Tan ambiciosa como terca, Yolanda Barcina decidió por fin ayer dar un paso atrás -más bien al lado, puesto que mantendrá su acta de parlamentaria, por si tiene que recurrir al aforamiento- y renunció a comandar la plancha electoral del régimen navarro. Se desconoce el argumento o la amenaza que le ha hecho recapacitar y cambiar de postura, algo inusual en ella. Algunos apuntan a trapos sucios, otros sospechan que más pronto que tarde vendrán prebendas metropolitanas, los más consideran que los datos demoscópicos han terminado de convencer a unos y a otros de que el régimen peligra si no cambian de lideresa. Yolanda Barcina es la responsable última del expolio de la CAN, una de las mayores beneficiarias de las irregularidades de esa entidad o de la quiebra de Nafarroa a causa del IVA de Volkswagen, entre otros escándalos. Quienes han entonado el «Barcina Go Home!» en las calles tienen mucho que celebrar hoy.

Como le ocurrió a la «dama de hierro» original, Margaret Thatcher, Barcina se va empujada por los propios ante el impulso de los adversarios. Su soberbia ha sido demasiado incluso para sus mentores, con cálculos perversos y traiciones parricidas incluidas en ese tortuoso trayecto que va desde Corella hasta el Paseo Sarasate.

Evidentemente, la comparación entre la enemiga número uno de los sindicatos británicos y la aliada de los sindicatos españoles en Nafarroa es excesiva. Pero quienes luchan por el cambio político deben estudiar lo sucedido con Thatcher. Los conservadores lograron en un primer momento retener el poder. Y la alternativa posterior, la denominada «tercera vía», solo logró maquillar los logros de la odiada anciana, sin generar ningún cambio estructural, degenerando a medio plazo el sistema político y beneficiando a una elite frente a la mayoría social. En Nafarroa es hora de construir una alternativa fuerte, abierta y popular. Hay opciones, y la prueba más evidente es la renuncia de Barcina. Toca trabajar a destajo, con voluntad de hierro y cintura de goma.