Joseba VIVANCO
Una temporada de récord y de regreso a la máxima competición continental de clubes

Los leones reverdecen una nueva campaña de vino y rosas guiados por Valverde

El técnico gasteiztarra ha sido la pieza sobre la que ha pivotado una plantilla con una mentalidad ganadora y más madura en lo futbolístico, apuntalada en jugadores como Iturraspe, Laporte, Aduriz, Iraizoz o Rico.

El técnico rojiblanco Ernesto Valverde no tuvo empacho alguno en valorar la temporada de su equipo como de «diez». Y sin bilbainada de por medio. Probablemente la nota que él mismo recibiría de una afición que despidió con honores a Marcelo Bielsa pero que para nada dudó de quien iba a ser su relevo en el banquillo del Athletic. Que muchos quisieran -quisiéramos- la continuidad del Loco argentino no significó ni mucho menos resquemor alguno hacia la llegada de un viejo conocido, pero además respetado y valorado como Txingurri Valverde. «Es un desfío sustituir a un entrenador con el carisma especial» de Bielsa, reconocía en su presentación ante los medios de comunicación allá en junio. Un desafío cumplido con creces.

La labor del de Viandar de la Vera ha resultado clave para lo que luego ha venido, ha ido en consonancia con el crecimiento futbolístico del equipo a medida que se gestaba el curso, aunque no es menos lícito dudar de que esto no hubiera sido posible sin los dos años de labranza del de Rosario sobre el verde césped de Lezama. Sobre todo en mentalidad. En mentalidad ganadora. En mentalidad protagonista. Esa mentalidad de creerse tan buenos como cualquiera. Y hoy jugadores jóvenes como Iturraspe o Laporte son incluidos en el once ideal de la Liga, en tanto otros han cuajado una de sus mejores temporadas.

Sin esa clave, todo lo demás es imposible. Y a un vestuario unido, cooperativista, solidarido, sin incendios que apagar, se le ha unido esa mentalidad que a este Athletic tanta falta le hacía. La que hace a los equipos grandes. La que hace que el Atlético de Simeone deje de ser el clásico `pupas'. Creérselo. A partir de ahí, una calidad innegable en esta plantilla de leones, un trabajo físico sobre la hierba de Lezama, pero también sicológico y personal del propio técnico. Si Marcelo Bielsa y Athletic eran, -y lo fueron, vaya que sí-, un «binomio explosivo» como prometiera Josu Urrutia cuando se presentó a las elecciones, Ernesto Valverde y el Athletic han sido el maridaje perfecto que todo barman querría para su exclusivo cóctel. Un brebaje con el aliñe ideal en un escenario que por nuevo suscitaba lógicas incertidumbres pero que, al revés, resultó ser a falta de Catedral, un Santuario. Porque los leones rojiblancos pronto se aclimataron a su nueva sabana, la de su nuevo e inconcluso estadio, en el que firmaron increíbles remontadas a base de empuje, fe y goles, que les llevó a creerse inexpugnables en el nuevo campo. Y prueba de ello son las únicas tres derrotas caseras en Liga y Copa. Santuario.

El ensamblaje entre entrenador y jugadores ha casado como dos medias naranjas. Se juntaron el hambre por volver a dirigir al club de su vida y las ganas de una plantilla necesitada de oxígeno. Y el aire que insufló Valverde funcionó. El resultado, una cuarta plaza desde la jornada 15º hasta el final, y volver a la máxima competición europea de clubes 16 años después. Y lo que es más importante aun, las sensaciones, el poso que deja un equipo en ciernes, en fase de construcción, por la juventud y proyección que atesoran algunos de sus futbolistas, sin olvidar los que llaman a las puertas.

Pero el técnico tuvo que hacer mucha probeta hasta alcanzar un objetivo que con el paso de las jornadas en lo más alto de la tabla no solo el plantel sino la afición se lo fue creyendo y acariciando. Busque, compare, como diría el anuncio, Valverde probó y probó hasta dar con la receta que quería trazar. Mezcló ingredientes, que si Beñat, que si Herrera, que si Iturraspe, que si Mikel Rico, la medular, este triángulo clave entre los dos pivotes por delante de la defensa y el enganche con la punta le traían de cabeza. En esa cabeza en la que tenía el esquema que quería, pero le costaba dar con las piezas. Agitó, dio minutos, cada partido en el primer tercio de la temporada estaba sujeto al método científico de ensayo y error, hasta que halló la fórmula. ¡Eureka! Para muchos jugadores fue la victoria ante el Barcelona en San Mamés ese punto de inflexión.

Primero, Valverde tenía claro que había que apuntalar el entramado defensivo. No un cambio en la mentalidad ofensiva de protagonizar cada partido, fuera en casa o a domicilio, que Bielsa había inoculado, sino la imperiosa necesidad de cementar agujeros atrás. Y para la jornada 13º, el Athletic ya recibía menos remates incluso que el Real Madrid e Iraizoz ya no era un muñeco de pim, pam, pum, ni para delanteros rivales, ni para socios con derecho a todo. El guardameta navarro se ha reecontrado consigo mismo esta temporada y con la afición que no hace tanto llegara a mofarse de él. La defensa al hombre tan exigente y sonrojante para el jugador era ya historia, los apagafuegos como Iturraspe y Rico filtraban cada ataque rival, y los goles cuasicómicos de temporadas anteriores eran cosa de la videoteca. La hemorragia goleadora había dejado de sangrar.

