CARLOS GIL
ANALISTA CULTURAL

Cotos

Cada vez niños y niñas acuden antes a presenciar espectáculos de artes escénicas. Es habitual la programación de obras para edades que van de cero a tres años. Una experiencia sensitiva y de relación que siempre nos ha parecido adecuada. Pero esta precocidad lleva a que, según los especialistas, esos mismos niños y niñas, abandonan todo interés por las artes escénicas a partir de los nueve años. Se sienten mayores para las propuestas habituales tan infantilizadas. Y a partir de esa edad sus intereses se canalizan a través de tecnología interpuesta, sin olvidarnos de la búsqueda de la experiencia vital que parece haberse adelantado tanto en niñas como en niños.

Es un panorama desalentador. Si a los diez años pléyades de niños y niñas consideran que no les interesa lo que se les ofrece en las programaciones teatrales o de danza, si se abre un vacío que se amplía en la pubertad y la juventud, ¿dónde se pueden volver a enganchar a la cultura en vivo y en directo estas generaciones? No se encuentran respuestas adecuadas. Empieza a ser un drama. Las butacas de los teatros y salas están ocupadas por espectadores de más de cuarenta años, generaciones que sí tuvieron una continuidad. Y dicen los expertos que la crisis influye en esta circunstancia ya que son los mayores, incluso los jubilados sin cargas familiares, los que pueden disponer del dinero para acudir a los teatros.

Se están creando cotos cerrados, peligrosos, que se alimentan de programaciones conservadoras para complacer a esta clientela, olvidándose de los espectáculos emergentes, de los nuevos lenguajes que deberían atraer a los públicos jóvenes. Vamos hacia una fosilización acelerada.