BELÉN MARTÍNEZ
ANALISTA SOCIAL
AZKEN PUNTUA

Apología institucional del racismo

Si me propusieran adivinar la autoría de exabruptos como: «Hay muy pocos gitanos buenos, (...), no, no, la mierda ya no viene (...), si no la echo yo y ya me encargo yo de que se vayan a base de hostias, claro (...), hay gente buena que quiere pagar su `hipotequita' y `esas cositas', pero hay que hacer una selección mínima (...), ya sé que haremos las cosas un poco mal (...), [la ley] yo la incumplo a diario». Si me ofrecieran escoger entre: Marine Le Pen, Josep Anglada, Silvio Berlusconi y Josu Bergara, seguro que mis posibilidades de acertar el pleno al 15 serían nulas. Ni de coña iba yo a atribuir las declaraciones xenófobas al alcalde de Sestao, por ser -como reconoce el propio Bizkai Buru Batzar- «contrarias a la ideología y pluralidad de apertura» que postula ese partido.

Jactarse de echar «a hostias» al personal parece más propio de un adepto al Ku Klux Klan que de un regidor peneuvista. Por eso mismo, jamás aceptaría las disculpas y explicaciones del alcalde de Camorra City.

Aunque no se considera ni un nazi ni un inquisidor, Bergara me recuerda a aquel tipo de «Arde Mississippi» para el que las siglas en inglés de Asociación Nacional para el Progreso de Gente de Color (NAACP) significan: «Negros, Alimañas, Asnos, Comadrejas y Primates».

Cuando un político normaliza y legitima los vínculos entre racismo, crisis económica y urbana, delincuencia e identidad, está inoculando lo que De Martino denomina «el miedo a la pérdida de la propia presencia». Estos son los ingredientes del racismo popular fascista que avanza en Europa. Tome nota, sr. Urkullu. Indígnese y reaccione. Por encima de los intereses hegemónicos del partido.