad, según analistas reconocidos -Leo Strauss y otros, como L. Rodríguez Duplá-, «El Príncipe» es un ejercicio crítico de la realidad política de su época, en la que llega a proponer a Fernando el Católico (el conquistador de Navarra con bula papal) como modelo de estadista. De esta forma, Maquiavelo trata de poner en evidencia, con realismo cruel y despiadado, al gobernante de su tiempo, al que se le atribuye virtù política, porque aprovecha la fortuna para lograr sus propósitos. Desde esta perspectiva, su obra, que describe aquella estrategia, es en última instancia el negativo de su pensamiento estadista expuesto en positivo en sus «Discursos». Aquí expone -no sin incoherencias, que Maquiavelo busca expresamente- su visión y teoría políticas democráticas y republicanas de la primacía del bien común sobre la utilidad individual, de la moral y de la razón contrapuesta a la realidad efectiva del mundo político y la inmoral virtù en que vive; eso sí, negando todo ideal religioso que trascienda al hombre y a la sociedad.

Las dos lecturas que se han hecho del pensamiento de este controvertido pensador político renacentista resultan de gran actualidad para el panorama político actual. En lo que podemos llamar también «realidad efectiva» de la política económica mundial y del Estado monárquico español y su actual Gobierno, sus estrategias siguen y aplican las pautas del maquiavelismo en proporciones y dimensiones inusitadas.

En efecto, en la llamada globalización, los intereses del capital y sus finanzas, las empresas multinacionales, el neoliberalismo, en definitiva, justifican todo tipo de medios utilizados para sus beneficios. Son la expresión actual de un maquiavelismo llevado a sus límites más nefastos. La clarividencia analítica de «El Príncipe» puede aplicarse a esta política dominante y arrasadora, a la cual sirven y siguen los estados más poderosos y sus vasallos.

Y la actual estrategia gubernamental española, dentro del Estado monárquico constitucional, sigue esas mismas directrices en su política económica, tal como lo vienen demostrando sus medidas ante la crisis. Las frases de Maquiavelo arriba citadas podrían aplicarse con pertinencia al Gobierno y su presidente. Cuando instancias como el Consejo de Europa denuncian la corrupción de partidos, están poniendo en evidencia el maquiavelismo político de estos grupos. Si concretamos esta lectura a la política penitenciaria, las denuncias del sistema ante la conculcación de derechos son una demostración más de estrategias maquiavelistas; el mantenimiento de un estado monárquico, la negación de la consulta a Catalunya y del derecho a decidir en Euskal Herria pueden leerse y aplicarse con toda pertinencia, desde la descripción de «El Príncipe», a quienes justifican los medios para mantener una España uniforme y un Estado único. Y todo ello, tal como continuamente se proclama, bajo la apelación a la «responsabilidad» (utilizando la categoría de Max Weber), al realismo político y a la razón de estado para garantizar la continuidad y el progreso del pueblo y su servicio a fin legitimar sus medidas políticas, económicas, penitenciarias.

Maquiavelo y su pensamiento son hoy, por tanto, en su lectura más genuina, una denuncia radical de sistemas políticos que siguen y ponen en práctica lo que «El Príncipe» describe pero evitan e impiden las propuestas y realización de sus «Discursos» para una democracia regenerada.