El revuelo causado por la decisión del alcalde de Bilbo de mantener en el edificio consistorial las fotografías de los alcaldes franquistas ha obligado al Ayuntamiento a mover ficha, aunque lo ha hecho de forma tan aparentemente inopinada que seguramente causará sonrojo a los protagonistas dentro de unos años, cuando juzguen sus propios actos desde otra perspectiva, lejos de sus cargos actuales. Y es que la propuesta de crear una «galería interpretativa» como fórmula para no retirar los retratos parece más una forma camuflada de sostenerla y no enmendarla que una solución lógica al escándalo provocado.

La semana pasada Iñaki Azkuna respondió como suele a la interpelación procedente de EH Bildu en torno a este tema, con arrogancia y una falta de respeto que no por habitual tiene un mayor pase. Lo que ocurre es que en esta ocasión las declaraciones del mandatario bilbaino y, sobre todo, su insistencia en mantener en un lugar de honor a quienes representaron al dictador Francisco Franco en la villa es tan impresentable ante la opinión pública que incluso miembros de su partido han tenido que salir al paso, aunque cuidándose mucho de desautorizar al omnipotente alcalde. También el grupo municipal del PSE se ha mostrado partidario de quitar los retratos, y en el consistorio se han visto en la obligación de empezar a recular.

Pero entre la necesidad de corregir su error y la soberbia que caracteriza al gobierno municipal ha salido un término medio estrafalario como es ubicar a los ediles franquistas en un «espacio de conocimiento e interpretación» de los alcaldes de la capital vizcaina en el curso de su historia, que estaría abierto a la visita de escolares. Si se trata de un modo de difuminar la responsabilidad de aquellos que Azkuna considera dignos predecesores y que para la mayoría de los bilbainos y bilbainas forman parte de la historia negra de su ciudad, se equivocan; esa galería, si se construye, no podrá borrar el horror que representan sus protagonistas.