Lüpertz: Jubiloso homenaje a la pintura en el Bellas Artes de Bilbo

60 pinturas, 19 esculturas y 12 obras sobre papel componen la exposición «Markus Lüpertz. 1963-2013», la primera antológica dedicada al creador alemán en el Estado español. La muestra, comisariada por Kosme de Barañano, ha sido capaz de emocionar al mismo artista por su capacidad de «acercarle a su propia obra» y de «explicarla de una manera tan sencilla y directa». El trabajo de Lüpertz es una oda a la historia de la pintura y a su capacidad de expresión.

Desde hoy y hasta el 15 de mayo, puede visitarse en el Museo de Bellas Artes de Bilbo la exposición «Markus Lüpertz. 1963-2013», la primera antológica dedicada en Euskal Herria al artista alemán. La misma está producida por el propio museo (con apoyo de la BBK) y ha sido comisariada por Kosme de Barañano, amigo personal de Lüpertz.

Compuesta por 60 pinturas, doce trabajos sobre papel y 19 esculturas, la muestra resume cincuenta años de trayectoria profesional de Markus Lüpertz (Bohemia, 1941), cincuenta años de homenaje a la pintura como medio de expresión.

No está de más recordar que la obra del escultor y pintor alemán está presente en Bilbo desde hace ya unos años: la escultura «Cabeza de mujer. Cabeza de mi madre» (1987) y la pintura «La herramienta del arquitecto» (1988) pertenecen al Museo de Bellas Artes desde 2002 y 2009, respectivamente. Además, en la Campa de los Ingleses (o paseo de Abandoibarra) se encuentra, desde el año 2000, su escultura «Judith».

Markus Lüpertz pertenece a la generación de artistas alemanes nacida tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, hecho que le emparenta con el expresionismo centroeuropeo de principios del siglo XIX (Oskar Kokoschka,; Die Brücke, con Kirchnner y Nolde; o Der Blaue Reiter) por compartir una reflexión intelectual y estética semejante sobre el ser humano en tiempos de hecatombe y de incertidumbre.

Lüpertz, de hecho, es considerado integrante del grupo artístico Die Neue Wilden (Los nuevos salvajes o expresionistas) surgido a finales de los años setenta y principios de los años ochenta.

La exposición antológica de Bilbo está organizada de modo cronológico aunque, como señaló en la rueda de prensa su comisario Kosme de Barañano, «salpicada con saltos en el tiempo», con «rupturas» que ayudan a entender que siempre está presente el «mismo espíritu» y a comprender el «pensamiento visual» de Markus Lüpertz.

Defender la pintura

El artista alemán, quien gusta de acudir a sus exposiciones, manifestó que la muestra es «francamente bonita». Dijo también que está buena selección realizada por Barañano «le emociona y le extraña» porque ha sido capaz de acercarle a su propia obra y de explicarla de «una manera tan directa y sencilla», algo que le anima a seguir trabajando.

Lüpertz también dijo que en este mundo, pleno de estímulos, «la pintura es muy importante», constituyendo una «forma de expresión» que le gusta defender.

«Alegría y emoción» es lo que siente cuando se inauguran sus muestras, señaló el artista, esperando que el público lo viva del mismo modo, que repare en lo importante que puede ser la pintura para la «fantasía y el sentido de la vida».

Sublime

La exposición comienza con una obra de 1963 de la serie «Donald duck», ejemplo de la reacción de Lüpertz al pop-art anglosajón y continúa con los «ditirambos» donde enfatiza las «estructuras simétricas, uniformes o repetitivas» de objetos banales como troncos, chimeneas, tiendas de campaña e, incluso, un balón de fútbol.

El primer capítulo, que abarca la década que va de 1963 a 1973, incluye también «Los motivos alemanes», una ácida crítica al período nazi: en estos, Lüpertz utiliza elementos como cascos, uniformes, espigas o caracoles. Según señala Barañano en el catálogo de la muestra, «los representa como una mancha de color aislada del resto de la composición, uniendo así lo visual con lo afectivo».

Pero este capítulo, al igual que los demás, está, en efecto, «salpicado» de esas «rupturas» del tiempo lineal, de esos elementos que realmente convierten la vista en una experiencia sublime, divertida y pedagógica: así no podemos por menos que estar de acuerdo con lo que en la presentación expresaron tanto el comisario como el artista.

Aunque Lüpertz evoluciona y coquetea con la abstracción, lo figurativo no desaparece por completo, siendo la figura humana lo más destacable dentro de este rubro.

Figuras humanas que deconstruye, retuerce enlazando en objetivos y lenguajes con el expresionismo del primer cuarto del siglo XX.

No es este, sin embargo, el único guiño que la producción pictórica de Markus Lüpertz hace a la historia de la pintura, a la pintura como «forma de expresión». Además del expresionismo, el trabajo del alemán entronca también con el arte clásico, el cubismo, el barroco o los fauves.

De este modo, la serie «Arkadien» está próxima al tratamiento que se daba a la figura humana en el siglo V a.c. no faltando la curva praxiteliana (como se puede apreciar en una de las imágenes superiores).

Otro ejemplo del cariño del pintor por la Antigüedad son los «Cuadros sobre la sonrisa micénica»: «Día de verano» (1985), de 4 metros de largo y con una composición que evoca el cubismo, es prueba de lo dicho.

Entre esos elementos que se reproducen encontramos, por ejemplo, las vanitas (o vanidades: bodegones, muy propios del barroco, donde los objetos representados son todos símbolos de la fragilidad y la brevedad de la vida, de que el tiempo pasa, de la muerte, como las calaveras). Estas vanitas aparecen en «Trabajo de huesos» (1980), «Halloween II» y «Versión de Navidad» (1987), «Naturaleza muerta» (1997) o «Sin título» (1999)... «Rupturas» que aparecen aquí y allá, a lo largo de las salas (otra de estas son los caracoles).

Ya lo dice el propio Markus Lürpetz: «La lucha contra la muerte es el conflicto más importante que debe encarar el artista».