Alvaro Reizabal
Abogado
JO PUNTUA

Paseo en Rolls Royce

La ceremonia de coronación del Borbón y señora ha dejado imágenes imborrables en nuestras retinas. La primera de ellas, la enésima caída sobre la silla de su emérito padre cuando sus nietas iban a besarle. Esta vez no pudo mantener el equilibrio, embargado por la emoción de que la princesa de Asturias le diera un ósculo, y estuvo a punto de sucumbir e irse al suelo como solo él sabe hacerlo. De haber caído del todo, habría sido la noticia del día: una muestra más de su campechanía al romper el protocolo. Y la crisma.

Alrededor, una colección de carcamales que parecían los mismos que asistieron a la coronación de Juan Carlos, cuando juró solemnemente los Principios del Movimiento.

Para rodar los exteriores, un mar de banderas y banderolas regalo del Ayuntamiento de Madrid o colocadas en los balcones por agentes del Ministerio del Interior o repartidas al personal para que las hiciera flamear al paso de la comitiva real. Impresionante homenaje espontáneo, en el que tomaron parte más de un millón de personas, como antaño lo hacían ante el Caudillo en la plaza de Oriente. En medio, la pareja en un exclusivo Rolls Royce, flanqueados por caballos que, milagrosamente, no echaban una sola boñiga y sobre cuyos lomos cabalgaba una especie de guardia mora. El Rolls parecía el que Hitler regaló a Franco, aunque ahora los expertos en casa real dicen que no, que como el del Führer le gustó, se compró otros tres hechos a mano. Pero, regalo de Hitler o no, era un Rolls de Franco.

El discurso, lleno de simbología. Habló de esa España en la que caben todos el mismo día en que se prohibieron las manifestaciones republicanas y hasta se impedía llevar una chapa con la tricolor. Y luego el guiño a las autonomías díscolas acabando su discurso dando las gracias en catalán, euskera y gallego. Por cierto que algo tan difícil como eskerrik asko lo dijo mal.

Urkullu dijo que asistía al evento por respeto institucional y se colocó junto a Mas, pero, en cambio, los voceros madrileños, lejos de respetar su gesto de no aplaudir, destacaron que en vez de hacerlo se colocó las manos en las gónadas, en un acto en el que el aplauso era obligatorio.

La sencilla ceremonia posterior, ajustada a los tiempos de crisis, consistió en una recepción con besamanos a solo tres mil personas que pasaban de una en una haciendo humillantes genuflexiones ante los anfitriones.

Y acabados los fastos, la carrera alocada para el aforamiento. Dicen que las prisas pueden ser por demandas sobre filiación y, claro, eso, de prosperar, desmontaría el chiringuito. ¿Y si ahora aparece un hijo natural (varón, claro)? ¿ Le harían rey? ¿Y si es analfabeto, dirían también que es el más preparado? Es la grandeza de la monarquía.

Lo único bueno que para el pueblo llano han traído las coronaciones es que, a veces, los nuevos reyes concedían indultos generales. Este no se ha explicado hasta ahora, pero no se por qué me parece a mí que no está por la labor. ¡Ojalá me equivoque!