Víctor ESQUIROL
Crítico de cine
BLOG(EROA) | 62 EDICIÓN DE ZINEMALDIA

Cuando no hay futuro... queda la vigilia

Pistoletazo de salida para mis secciones secundarias favoritas. Horizontes Latinos y Nuev@s Director@s empiezan con una de cal octogenaria, a cuenta de Paralluelo, y otra de arena brasileña, contrapunto brindado por Aïnouz.

Esta lo hace en Horizontes Latinos... En una playa brasileña, donde dos motoristas saltan dunas y se zambullen poco después en el Océano Atlántico. A ritmo de rock duro. A todo volumen. ¿Qué puede salir mal en «Praia do Futuro»? Pues casi todo. Karim Aïnouz tira de portentoso estilo visual para hablarnos del amor, las raíces y la búsqueda de la libertad. Todo esto con un sentido de la narración exageradamente fragmentado y elíptico. Al espectador le toca reconstruir el fuera de campo, pero el reto pasa a no interesar antes de que haya terminado el primer acto, y a irritar antes de llegar a la mitad del segundo. Hagan las cuentas para el tercero. Una cosa es dejar respirar a la audiencia, otra muy diferente es abandonarla, muerta de hambre. Aïnouz opta por lo segundo, y así todo se hace desesperantemente impenetrable.

Por suerte, siempre nos quedarán los Nuev@s Director@s. Una vez más, las secciones secundarias exigen muchas comillas a la hora de marcar su status. El protagonista de esta primera jornada alternativa: Hermes Paralluelo, quien en 2011 nos regalara «Yatasto», pequeño diamante en bruto en el que la no-ficción precisaba también de otras muchas comillas.

En «No todo es vigilia» sucede lo mismo, solo que de forma más rotunda. En la superficie, un depuradísimo (hasta goyesco) tratamiento fotográfico; también un muy acertado uso de los recursos narrativos, brindados por una historia reducida a mínimos, pero que ofrece multitud de información, pero sobre todo, de sensaciones. Antonio y Felisa, dos ancianos que llevan 60 años casados, se aferran a los que seguramente vayan a ser los últimos momentos juntos. En un hospital oscuro donde han pasado a ser poco más que un dossier médico interminable; en un su gélido hogar, cargado de memorias... o de lo que queda de ellas.

Personas, personajes y familia se funden a cámara lenta en un todo que deja al desnudo las arrugas de esa etapa final que nos espera a todos. La cámara se mimetiza a la perfección con el objeto de estudio, y Hermes Paralluelo nos transmite el miedo a la soledad y a la muerte, pero también nos sumerge en la reconfortante calidez del amor. Absorbente tanto en lo terrorífico, como en lo desolador, como en lo esperanzador. Porque es mágico, auténtico... y porque consigue que el documental pida a gritos, como si le fuera la vida en ello, ser considerado como la más excelsa de las expresiones cinematográficas. Pocas veces la cotidianidad invernal se ha mostrado tan milagrosa.