Raúl Zibechi
Kazetari uruguaiarra
GAURKOA

Elecciones en Brasil: escuchar la voz de la calle

Brasil afronta el próximo mes de octubre unas elecciones presidenciales cuyo desarrollo ha estado marcado por la muerte, el pasado 13 de agosto, de uno de sus candidatos, Eduardo Campos, del PSB. La entrada en la carrera electoral de su sustituta en esta formación, Marina Silva, ha supuesto, en opinión de Raúl Zibechi, un revulsivo en una campaña en la que hasta entonces todo parecía previsible, y la actual presidenta contaba en las previsiones con una importante ventaja.

Hasta la muerte del candidato del Partido Socialista (PSB), Eduardo Campos, en accidente aéreo el 13 de agosto, la campaña electoral brasileña era previsible y no lograba despertar entusiasmo entre los electores. La presidenta Dilma Rousseff del Partido de los Trabajadores (PT) llevaba amplia ventaja sobre su principal rival, Aécio Neves del Partido de la Socialdemocracia de Brasileña (PSDB), exgobernador de Minas Gerais. Detrás, muy lejos, se situaba Campos, con menos del 10% de las intenciones de voto.

Hasta ese momento, la campaña tenía claras connotaciones tecnocráticas, con tres candidatos que -con algunas diferencias- apostaban al desarrollismo. Siendo los tres economistas, era difícil que conectaran con los sentimientos de la población, más preocupada con las dificultades de la vida cotidiana (el pésimo transporte público urbano, las dificultades para un acceso de calidad a los servicios de salud y educación, entre otros) que por los datos macroeconómicos que entusiasman a los economistas.

Todas las encuestas previas al 13 de agosto mostraban que una parte del electorado, hasta el 25%, votarían nulo o en blanco. En los dos meses anteriores a la muerte de Campos, el instituto Datafolha revelaba dos datos importantes: la caída de Dilma en las intenciones de voto, pequeña pero constante, y que más del 60% rechazaba la obligatoriedad del voto (Datafolha, 12 de mayo y 6 de junio de 2014).

El cambio más importante que experimentó el escenario político-electoral fue que una parte de los brasileños se entusiasmaron con la posibilidad de que algo cambiara. Ese deseo de cambios empata con el «espíritu de junio», por las masivas movilizaciones de junio de 2013, durante la Copa de las Confederaciones. Una reciente encuesta revela que si las elecciones no fueran obligatorias, el 57% no votaría, frente al 42% que sí lo haría. Lo interesante es que en 2010, cuando fue elegida Rousseff, el 55% frente al 44% estaba a favor de acudir a votar. El gran cambio se produjo en los últimos años, siendo junio de 2013 el punto de inflexión. En quince años nunca había existido un rechazo tan amplio a la política electoral.

Lo que no resulta sencillo de explicar es por qué Marina Silva conecta con ese descontento. Lo cierto es que igualó las intenciones de voto de la presidenta y es la favorita para ganar en la segunda vuelta. Una parte de sus votos fugaron de la candidatura de Neves y otra parte, difícil de estimar, provienen de quienes estaban dispuestos a votar nulo o blanco.

Marina Silva nació hace 56 años en Río Branco, en el amazónico estado de Acre. Descendiente de africanos y portugueses, es hija de un seringueiro (recolector de látex) que tuvo once hijos, de los cuales solo ocho sobrevivieron. A los diez años comenzó a trabajar para pagar la deuda de su familia con el patrón. Sufrió de malaria, contaminación por mercurio y leishmaniosis. Trabajó como empleada doméstica, fue analfabeta hasta los 16 años, estudió historia y psicopedagogía.

En 1984 fue vicecoordinadora de la Central Única de Trabajadores (CUT) en su ciudad y se afilió al PT. Fue concejal, diputada, senadora y ministra de Medio Ambiente del gobierno Lula entre 2003 y 2008. En 2010 fue candidata por el Partido Verde cosechando 19 millones de votos, el 19,3%, sin alcanzar la segunda vuelta. Es ambientalista defensora del «capitalismo verde», rechaza el aborto y el casamiento gay, profesa el evangelismo integrando la Asamblea de Dios. Para las elecciones de 2014 no pudo conformar un partido propio, ya que abandonó el PV, y se presentó como candidata a vice del PSB, junto a Campos.

