Mikel Zubimendi

La increíble historia de Harry Roberts: 48 años de cárcel y venganza institucionalizada

En medio de la interesada polémica y tras haber pasado 48 años preso, ayer fue liberado Harry Roberts. Un mito para unos, un monstruo para otros, pero ante todo, una persona que ha sufrido una pena en forma de venganza instituciolizada llevada al extremo.

Harry Roberts fue durante un tiempo la persona más famosa de Gran Bretaña. El verano de 1966 Inglaterra había batido a Alemania en la final del Mundial de Fútbol y, semanas después, en unos hechos que supusieron un terremoto en la época, el ataque más letal contra la Policía en más de medio siglo, tres agentes londinenses morían tiroteados a plena luz del día a manos de unos atracadores. Esa misma semana la Policía detenía a dos de los autores y, para detener al tercero, al que había comenzado el tiroteo y abatido a dos de los policías, se montó la mayor caza al hombre que jamás había organizado Scotland Yard.

Roberts había sido soldado británico en la lucha contrainsurgente contra los guerrilleros comunistas de Malasia, en la conocida como la «Campaña Malaya» o a menudo descrita como el «Vietnam de Gran Bretaña». Con experiencia militar y de gatillo fácil, a su regreso de la campaña en Malasia se convirtió en un atracador profesional, en un gángster, y tras el tiroteo con los policías en 1966 se escondió en el bosque de Thorley, en Hertfordshire.

Estaba entrenado para la lucha contrainsurgente y la supervivencia en la selva, construyó un refugio camuflado con ingenio y esquivó durante meses el enorme cerco policial. En este periodo creció su leyenda, los fallidos intentos de las autoridades para detenerlo hicieron de él casi un mito, una especie de héroe con aura de fugitivo.

Finalmente fue detenido el 11 de noviembre de 1966 y, tras ser juzgado -meses después de que se aboliera la pena de muerte por ahorcamiento-, fue condenado a cadena perpetua con un mínimo de cárcel obligatorio de 30 años. En sus primeros veinte años de cárcel intentó fugarse en al menos 12 ocasiones y sus condiciones de encarcelamiento fueron extremas. Fue excarcelado ayer, a sus 78 años, tras haber pasado 48 años (¡se dice fácil!) ininterrumpidos de cárcel. Y salió a la calle entre voces que reclaman abiertamente que debe morir entre rejas o, directamente, que nunca habría sido un «hombre libre» si lo hubieran ahorcado en 1966.

La etiqueta del «Cop killer»

A pesar del deseo de Harry Roberts de deshacerse de la etiqueta de «asesino de policías», su nombre sigue ligado a aquellos hechos. Los hooligans de fútbol cantan su nombre para mofarse de la Policía:«Harry Roberts es nuestro amigo, es nuestro amigo y mata policías... dejadlo libre para que mate alguno más, para que mate muchos más...». Su caso ha inspirado best-sellers como el «He Kills Coppers» de Jake Arnott o canciones como las del grupo de rock Chumbawamba, pero esa mitificación no le ha hecho ningún favor. Al contrario, todas las veces que demandó la libertad condicional se la denegaron y siempre tuvo enfrente a los poderosos sindicatos policiales, a las asociaciones de víctimas y a políticos interesados que explotaron su caso.

En un poco disimulado intento de condicionar el normal funcionamiento de la Junta de Libertad Provisional (Parole Board), en teoría un órgano independiente del sistema penal británico que supervisa y pone las condiciones de liberación de presos, Roberts ha sido víctima de una feroz campaña de sindicatos policiales y prensa sensacionalista que han hecho de su liberación un tema altamente polémico y políticamente dañino para los diferentes ministros de Interior.

Una vez cumplidos los 30 años de condena, a cada petición de libertad condicional le seguía el culebrón, declaraciones de familiares que hablaban de que liberarlo supondría «volver a matarlos», de «repugnancia» y de ser una «invitación a matar más policías». Incluso llegaron a la Junta de Libertad Provisional informaciones «anónimas» -protegidas por la legislación «antiterrorista»- que advertían del supuesto peligro de dejar libre a Roberts, de que este seguía siendo «un diablo perverso» y que, de facto, significaba para sus abogados la imposibilidad de saber de qué se le acusaba y quién lo hacía.

La explotación de etiquetas que deshumanizan a la persona, la repetición de estratagemas jurídicas y el bombardeo del lobby policial y de sus medios de comunicación afines han alargado una excarcelación que, por fin, llegó ayer tras 48 años preso. Hoy Harry Roberts es un anciano de 78 años que, aun siendo libre -pero controlado-, sigue siendo objeto de una campaña abyecta.

¿Cuántos años de cárcel están bien?

Si Roberts hubiera sido detenido en 1965, ciertamente hubiera sido ahorcado. Y se plantea una pregunta: si la pena de muerte y ahorcar a la gente está mal, ¿cuántos años de cárcel están bien? Esta es una pregunta que todavía no ha sido respondida. Y desde luego no puede hacerse bajo el argumento de que sus 48 años de condena han sido fruto de su «falta de arrepentimiento» y de que sigue siendo un «ser diabólico» peligroso para toda la sociedad.

Durante años se ha presentado su caso como como una amenaza para la sicología colectiva de los británicos, se le condenó a ser encerrado para siempre más por lo que se pensaba que representaba que por lo que realmente es. No, Harry Roberts nunca ha sido un diablo ni tampoco un héroe. Hace casi medio siglo cometió unos hechos por los que fue juzgado y condenado, ha pagado con creces y no puede ser ahora vilipendiado azuzándose los instintos más bajos para que se dé forma a un deseo público de «justicia apropiada».

«Roberts es un hombre diabólico y siempre lo ha sido. Deseo que hubiera sido ahorcado», «Este hombre es y fue un criminal, esta situación se pudo haber evitado si lo hubieran ahorcado hace 48 años», «Es un golpe devastador en los dientes de nuestras fuerzas policiales»... la prensa británica venía plagada ayer de titulares de este estilo. La ministra de Interior, la conservadora Theresa May, aprovechaba el día para lanzar a los cuatro vientos una próxima modificación legislativa para asegurar que los «asesinos de policías» mueran en la cárcel. En esta atmósfera salió a la calle, 48 años después, el preso 231191. Y queda claro que para las autoridades actuales -y para ciertos grupos sociales de interés- 48 años no son suficientes.

Para ellos, Roberts no es solo un anciano de 78 años. Queda claro hasta dónde quieren hacer llegar la venganza institucionalizada.