Carlos GIL
RECONOCIMIENTO A TANTTAKA TEATRO

Unos Premios Max con mayor carácter social pero menos reivindicativos

Por orden de proclamación,«Tanttaka Teatroa» recibió el primer premio de la noche a la mejor empresa. Juan Diego Botto y su «Un trozo invisible de este mundo», el claro triunfador de la noche con cuatro premios.

Los decimoséptimos premios Max sirvieron para empezar a visualizar la recién creada Academia de las Artes Escénicas, que será la entidad que asumirá a partir de ahora la organización de estos premios que sirven para reclamar un lugar en los medios de comunicación para el teatro y la danza. También fueron los primeros premios que se conceden con otro reglamento y a base de tres jurados, es decir, no se otorgaron como era habitual hasta este año por votación universal, sino limitada a unos especialistas, entre los que me cuento en la fase de selección de los tres candidatos finalistas. Asunto no exento de polémica entre los profesionales.

El premio recibido por Tanttaka por sus producciones «Soinujolearen semea» y «Komunikazioa-inkomunikazioa» encaja perfectamente en una decisión de un jurado que escapa a la tensión de sus competidores, dos empresas de mucha mayor influencia en el ámbito general, circunstancia que destacó Fernando Bernués en sus declaraciones así como que la primera de las obras había sido una coproducción con tres teatros de las capitales vascas, Victoria Eugenia de Donostia, Principal de Gasteiz y Arriaga de Bilbao, y la confluencia con Kukai, en la segunda, una compañía de danza con la que llevan un camino conjunto de investigación.

La ceremonia celebrada en el Circo Price de Madrid con Jimmy Barnatán y su banda como maestro de ceremonia, con números circenses acompañado las pausas y las transiciones, elevando los decibelios de las proclamaciones, resultó un tanto monótona: repetir una veintena de veces los nombres de los tres candidatos es tarea imposible de convertir en algo atractivo. Y creemos que el guion fue muy plano y la dirección escénica muy poco hábil, probablemente más pendiente de su retransmisión televisiva que del propio directo.

Los premiados fueron controlados de manera estricta por el presentador en su tiempo de agradecimiento. Eso provocó ligereza, y quizá, poca actitud reivindicativa. Solo Juan Diego Botto reiteró su discurso de solidaridad con el setenta y cinco por ciento de los actores en paro, y mencionó la situación político-económica general desde una mirada crítica. El resto, leves alusiones, agradecimientos y todos se olvidaron del Ministerio, ya que su titular Wert no estaba presente. Un alivio para todos. Se recordó a los muertos y en este caso de forma expresa a Pere Pinyol, el que fue director de ese propio espacio.

De los premios se puede decir que estuvieron muy diseminados. La concentración en «Un trozo invisible de este mundo» viene a confirmar que los jurados eligieron una obra bien escrita, de un formato de tamaño medio, bien interpretada y con una mensaje de denuncia obvio, claro, artísticamente bien logrado. Autoría revelación, actor, iluminación y mejor espectáculo, completan su vitola de triunfador.

Parece casi imposible evitar que los premios en danza recaigan en una media docena de artista de gran poderío y proyección, en esta ocasión fue Israel Galván, y su «Lo real», o Eva Yerbabuena y su «Ay» los que se llevaron los más importantes. Un espectáculo novísimo, «The funamviolistas» recibió de manera sorpresiva el de revelación, e irrumpió un autor catalán, Pere Riera, que con «Barcelona» recibió el de mejor autor teatral y el de mejor actriz recayó en Emma Vilarasau por la misma obra.

Un caso curioso, Carles Alfaro recibió, junto a Rodolf Sirera el de mejor adaptación por «El extranjero» y a continuación el de mejor dirección por «El lindo don Diego», cuyo vestuario premió a María Araujo. «Forest» recibió dos premios, el de mejor escenografía para Rebecca Ringst y el de mejor composición musical para Maika Makovski.