César Manzanos Bilbao
Doctor en Sociología
JO PUNTUA

Sinhogarismo generalizado

Nos tememos que la mayoría de esas personas que viven solas lo hacen no como fruto de una decisión propia, sino porque están más solas que la una

Uno hace tiempo compartía los tópicos anquilosados sobre quiénes eran las personas sin hogar. Pensaba que era un fenómeno residual que afectaba a un puñado de drogadictos sin cobertura económica o familiar, alcohólicos, enfermos mentales, maltratadores insoportables, atorrantes irreverentes, prostitutas iracundas, inmigrantes fracasados, mendigos impenitentes y demás tipos infames que debido a su inadaptación y, sobre todo a su endeble personalidad y flaqueza mental, no tenían donde caerse muertos.

Después, comenzó a difundirse la situación de los hogares que víctimas de la deudocracia, de la precariedad laboral, del incremento de los despidos y de las hipotecas basura, iban siendo desahuciados y expulsados de sus domicilios. Ya eran cientos de miles de familias los nuevos sin hogar gracias a la iniciativa de los bancos, claro está, con la colaboración y la aquiescencia de un estado que dice garantizar el derecho a la vivienda y se dedica a expulsar por la fuerza mediante la brutalidad policial a quien se oponga a ser desalojado. Muchas de esas familias fueron de esta manera expulsadas de facto del país, otras cuando les fue posible tuvieron que recurrir a la solidaridad de sus parientes más cercanos y, las que ni pudieron regresar ni ser subsidiadas por sus familiares, se han convertido en nuevos parias de una sociedad que mira para otro lado.

Más tarde, uno se dio cuenta de que podemos sumar al sinhogarismo no solo a las personas sin techo y desahuciadas, sino a las cientos de miles que habitan en un domicilio, bajo un techo, pero que están deseando no regresar a casa o salir cuanto antes de ella por vivir en condiciones de aburrimiento, de desidia, cuando no de insoportabilidad, sujetas a relaciones que se le impusieron o eligieron por el miedo a estar solas, sin saber, que la soledad más terrorífica es la que se siente cuando se está con alguien tan solo por el temor a vivir en soledad.

Ahora, además para más inri, uno abre un poco más los ojos, o desempolva su polucionado cerebro y descubre que a todos estos lugares del sinhogarismo, habitados por más de una persona, se suma el hecho de que la tendencia demográfica ya superada en muchas ciudades es a que uno de cada tres domicilios esté habitado por una sola persona. La tendencia sería a mi juicio motivo de alegría siempre y cuando todo el mundo eligiera vivir en soledad en su casa.

Menudo lujo. Pero quienes nos dedicamos a la sociología de los asuntos prohibidos, nos tememos que la mayoría de esas personas que viven solas lo hacen no como fruto de una decisión propia, sino porque están más solas que la una. Desearían compartir su vida pero por diversas circunstancias se encierran en casa a ver la vida pasar por delante del televisor. Por eso todas las cadenas de televisión, en su agenda oculta de asuntos a tapar, entierran y/o satanizan todos estos sinhogarismos y, no digamos a los asquerosos ocupas, por si acaso, a los solitarios con techo, pero sin hogar, se les ocurriera compartir su vivienda con quienes la necesitan.