Raimundo Fitero
DE REOJO

Saco roto

El gobierno puede multar hasta con medio millón de euros a los canales si suben el volumen cuando emiten anuncios publicitarios. Esta costumbre ancestral de variar el volumen emitido era un excelente despertador para la hora de la siesta. Pero desbarataba todas las estrategias de convivencia cuando sucede en los programas nocturnos en esos momentos que alguna parte de la familia, estudiantes o trabajadores de turnos de madrugada, están durmiendo mientras la otra parte está despreciando su vida ante las muchas imbecilidades que ocupan los horarios de máximas audiencias.

Por cierto, según las estadísticas en el año 2013 dedicamos cada individuo doscientos cuarenta y tres minutos diarios a estar delante del electrodoméstico esencial. Cuatro horas por barba. Cuatro horas que no se administran de una sentada, sino a ratitos, pero que sumados dan esa cantidad tan grande para llevarnos hacia la idiocia colectiva. Si tienen curiosidad, y tiempo, cronometren su relación con el aparato y verán cómo les sale esta cantidad, además sin sentir ningún tipo de mala conciencia ni de pérdida de oportunidades para hacer otras cosas de mayor utilidad e interés. Cuenten todos los minutos, los que están directamente dedicados a ello y los que lo hacen compartiendo los fogones o la plancha o incluso el ordenador. Esa es otra, si sumamos el ordenador o el teléfono nuestra visión del mundo es un rectángulo animado.

Uno entiende que esas horas que consumimos diariamente ante ese aparato son las que caen en saco roto, las que se metabolizan instantáneamente y van desprogramando a ese ser humano formado por terminales nerviosas activadas por impulsos endogámicos de respuesta a incentivos externos. Es la única fuente de información de millones de individuos. Es una maquinaria de manipulación de masas. Un gran invento que se utiliza como adormidera social, como opio universal de masas. Y cada cual tiene su dosis regulada. Esto no casa bien con la intromisión del gobierno en el volumen de nuestro receptor. El horario de los programas, las bandas de protección infantil y el volumen, deberían ser voluntarios, el único espacio de relativa libertad de elección. Pues ni eso.