Antonio Alvarez-Solís
Kazetaria
GAURKOA

Enredo para demócratas bobos

El autor hace una lectura de la Ley Municipal planteada por el Gobierno de Mariano Rajoy y advierte de que PP y PSOE podrían negociar con los «nacionalistas ambiguos de Euskadi y Catalunya un acuerdo previo para trasvasar votos que impidan a Bildu o a Esquerra de Catalunya la posibilidad de alzarse con la alcadía».

Es difícil interpretar las intenciones de fondo que han alumbrado el proyecto de ley sobre la elección de alcaldes que llevará el Partido Popular al Parlamento de Madrid con la intención de conseguir una rica democracia directa. Sin embargo, y a poco que se analice, el proyecto «popular» de hacer alcalde a quien encabece la lista más votada parece un enredo para demócratas bobos.

Cuesta creer que el Sr. Rajoy sienta ahora un punto de comezón asamblearia en la ocupación del poder. Habrá que buscar por otro lado las razones de su empecinamiento en sacar adelante proyecto tan extraño. Según ese proyecto, que el PP declara prioritario en su quehacer legislativo, los «populares» se harán con una cifra muy alta de alcaldías en toda España, pero perderán la mayoría de sus ayuntamientos en Euskadi y Catalunya ¿Rajoy facilitando las cosas al nacionalismo?

Concretamente en Euskadi, Bildu podría ganar treinta alcaldías más. Para los dirigentes de Génova, y ahí empieza el pícaro embrollo, demuestra este riesgo la honesta entrega del PP a la democracia. ¿Puede darse una mayor generosidad política, viene a subrayar la vicepresidenta del gobierno español, Sra. Santamaría? Según la nueva inocencia de los retrofranquistas, estamos a las puertas de un parto propicio a las masas ¡Ahí es nada, elegir alcalde sin que trapicheen los partidos! Y es justamente al llegar aquí donde comienza el enredo para ciudadanos bobos.

¿Qué cálculos ha hecho Madrid para proponer tal ardid político? Ante todo, no hay que olvidar que el Sr. Rajoy es gallego, leguleyo y de derechas. No puede darse peor combinación, como repetiría Petronio. Pero dejemos aparte el fondo del registrador de la propiedad e interroguemos a la razón.

Primer punto.- ¡No es cierto que resulte más democrático elegir alcalde al más votado en las elecciones municipales! Imaginemos que el votado lo es con un treinta por ciento de los sufragios. Parece de libro que frente a él habrá un setenta por ciento de ciudadanos que prefieren a otros candidatos. Ese setenta por ciento, sean del partido que sean, aparte de sus aspiraciones programáticas más o menos distintas, ponen sobre la mesa algo sencillamente aritmético: que no desean al protagonista del treinta por ciento y sí a su propio candidato.

Y dirá el «popular»: «Pero es también cierto que ese setenta por cierto está dividido, quizá atomizado». Sí, claro; pero los del setenta por ciento quizá quieran aliarse para proteger a su pueblo, villa o ciudad del drama de tener un alcalde ampliamente recusado por la ciudadanía. ¿No se admite como normal y útil que los partidos se alíen para sostener un gobierno sin mayoría absoluta? ¿No pasó eso precisamente en Euskadi con el gobierno anterior? ¿No pasó eso con el apoyo al Sr. Aznar para permitirle, además, hacer de España nada menos que un cementerio hipotecario? Si esto es así ¿no cabe que siga imperando tal norma de alianzas en un escalón inferior, como es el municipal? Más aún, dada esa situación reduccionista de hacer alcalde al que encabeza la lista del treinta por ciento ¿no es asimismo razonable que hubiese una segunda vuelta para que los votantes reconsideren su voto dado el resultado de las urnas?

El afán por enriquecer la democracia con nada se demostraría mejor que con la nueva votación. Lo que define a la democracia es el ir y venir, la confrontación, la movilidad de mayorías y minorías. Si se prescinde de todo eso ¿no se abrirá una puerta a la violencia? En política lo que enciende la mecha del desorden es precisamente la inmovilidad de las leyes, de las personas o de las situaciones.

