Jaime IGLESIAS MADRID
Elkarrizketa
LORRAINE LÈVY
Zine zuzendaria

«Quise hablar de la violencia a través de las emociones de los personajes, no de sus acciones»

La actriz de teatro, guionista y directora de cine se estrenó en la gran pantalla con «La première fois que j'ai eu 20 ans» para después adaptar el libro de su hermano mayor Marc Lévy «Mes amis, mes amours». Hoy estrena su tercer largometraje, «El hijo del otro», rodado en 2012.

Un análisis de sangre previo a su incorporación al ejército israelí descubre al joven Joseph no ser hijo biológico de sus padres. Este hecho sacude los cimientos familiares que se ven de nuevo golpeados al saber que la causa de todo fue un infortunado intercambio de bebés que aconteció en el hospital donde nació Joseph, y que sus auténticos padres son un matrimonio palestino. Las dos familias se verán obligadas a conocerse y a combatir viejos prejuicios en aras de aceptar una revelación cuyo alcance metafórico le sirve a la cineasta francesa Lorraine Lévy para articular una narración donde apuesta por la tolerancia en el acercamiento «al otro» y deposita sus esperanzas en las generaciones más jóvenes, ávidas por superar las tensiones que les han sido inculcadas respecto a la relación con quienes, sobre el papel, son sus «enemigos potenciales».

¿Cómo fragua la historia que sostiene esta película? ¿Está basada en algún caso real?

La historia no está basada en ningún caso concreto pero digamos que tampoco es una ficción pura, dado que en 1991, durante la primera Guerra del Golfo, en la ciudad de Haifa cayeron varios misiles SCUD que sembraron el caos entre la población; los hospitales fueron evacuados y en medio de aquella agitación se dieron varios casos de bebés que fueron intercambiados. Sobre ese hecho comencé a especular y a preguntarme ¿qué pasaría si ese intercambio hubiera afectado a una familia judía y a otra palestina? ¿Cómo sería el hecho de crecer asumiendo los prejuicios del otro hasta verte convertido en tu propio enemigo? Me interesaba construir una fábula moral que profundizase en el tema de lo aleatorio como condicionante de las relaciones humanas y a partir de ahí mostrar un camino de tolerancia en la comprensión del otro y a la hora de asumir nuestras diferencias.

¿No le dio miedo verse abocada a los tópicos que parecen nutrir cualquier evocación cinematográfica que se viene haciendo sobre el conflicto árabe-israelí?

Sí, de hecho ese era mi principal temor, tanto es así que dudé mucho sobre la conveniencia o no de hacer esta película, porque incurrir en el tópico es un riesgo que no debemos subestimar. Por eso mismo lo que sí deseché fue la idea de hacer una película política como tal, es decir, al estilo Costa-Gavras. Yo no pretendía eso, pero tampoco obviar la violencia que hay en los personajes, solo que me interesaba mostrarla a través de sus emociones, no de sus acciones. Aunque suene paradójico quise rodar una película luminosa que hiciera feliz al espectador.

¿Y ese enfoque no genera el riesgo de que la puedan tachar de frívola?

(Risas). No, de frívola aún no me han acusado pero sí de ingenua y de hacer una película, a decir de algunos, con un punto naif. Pero para mí esas acusaciones lejos de ser una crítica son un cumplido porque ese era precisamente el enfoque que quería darle a mi película, no sé si es el más acertado o no pero sí el que yo pretendía.

¿Hasta qué punto diría que el tema principal de su película es la identidad como concepto sujeto a intangibles cuyo dominio escapa a las capacidades del individuo?

Algo de eso hay, aunque intentar definir un concepto como el de «identidad» es algo que puede dar lugar a lecturas muy profundas, casi filosóficas, cuya trascendencia desvirtúe el alcance de una historia, como la que narra la película, que en sí misma es bastante sencilla. En todo caso esas reflexiones sobre la identidad han estado presentes, en mayor o menor medida, en todos mis largometrajes anteriores, y siempre con la intención de plantearle preguntas al espectador más que de ofrecerle respuestas. Porque, finalmente, ¿qué es la identidad? ¿aquello que somos o aquello que se nos transmite? Es decir, ¿qué peso tiene el legado a la hora de definirnos como personas? Y en otro sentido, ¿aceptamos ser como somos o luchamos por cambiar nuestra naturaleza? Yo creo que todas esas son preguntas que únicamente encuentran respuesta en la experiencia ya que es esta la que nos trae la sabiduría. No en vano siempre se ha dicho que un anciano que muere es como una biblioteca que se quema.

A la hora de transmitir ese legado, y por lo tanto de conformar la propia identidad, las madres poseen un gran peso en su película en lo que tienen también de personajes sensibles, flexibles, frente a la rigidez de los hombres...

Pero ese es un hecho que obedece a razones biológicas. Las mujeres han llevado dentro de sí a sus respectivos hijos, por eso los afectos siempre se expresan de manera más visceral, más a flor de piel... Eso no quiere decir que los padres no sean relevantes a la hora de conformar esa identidad o que únicamente viertan sobre sus hijos rasgos de fortaleza o firmeza. En cualquier caso más allá de esos rasgos de personalidad heredados también tiene mucho peso la herencia cultural que es la que profundiza en nuestras diferencias.