Entre sus propuestas figura la autonomía del Banco Central, o sea la pérdida de soberanía monetaria del país, y la reducción de papel de Petrobras y del Estado, lo que ha provocado algarabía en el sector financiero, al punto que la Bolsa de São Paulo sube cada vez que se difunden encuestas que muestran su posible triunfo. Buena parte del empresariado, de los grandes medios y el sector financiero, apoyan sin reservas a Marina Silva.

Como señala Leonardo Boff, quien trabajó junto a Marina durante años, su triunfo es sinónimo de «mercado libre, reducción de los gastos públicos (menos médicos, menos profesores, menos agentes sociales), fluctuación del dólar y contención de la inflación con eventual alza de los intereses» (Brasil de Fato, 4 de agosto de 2014). En su opinión, tiene un proyecto personal de ser presidenta a toda costa, lo que la lleva a aliarse con la derecha contra el PT.

Sin embargo, todo lo anterior no alcanza para explicar por qué una parte tan considerable del electorado apoya una candidata aliada con semejante programa. En realidad, en ambas candidaturas hay sectores importantes de la derecha neoliberal. Dilma recibió el apoyo explícito de la senadora Katia Abreu, la mayor representante del agronegocio, en tanto el PT ha tejido alianzas muy sólidas con oligarquías locales, como la familia Sarney que gobierna el estado de Maranhão, entre otras. La diferencia es que, para buena parte de los votantes, Marina encarna el cambio, lo nuevo, el anhelo de que las cosas sean distintas.

Bruno Cava, escritor e investigador en el área de la teoría y filosofía del derecho, sostiene que con junio de 2013 se terminó la polarización entre el PT y el PSDB (la socialdemocracia de Fernando Henrique Cardoso), que dominó la política en las dos últimas décadas. Esa polarización modeló las elecciones de 2002, 2006 y 2010, ganadas por Lula las dos primeras y por Dilma la tercera. En su opinión, ya no funciona el criticar a un candidato porque genera incertidumbres o es incompetente. «El voto por Marina se apoya justamente en el hecho de ser rechazada, de generar crisis y mover las certezas», señala Cava (Quadrado de Loucos, 28 de agosto de 2014).

No es que ella represente el «espíritu de junio», ya que no tuvo ninguna relación con las movilizaciones. Es justo al revés: una gran parte de los que quieren cambios se sienten más cercanos a Marina que a las demás candidaturas. Este es el punto clave, que no se resuelve con acusaciones de carácter ideológico.

El sociólogo Adriano Codato da una respuesta que puede ser acertada. «Quien se mantiene fiel al Gobierno son los muy pobres, los que ganan hasta dos salarios mínimos, mujeres negras y mestizas, con baja escolaridad, de regiones menos desarrolladas, los que aún necesitan las políticas sociales». (IHUOnline, 5 de setiembre de 2014). Ese sector representa cerca del 30% del electorado.

A continuación sostiene que el cambio en el apoyo al Gobierno del PT, proviene «de aquel grupo de personas que gana entre dos y cinco salarios mínimos y ascendió socialmente en los diez últimos años. Esas personas están furiosas contra la exasperante ineficiencia de los servicios públicos y privados y apuntan a la cuenta del gobierno los miserables servicios de salud, transporte y la seguridad». Sostiene que además el PT perdió la oportunidad de hacer una «reforma no liberal del Estado brasileño».

A mi modo de ver, Dilma podrá ganar si logra entusiasmar a ese sector de la sociedad, que se benefició de los gobiernos del PT pero que exige, con toda razón, mejores servicios. Si fueran ganados para la candidatura de Marina, la razón no hay que buscarla en el papel de los grandes medios, que hacen su juego, sino en la incapacidad del PT de escuchar la voz de la calle, que lo llevó al gobierno hace ya doce años.