Las buenas prestaciones atrás de los Gurpegi y Laporte, el poso de Iraola y la creciente aportación de Balenziaga tenían que ver, pero la aportación personal de Valverde fue esa dupla de pivotes con la que no solo enfrentaba los partidos lejos de San Mamés sino también en feudo propio. Y le dio resultados. Inamovibles desde entonces los dos centrocampistas, pilares del resto del colectivo.

El papel de los «revulsivos»

La otra jugada maestra del técnico gasteiztarra fue eso que llamó «revulsivo». El jugador número 12, número 13, que saltaba desde el banquillo para inclinar el partido hacia los intereses rojiblancos. Valverde ideaba los partidos no como un todo, sino en dos tiempos bien diferenciados. Mucha de la culpa de que a falta de buen juego se sumaran muchos puntos en ese titubeante arranque de temporada la tuvieron esos `segundones' que Valverde se guardaba en la manga. Ya fuera Ibai Gómez, ya fuera puntualmente Toquero, fuera Susaeta, De Marcos, incluso Aduriz, el técnico maniobraba aireando su fondo de armario y con óptimos resultados. Jugadores que en esos momentos eran capaces de cambiar la dinámica de los encuentros.

No ha sido el Athletic un equipo que saliera en tromba a los partidos, sobre todo en casa, más bien sus intenciones pasaban por llevar sí el peso del encuentro, pero sin volverse loco, sin perder el sitio atrás ni lanzarse a aventuras, concediendo poco o nada al rival, madurando los duelos, y dotándose, sobre todo, de una fe ciega en sus posibilidades aun con los marcadores en contra.

Ese inicial tránsito hasta dar con las piezas del equipo, sustentado en los puntos ganados gracias en buena medida a esa gestión de los 90 minutos y sus jugadores `revulsivos', terminaron por consolidar al Athletic en los puestos nobles de la tabla, situación privilegiada en la que quizá sintiera algo de vértigo cuando las lesiones aparecieron y por extensión flaqueó el recurso del banquillo. Cuando más se le necesitaba y venía de una racha goleadora, Ibai Gómez dijo adiós anticipado a la temporada, como le ocurriría a Kike Sola, o los problemas físicos arrastrados por jugadores como Muniain, Herrera o Aduriz, o el destierro del esperado y nunca aparecido Beñat.

Si falla uno, acierta otro

Pero el equipo dio otra vuelta de tuerca. Volvió a demostrar su nivel de madurez como grupo e indivual. Emergió Gurpegi, Muniain le fue cogiendo el gusto, Aduriz se enchufó... Iturraspe seguía a lo suyo sin desfallecer, Laporte no se bajaba de su estatua ecuestre, Rico seguía corriendo y corriendo... El último tramo de campaña, Valverde ha exprimido al máximo a sus habituales, aupado en la racha goleadora del ariete donostiarra cuando el resto de `llegadores' no veían puerta y, al revés, cuando a Aduriz se le acabó el `ketchup', aparecieron los goles de Muniain y compañía. Incluso cuando Gurpegi se `rompió', las dudas atrás se borraron de un plumazo en el momento en que San José dio un paso al frente y rayó a buen nivel los últimos dos meses donde el Athletic se jugó todo o nada.

No cabe duda de que, como han reiterado los jugadores, el buen comienzo de Liga fue determinante. Al dubitativo juego en fase experimental le acompañaron por suerte los resultados y eso ayudó a que los futbolistas creyeran. No tuvo que ser difícil para la plantilla fiarse de Valverde; dos años antes, en la primera etapa de Bielsa, el cambio fue más drástico, los marcadores no acompañaban, pero los jugadores tuvieron fe. Un buen comienzo, una plantilla cada vez más madura, de calidad, un vestuario comprometido, una envidiable forma física que les permite extenuar a los rivales, un técnico `de la casa' que ha llegado al lugar adecuado y en el momento preciso...

Días de vino y rosas en el Athletic, aunque deseable que fuera con los pies en la tierra, porque la caída a los infiernos está también muy reciente tras ascender a los altares. El plantel bilbaino se ha convertido de nuevo en un escaparate apetecible. Los cantos de sirena llegaron esta campaña para Herrera, sería bueno que Muniain prolongara su contrato, y no dejan ni dejarán de sonar para el prometedor Laporte. Dice Valverde que quiere seguir contando con el mismo bloque, pero nadie duda de que puede haber cesiones y perfectamente algún alta ante una temporada exigente en tres competiciones y, de nuevo, con el resto de equipos sabiendo ya cómo se las gastan los leones. Lo mejor, que ya falta menos...

Vuelta a Lezama con Laporte en boca de todos

El plantel rojiblanco retorna hoy a Lezama y es que mañana juega en El Malecón de Muskiz ante el Somorrostro. Una prórroga de la temporada con las miradas puestas en las negociaciones con Muniain para prolongar contrato y, sobre todo, los cantos de sirena hacia Laporte desde Barcelona. Un interés que parece de nuevo más mediático y promovido desde la Ciudad Condal que real, pero que sirve para mantener en vilo a los aficionados bilbainos sobre la posibilidad de perder al central francés. No parece factible, pero es lo que tienen las crisis de los grandes del fútbol. J.V.