CARLOS GIL
ANALISTA CULTURAL

De gris

La mediocridad es una bendición de la clase media y la estadística, pero la grisura es un estado del alma, una contraindicación para alcanzar un nivel de efectividad artística más allá de la objeción.

En la ceremonia de entrega de los Premios Max se mencionó varias veces a «los hombres de gris». Cada individuo se podía formar una idea de a quién se refería el estruendoso presentador. Muchos pensaban en los críticos; otros en los gestores culturales; los de más allá, en los funcionarios. Y algunos pensábamos en los propios agentes creativos, todos ellos tan mediocres, tan grises, tan acomodaticios, tan seguidores de la ola oportunista. Los hombres y mujeres de gris que intentan confundirse con el ambiente coyuntural, que nunca se significan en nada, que siempre están a punto para ser cómplices de cualquier actividad que les reporte currículum o dinero. O ambos tesoros.

Ahora que parece que todo se está agitando, que se cuestiona el propio sistema político, cuando la estabilidad del régimen es más débil, es el momento de empezar a cuestionarse el propio sistema de reglamentos, convocatorias, fidelidades, gremios y asociacionismo estéril que ha creado un estamento cultural y artístico plagado de hombres y mujeres de gris. De una suerte de sub-casta de protegidos más allá de la lógica, de circuitos, redes, paniaguados, espabilados y esforzados pretendientes de todos los tronos que no acreditan excesivas luces creativas ni experimentales, sino docilidad a raudales.

La mediocridad es una bendición de la clase media y la estadística, pero la grisura es un estado del alma, una contraindicación para alcanzar un nivel de efectividad artística más allá de la objeción. Instaurar el reinado absolutista de la cultura gris es una condena generacional, un suicidio al que muchos se dirigen con el alegre paso de la subvención nominal sin IVA.