En un momento dado de la película, el personaje de Yassin comenta «yo vivo lejos», como apuntando a que el no vivir el día a día del conflicto le hace carecer de autoridad moral a la hora de juzgar la situación de unos y otros. ¿Son palabras que hace suyas?

Sí, porque cuando no se vive una situación así in situ, resulta difícil dar lecciones a nadie, eso sería pecar de arrogante. A Yassin le ocurre que, en la medida en que se ha alejado de su familia para vivir y estudiar en Francia, siente que le faltan las claves necesarias para entender lo que está aconteciendo en Palestina. A mí me pasa lo mismo y por eso no me interesa juzgar a mis personajes ni tampoco posicionarme en un sentido u otro, pues carezco de las herramientas precisas para hacerlo de una manera objetiva.

Pero solo el hecho de haber vivido allí durante los meses de rodaje, le habrá permitido tomar contacto con la realidad del conflicto y formarse su propia opinión al respecto.

Bueno, haber estado allí durante un tiempo me ha permitido sacar alguna conclusión. En primer lugar que hay mucha gente que no se siente concernida por el conflicto, al contrario de lo que tendemos a pensar desde Europa. Muchos piensan que la situación, pese a resultar insostenible, no tiene visos de enmendarse y por eso aprenden a convivir en un escenario de guerra permanente que desde aquí se antoja inasumible, pero al que buena parte de la población se ha acostumbrado. Pero también he percibido una realidad que me hace mantener cierta esperanza y es la de muchos israelíes, jóvenes en su mayoría, que no se sienten reconocidos en el discurso de sus dirigentes. En Tel Aviv coincidí con varias manifestaciones de judíos que abogan por el acercamiento entre pueblos y que exigían a su gobierno poner fin a la colonización y a esa política de expulsión de palestinos de territorio israelí. La ciudadanía forma un todo bastante más heterogéneo de lo que creemos.

Al margen de ese conocimiento de la realidad social que allí acontece, ¿qué fue lo que más le aportó de rodar en escenarios naturales de Israel y Palestina?

Me gustó mucho la experiencia de rodar con un equipo mixto donde teníamos a judíos, cristianos israelíes, palestinos israelíes... Eso demuestra que juntos y en armonía se pueden hacer las cosas bien. Además, en plan práctico, diré que me vino incluso bien, ya que cada vez que surgía algún problema burocrático con la autoridad pertinente, podía mandar a negociar con ella a aquellos representantes más idóneos para hacerse entender ante los suyos (risas).

«El hijo del otro» aplica el intercambio de hijos al nacer al conflicto palestino-israelí

El mundo del cine está lleno de casualidades, y llama la atención que «Le fils de l'autre» fuera presentada en el Festival de Tokio, donde ganó los premios a la mejor película y mejor dirección para Lorraine Lévy. Luego, el japonés Hirokazu Kore-eda utilizaría la misma idea del intercambio de hijos al nacer y la posterior convivencia de las dos familias afectadas. Lo que cambia con respecto a «De tal padre, tal hijo», ya que Lorraine Lévy aplica el argumento al conflicto palestino-israelí, para que sirva como metáfora del necesario acercamiento entre las dos partes, así como la comprensión de la postura del otro, haciéndolas intercambiables.

Aunque el guion iniciado por Nathalie Saugeon para Lorraine Lévy sea el posible origen de las dos películas, al final resultan muy distintas entre sí. El maestro Kore-eda profundiza mucho más en las relaciones paternofiliales, mientras que las intenciones de «Le fils de l'autre» apuntan en otra dirección. En cuanto metáfora que es, deviene más simplista a la hora del acercamiento de posturas entre palestinos e israelíes. A la guionista y a la realizadora francófonas les honra el reconocimiento de que cuando llegaron a rodar a Israel se dieron cuenta de que lo que habían imaginado distaba mucho de la realidad. Tuvieron que reescribir el guion sobre la marcha, adecuando el rodaje a las circunstancias políticas. Fueron los actores y actrices nativos los que aportaron su verdad, volcando sus propios sentimientos en la vida y problemas de los personajes.

En pleno proceso de casting explotó una bomba en Jerusalén en la parada de autobús que va a los asentamientos, con lo que se cerraron los puestos de control, impidiendo a los actores y actrices árabes acudir a las pruebas. Lorraine Lévy, como francesa judía, se sirve de intérpretes francófonos para los papeles de los padres israelíes, que recaen en Emmanuelle Devos y Pascal Elbé. Consiguen estar tan creíbles como los padres árabes encarnados por Areen Omari y Khalifa Natour. No les van a la zaga los hijos, ambos igual de convincentes. Jules Sitruk y Mehdi Dehbi juegan al máximo con los equívocos de identidad: árabe con aspecto de judío y judío con pinta de árabe. La confusión cala, sin embargo, en las respectivas comunidades, porque les rompe los esquemas diferenciales y les obliga a cuestionar su propia autoafirmación. Mikel INSAUSTI