José María Sasiain Arrillaga
Licenciado en Historia
GAURKOA

La segunda República

Con el repaso pormenorizado de los hechos que dieron lugar a la segunda República española, su desarrollo y su caída, José María Sasiain hace frente a las interpretaciones de algunos investigadores que, a su juicio, incurren en un error conceptual. Rechaza el autor la vinculación del «fracaso de la República con la inevitabilidad de la Guerra Civil». Opina que la investigación del periodo republicano debe realizarse desligándolo del desenlace de la guerra, de la que afirma «ni fue inevitable, ni se ha demostrado que la responsabilidad del inicio de la guerra pueda ser achacada a la República».

Las elecciones municipales de abril de 1931 dejaron sin apoyos al régimen monárquico. En la mañana del 14 de abril, el conde de Romanones comunicó a Alfonso XIII que se imponía la renuncia y la delegación de los poderes de la monarquía. La entrevista que el Conde mantuvo con Alcalá Zamora no dejó lugar a dudas, este había recibido garantías de neutralidad del general Sanjurjo, Director General de la Guardia Civil. El Rey, tras su renuncia ante el Consejo de Ministros, sale de España vía Portugal.

En Eibar se proclamó la República. Madrid estallaba en júbilo desbordante. Miguel Maura, compañero de partido de Alcalá Zamora, escribía: «No hicimos más que recoger en nuestras manos, cuidadosamente, amorosamente, pacíficamente a España...».

Los comienzos de la República fueron alentadores. La oposición monárquica al Gobierno, confusa y diseminada, no representaba una amenaza inmediata. Poco después, se torcería el esperanzador inicio. El domingo día 10 de mayo, con motivo de la inauguración de las instalaciones del Círculo Monárquico de Madrid, se lanzaron vivas al Rey mientras que por la megafonía sonaba la Marcha Real. Se produjeron altercados y una posterior concentración frente al diario monárquico, «Abc». La intervención de la Guardia Civil provocó heridos y dos muertos. Inmediatamente se produjo una concentración de repulsa demandando la dimisión del responsable ministerial, Miguel Maura. Este exigió la disolución de los manifestantes, a lo que se opusieron varios ministros, temerosos de que la intervención de la Guardia Civil pudiese provocar una masacre. El lunes siguiente se inició la quema de conventos e iglesias.

La República se enfrentaba a una tarea ingente. El voluntarismo, la ilusión de que se contaba con los apoyos necesarios para afrontar problemas estructurales de la España de los años treinta: propiedad de la tierra, presencia de la Iglesia en el ámbito civil, protagonismo de la milicia, división social, atraso económico, aspiraciones autonomistas, empuja a los responsables políticos de la época a suscitar esperanzas entre los más desprotegidos, que pronto se verán defraudadas.

Entre los muchos incidentes que se produjeron menciono dos de los más significados:

Sanjurjada. Don Manuel Azaña inició la tarea de modernizar y depurar el Ejército. Pasó de contar con 16 divisiones a limitarlas a 8; cerró la Academia de Zaragoza y redujo el efectivo de oficiales de 18.000 a 8.000 miembros. Sanjurjo fue trasladado de la dirección de la Guardia Civil a la de Carabineros. Todas estas reformas crearon un clima de desasosiego en la cúpula militar. Los contactos entre miembros destacados del ejército y grupos monárquicos se hicieron habituales. Sin grandes disimulos, en las tertulias se hablaba sobre el posible «levantamiento». Efectivamente, el golpe de Estado se adelantó al 10 de agosto de 1932. La precipitación determinó su fracaso. En Madrid se desbarató el intento de la toma del Ministerio de la Guerra. En Sevilla, sin embargo, Sanjurjo logró controlar la ciudad por unas horas, pero en breve la intentona fue derrotada. Socialistas, republicanos y radicales apoyaron al Gobierno, al igual que las fuerzas sociales, incluida la patronal más influyente. El desenlace fortaleció a la República y permitió al Parlamento aprobar el polémico Estatuto de Cataluña.

