Han sido seis de los grandes conciertos del Kursaal agotados y una ocupación media del 90%. Que con la que está cayendo se hayan cosechado esas audiencias indica que la Quincena Musical es un festival que sigue vigente y muy sano entre el público, a pesar de la pendiente presupuestaria que viene encarando en los últimos años. Sus gestores se han percatado de que el público es su mayor valor y lo han convertido en principal protagonista de una edición conmemorativa en la que la música ha llegado a más lugares que nunca, con calidad siempre cuidada y en condiciones asequibles para todos. Hay, por supuesto, quien no está de acuerdo con este cambio de rumbo del festival, al que ya no vienen estrellas de la talla de Barenboim o Flórez, habituales hasta no hace tanto tiempo. Defienden estas voces críticas que un festival debe ofrecer siempre lo excepcional, aunque sea a base de reducir drásticamente el número de conciertos. Ideas elitistas que difícilmente pueden encontrar su justificación en este momento y lugar, y contando con un presupuesto que es una fracción minúscula del de otros festivales europeos.

Ha habido, no obstante, grandes conciertos en esta Quincena. El que ofrecieron los English Baroque Soloists y el Coro Monteverdi se cuenta ya entre los inolvidables de los últimos años. «La condenación de Fausto» que inauguró el festival fue magnífica, y la producción de «La Bohème» quizá no fuera perfecta, pero ofreció un nivel muy elevado para esta ciudad que es un eterno quiero-y-no-puedo con respecto a la ópera. Nos hemos topado con recitales excelentes también en los ciclos de Música Antigua y Jóvenes Intérpretes, y en el de órgano, que tiene un tirón sorprendente. Pero si uno ha brillado con luz propia -y, por desgracia, algo ajeno al público- es el de Música Contemporánea, de una calidad sin parangón actualmente en el Estado, que ha deparado un par de veladas transformadoras. En fin, la sensación es bastante generalizada: la Quincena lo ha hecho muy bien en este año clave de su historia.