Karlos ZURUTUZA
OFENSIVA DEL ESTADO ISLÁMICO EN IRAK Y EN SIRIA

Kurdos del norte y del sur suman fuerzas por Kirkuk

Al igual que en Kobane, unidades del PKK y peshmergas también combaten hombro con hombro al Estado Islámico (ISIS) en Kirkuk, en una colaboración sin precedentes en la historia de los kurdos.

Aparecieron de un día para otro sobre el horizonte el pasado junio, y siguen siendo claramente visibles desde la carretera que lleva a Bagdad. Hoy, las banderas negras del Estado Islámico delimitan sus lindes en este punto, a 200 km al norte de la capital iraquí. «No hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta»; esa es la letanía, en letras blancas sobre fondo negro, que se repite insistentemente a lo largo de todo el trayecto hacia el sur.

En el lado kurdo de esta frontera en construcción, las excavadoras trabajan sin descanso en Matara, una pequeña localidad a 35 kilómetros al sur de Kirkuk. Cavan las trincheras y levantan los muros de tierra de las posiciones que hoy defiende un soprendente contingente formado por peshmergas del Ejército kurdo de Irak y combatientes del PKK. Combatieron entre ellos en el pasado pero un poderoso enemigo les ha hecho dejar a un lado sus diferencias.

«Cuando vimos que Daesh (acrónimo árabe del Estado Islámico) estaba a las puertas de Kirkuk pensamos que nuestra presencia era necesaria», relata heval («camarada» en kurdo) Agid, comandante de las unidades del PKK en Matara. «La situación era tan grave que la gente aquí también nos pidió que viniéramos», añade el guerrillero desde un pequeño edificio sin terminar, y que hoy sirve de improvisado cuartel general para sus unidades.

Situada a 230 km al norte de la capital iraquí, Kirkuk hunde sus cimientos sobre una de las mayores reservas de petróleo de Oriente Medio. Mientras árabes y kurdos discutían ad eternam sobre quién había de hacerse con el control de la ciudad durante la última década, un nuevo actor apareció en escena. Hoy, Kirkuk ya no es solo el tema más espinoso en las ya complicadas relaciones entre Bagdad y Erbil. Tras la fulgurante caída de Mosul a principios del pasado junio, puede ser la última etapa en el avance yihadista hacia Bagdad.

Se estima en 30.000 el número de combatientes del Estado Islámico. Están altamente motivados y cuentan con armamento moderno robado tanto al Ejército iraquí (armado por EEUU) como al sirio.

Para contener su avance en esta zona, Agid dirige un contingente cuyo número oscila entre 100 y 300, «en función de las necesidades». Estas últimas parecen ser más imperiosas a medida que cae el sol.

«Durante el día podemos estar relativamente tranquilos pero a la noche se reanudan los bombardeos sobre nuestras posiciones y los intentos de atravesar nuestras líneas», explica Agid, que ha pasado 18 de sus 40 años en la guerrilla. Agid recuerda que sus hombres y mujeres cuentan con «amplia experiencia en combate», mientras que los peshmerga no lo han conocido desde antes de la invasión de Irak en 2003.

Rutina militar

El PKK ya había demostrado su capacidad militar en Kurdistán Sur tras derrotar al EI en el distrito de Mahmur y establecer un corredor humanitario que salvó la vida de miles de yezidíes en Sinjar. Si bien la mayor parte de sus efectivos proceden de Turquía, no es el caso de heval Mardin. Este hombre de 32 años no quiere precisar su localidad de origen pero asegura que está en «Bashur» («sur» en kurdo, término utilizado para designar al Kurdistán iraquí). La opción más lógica sería haberse enrolado en el Ejército kurdo. Desde su posición en la primera línea de trincheras, explica sus razones para no hacerlo:

«En el PKK no luchamos por dinero sino por un ideal de justicia para todo nuestro pueblo», explica este guerrillero. Asegura haber recibido entrenamiento en el macizo del Qandil, el bastión del PKK, justo en el lugar donde se tocan las fronteras de Irak, Irán y Turquía.

Beritan monta guardia a escasos 50 metros. Al igual que el líder encarcelado del PKK, esta joven de 23 años es natural de Urfa (Kurdistán Norte). Dice que se unió al movimiento a los 18, y que recibió entrenamiento militar y «clases de ideología» en Qandil. De allí pasaría a la primera línea de combate contra las fuerzas de seguridad turcas en Amanos, en la costa del mar Egeo, hasta replegarse nuevamente a Qandil, tras el anuncio del alto el fuego unilateral decretado por Ocalan, en la primavera de 2013.

«Hoy estamos aquí pero en cualquier momento podemos recibir órdenes de volver a luchar a Turquía», asegura tajante la joven. Las declaraciones de Ocalan el mes pasado, supeditando el alto el fuego al futuro de Kobane, abre la posibilidad a que los combatientes kurdos desplegados hoy en Kirkuk vuelvan a ser movilizados en cualquier momento.

Hasta que llegue el día, seguirán sujetos a la estricta rutina militar que describe Media, una combatiente llegada desde Diyarbakir:

«Nos levantamos a las cinco de la mañana. El desayuno es a las seis y, a partir de ahí, el resto del día depende de las rotaciones en el frente. Cuando no guardamos nuestra posición en la trinchera recibimos entrenamiento, y también se lo ofrecemos a todos aquellos lugareños que se acercan a nosotros para aprender a manejar un arma», explica esta combatiente de 22 años que dice contar ya con cuatro años de experiencia.

La conversación es interrumpida con la llegada de Ahmed Fakardin, Comandante de Brigada de la Policía de Fronteras iraquí. Este kurdo de Suleymania (Kurdistán Sur) confirma a GARA que los peshmerga, la Guardia de Fronteras y el PKK trabajan «en estrecha colaboración».

«Los guerrilleros del PKK hacen que las cosas resulten más fáciles», asegura Fakardin. En cualquier caso, añade, la necesidad de armamento y ataques aéreos sigue siendo enorme.

Tras inspeccionar la posición, el oficial se muestra sorprendido por la gran cantidad de botellas de agua vacías en el fondo de una de las zanjas. Heval Dersim, combatiente del PKK, se encarga de despejar la incógnita: «Si el enemigo intenta acercarse hasta aquí en la oscuridad las acabará pisando y será mas fácil detectar su presencia por el ruido», aclara este guerrillero recién incorporado al casi siempre complicado turno de noche.

Si bien la sintonía entre kurdos del norte y del sur resulta evidente, Jabat Ali, comandante de Policía de Kirkuk tacha la actual coyuntura de «demasiado frágil».

«En Kirkuk hablamos de una red de trincheras de en torno a los 200 kilómetros pero en algunas zonas los terroristas se encuentran a tan solo tres de refinerías y plantas eléctricas», apunta el oficial desde su despacho al norte de Kirkuk.

«Durante los últimos años he insistido en que la única forma de protegernos era construir un muro, pero puede que ya sea demasiado tarde. En este momento, la más pequeña brecha en la línea de defensa puede provocar el caos», acota Ali Ahmed, sin ocultar una sensación de incertidumbre cada vez más extendida a su alrededor.