Algunos políticos deberían ser asesores de guion. Saben de MacGuffins, de giros, de finales inesperados, algo de fontanería... Son lo que se dice el «ultramarinos» de la narrativa político-cinematográfica. Me pregunto qué sentido tiene viajar hasta el Festival de Cannes para ver historias que después te encontrarás, prácticamente clavaditas, en las portadas de los periódicos, tal cuales, cruditas, reales y surrealistas al mismo tiempo. «Relatos Salvajes» de Damián Zsifron es una película creada conjugando distintos relatos independientes, efectivamente salvajes, que se acercan a las emociones, deseos, pensamientos, sucesos cotidianos que todas vivimos. Eso sí, llevados al extremo y enfocados con mirada loca, animal, violenta. Este artefacto hilarante, deliciosamente brutal, alberga en su metraje una historia en la que los ingredientes son: una grave infracción al volante, una huida, un garaje y un padre que protege y oculta los hechos delictivos de su hijo a la Policía. ¿Les suena, verdad? En este caso el progenitor no es ministro de Justicia, sino un empresario acaudalado y, la infracción vial, tiene como resultado la muerte de una persona inocente. Conclusión: «Si bebes no conduzcas», o mejor aún; «haz lo que yo digo pero no lo que yo hago». Relatos salvajes, esos que nos toca vivir aquí sin tener que irnos más allá de Orión en busca de naves ardiendo. «Bombitas» que explotan cuando dejan a nuestros vecinos en la calle, cuando mantienen encarcelada a la prensa o a la oposición política, cuando hacen oídos sordos de nuestros deseos, esperanzas y aspiraciones como seres, como colectivos... El salvajismo emocional y cinematográfico que deriva hacia lo fantástico y terrorífico, hacia lo siniestro del ser humano en «Relatos salvajes» bien podría ser un retrato no deseado de lo que pasa ante nuestras miradas, un fresco real y muy poco ficticio. Relatos salvajes y colinas ardientes silueteadas por ciudadanos con ganas de ser personajes activos.