Revolución de Octubre. El tres de setiembre de 1933 cae el Gobierno de Azaña. El Gobierno que le sustituye, presidido por Lerroux, apenas dura unos días. Las elecciones al Parlamento, prevista a dos vueltas, en las que participa una izquierda dividida, dio el triunfo a la derecha aglutinada en torno a la CEDA. La representación parlamentaria se vuelve aún más compleja, de las listas electorales presentadas 20 opciones políticas obtuvieron representación, entre ellas el PC, que obtiene un solo escaño. La atomización de la representación política, posiblemente reflejo de una sociedad inconexa, dificulta la aglutinación de fuerzas en torno a los diferentes proyectos de reforma, tanto desde la posición de gobierno como de la oposición. Lerroux, líder del Partido Radical, segunda opción por número de escaños, formó Gobierno con el apoyo parlamentario de la CEDA.

El PSOE sufría una aguda división. Julián Besteiro, partidario de apuntalar la República, se enfrentó a las posiciones de Largo Caballero, este estimaba que la República burguesa había llegado a su final. Gil Robles, dirigente de la CEDA, planteó la entrada de la coalición en el Gobierno. El cuatro de octubre de 1934 se formó un nuevo ejecutivo con la participación, por primera vez, de tres ministros de la CEDA. La respuesta del PSOE no se hizo esperar, se convocó la huelga general.

La huelga, con activos tintes insurreccionales, fracasó en Madrid tras la detención preventiva de varios militares implicados. Se produjeron enfrentamientos en Bizkaia, Gipuzkoa y pueblos de Aragón y Andalucía. Lluís Companys proclamó el Estado Catalán en la República Federal Española, proyecto inmediatamente desarticulado por el Gobierno mediante la intervención militar del general Domingo Batet.

Donde realmente cuaja el movimiento es en Asturias. El foco de la revuelta se localiza en la cuenca minera. Los combates se prolongan hasta el 12 de octubre. El general López de Ochoa, apoyado por las tropas venidas de Africa al mando del coronel Yagüe, derrotó la insurrección. Mientras, Francisco Franco, en Madrid, asesoraba al Ministerio de Guerra. Según sean las fuentes, las víctimas mortales se sitúan entre 1.500 y 2.500. Seguidamente se suspendieron las funciones del Parlamento Catalán. El vacío que se abrió entre la izquierda y la derecha se hizo poco menos que insalvable. Es esclarecedor cómo dos historiadores de la talla de Tuñón de Lara y Salvador de Madariaga, ambos contemporáneos a los acontecimientos, valoraban la Revolución de Octubre. El primero afirmaba que en el caso de Asturias: «se trataba, sin ningún género de dudas, de una revolución social». Madariaga, por el contrario, escribía: «con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de la más mínima autoridad moral para condenar la rebelión de 1936».

En el estudio de la formación y desarrollo de la segunda República, algunos investigadores incurren en un error conceptual que me parece reseñable. Este se produce al vincular el fracaso de la República con la inevitabilidad de la Guerra Civil, es decir, los horrores de la segunda fueron provocados por los desmanes de la primera. Un análisis de estas características, vinculando directamente posible causa y efecto, invariablemente nos conduce al error. El proceso de investigación del periodo republicano debe realizarse sin tener en cuenta el apriorismo del desenlace final, es decir, la Guerra Civil. Ni esta fue inevitable, ni se ha demostrado que la responsabilidad del inicio de la guerra pueda ser achacada a la República. Es la facción del Ejército que da el golpe de Estado, posiblemente con la idea de reproducir un cambio de régimen al estilo de los pronunciamientos decimonónicos, quien rompe con la legalidad democrática y quien provoca el horror de una guerra debastadora y cainita. Que la República tuviera en su interior enemigos, y no solo en el campo de los alzados en armas, es otra cuestión.