Segundo punto.- Si el alcalde en ejercicio pertenece al treinta por ciento del sufragio, tal como manejamos en la hipótesis ¿qué hacer con una recusación de quienes reúnen el setenta por ciento del voto ciudadano? ¿O también se suprimirá la vieja tradición del voto de confianza, lo que actualmente obliga a la dimisión, que es una gran ocasión de democracia? La cosa empieza a encaminarse hacia una dictadura de hecho, ya que el alcalde debería ser intocable si se aspira a la estabilidad institucional.

Tercer punto.- El criticado cabildeo previo a la constitución de la mesa de gobierno del Ayuntamiento tras las elecciones y en caso de un fraccionamiento partidario, ahora tan frecuente y público, a fin de dirigir el gobierno municipal ¿no será luego un cabildeo preelectoral, con un mayor secretismo y posibilidad de ofertas corruptas para que un candidato de «los nuestros» tenga las máximas posibilidades de gobernar? Y si es así, ¿no se corromperá aún más la democracia que ahora quiere abrillantar el Sr. Rajoy después de tres años de inmoderado autoritarismo? Otra vez parece que Madrid va a poner en servicio la democracia orgánica, incluyendo diputados y concejales del tercio familiar. Y nunca mejor empleada la expresión.

Cuarto punto.- En el fondo de este desbarajuste de posibilidades para hacerse con la alcaldía ¿no figurará la posibilidad de que el Madrid del PP o del PSOE negocie con los nacionalistas ambiguos de Euskadi y Catalunya un acuerdo previo para trasvasar votos que impidan a Bildu o a Esquerra Republicana de Catalunya, por ejemplo, la posibilidad de alzarse con la alcaldía por no poder mantenerse como la lista más votada? En tal caso, al independentismo no solamente le será imposible lograr nuevas alcaldías sino que estará en riesgo de perder algunas de las que posee ¿No habrán hablado de ello el Sr. Rajoy, el Sr. Mas y el Sr. Urkullu en esas herméticas reuniones de la Moncloa, que es la verdadera y más poderosa herriko taberna que conozco?

Quinto punto.- Cuando se barajen de cara a la opinión pública las sólidas y blindadas alcaldías que hayan capturado los mega partidos en el ámbito total del Estado ¿qué valor podrá dársele a un Congreso de los diputados que flotará sobre un inmenso mar de banderas municipales a las que entonces se les atribuirá la verdadera representación del pueblo? El criticado y ancestral caciquismo español habrá alcanzado la cumbre de las taifas obedientes a Madrid. Entonces quizá empiece la guerra más radical contra todo lo que suene a autonomismo y, sobre todo, a nacionalismo real en Catalunya y Euskadi. Más de un Pujol quizá se escurrirá entonces por los anchos ojos de la malla judicial. Será la gran época del reparto de gratitudes por los servicios prestados.

Sexto punto.- Esos alcaldes tan automáticos y ligados a un partido ¿no recibirán un excepcional trato de favor, económico y político por parte de los gobiernos estatal o autonómicos?

Séptimo punto.- ¿Es lógico, por ejemplo, que una lista separada por diez o doce votos de la segunda pueda apropiarse de la totalidad del gobierno municipal, con facultades materialmente absolutas?

Señor Rajoy, usted es un gallego de derechas y esto me hace temer lo peor. Usted aprendió de Manuel Fraga y otros personajes firmemente afincados en la memoria secular de la práctica de un caciquismo por goteo, como son los caciquismos mejor engrasados. Cuando llegue el momento en que ustedes necesiten una demostración popular de apoyo bastará con que miles de alcaldes acudan otra vez a las puertas del Congreso para expresar la confianza del pueblo en los líderes que se acomodan detrás de los leones astrosos y bajo un techo en el que siempre hay que hacer algún revoco para tapar los agujeros que se han hecho con los tiros de reglamento.

Dicen los nuevos líderes socialistas que repudian el proyecto rajoniano sobre el gobierno de los ayuntamientos, pero creo que no tardarán en aceptar el regalo que les hará en cualquier momento un electorado que sufre una permanente crisis bipolar.