Oihane LARRETXEA DONOSTIA
Neurozientzietan Doktorea
ZIENTZIA

El movimiento tras un ictus, un pequeño gran avance de milímetros

Reconocido como el Mejor Investigador Joven de Alemania, Ander Ramos (Donostia, 1980) trabaja en el ámbito de la neurociencia. A sus estudios en Ingeniería Industrial y Biomédica se suma la dirección del grupo de investigación en el Instituto de Psicología Médica y Neurobiología Comportamental en la Universidad de Tubinga.

Las secuelas que deja un ictus dependen del grado de la gravedad del infarto cerebral sufrido. Afortunadamente, hay ocasiones en las que la persona se recupera y logra hacer vida normal, aunque esta ha de ser más tranquila y con hábitos más saludables. No obstante, hay veces en que la persona pierde el control del movimiento, la fuerza o la capacidad de coordinación. También puede padecer un trastorno de la sensibilidad, que se manifiesta como hormigueo, sensaciones desagradables o falta de sensibilidad al tacto. En otros casos, la persona sufre una pérdida en la capacidad del lenguaje.

Cuando se dan algunas de estas secuelas, se debe a que una zona del cerebro ha dejado de funcionar, bien porque hay un coágulo de sangre o bien porque ha habido una hemorragia. En cualquier caso, la sangre no irriga todo el cerebro, impidiendo su correcto funcionamiento.

Esta descripción del ictus y sus posibles secuelas nos permite explicar cuál es el campo de estudio e investigación del recientemente premiado Ander Ramos, doctor en Neurociencias y cuyo trabajo en la Universidad de Tubinga, que seguidamente detallaremos, le ha hecho merecedor del premio al Mejor Investigador Joven con Proyección de Alemania. Es la primera vez que este galardón de la Academia de las Ciencias y las Letras se concede a una persona no alemana.

GARA se reunió con él en Donostia durante un viaje relámpago, e imprevisto, a casa que realizó hace unos días. Agradecido por el premio, cuyo mérito comparte con los integrantes de su equipo, comenta que lo importante es que trascienda el porqué del galardón, es decir, que los logros de la investigación se hagan un hueco en los medios de comunicación.

El sistema que han diseñado consiste en una interfaz cerebro-máquina que actúa como puente para que las señales del cerebro lleguen a los músculos de destino. «La persona piensa `me quiero mover' pero la orden no llega. La corteza del cerebro, que es la que manda las indicaciones, está diciendo `mueve el brazo' pero la persona no es capaz de hacerlo», explica.

Por ello, colocan unos electrodos en la parte superior de la cabeza con un casco y gel para que se conecten mejor las señales -como se oberva en la imagen de la siguiente página-. «Cuando la persona quiere moverse, lo detectamos con un algoritmo matemático que descodificamos, para así detectar que quiere moverse. Con un exoesqueleto robótico, le movemos el brazo de la manera en que el cerebro ha ordenado que se mueva. De esta forma cerramos el bucle y conseguimos que esa persona, ella misma, controle los movimientos. Sucede a un nivel muy general, apenas unos milímetros, de forma muy torpe. Pero haciendo esto durante mucho tiempo, a base de acción-reacción, acción-reacción... es como se logra aprender».

Según su explicación, se trata de utilizar las leyes de «acción reacción» de la neuroplasticidad para volver a generar una conexión nueva entre un cerebro y unos músculos que están desconectados: «Volver a construir un puente a base de ejercitar el mismo movimiento».

Preguntado sobre cómo o por qué ocurre, admite que aún no lo saben. «Son conexiones que en algún momento sirvieron para otra cosa y que se vuelven a reutilizar. Nuestra hipótesis apunta a que pasa en algún momento en algún lugar del sistema nervioso central, pero no somos capaces de decir dónde». Los movimientos logrados han sido de pocos milímetros, pero no por ello tienen menor relevancia ya que, como bien resalta este investigador, «hemos dado el paso de la paralización total al movimiento».

También destaca que el resultado ha sido «estable». «Teníamos dos grupos -precisa-, uno donde la actividad estaba controlada y otro en el que el movimiento del robot era aleatorio, donde se le movía el brazo independientemente de que la persona estuviera pensando en moverlo o no. Pues bien, este grupo que no estaba conectado no mejoró. Teníamos a 16 pacientes en cada grupo y hubo diferencias entre ambos».

La investigación, a Donostia

Sobre los siguientes pasos a dar, explica que ahora el trabajo se centrará en decodificar diferentes grados de libertad, es decir, no solo saber si el paciente desea moverse o no, sino también identificar la dirección en la que quiere hacerlo: izquierda, derecha, arriba, abajo...

También quieren dar un paso más en la colocación de los electrodos, pasando de trabajar desde la superficie de la cabeza a hacerlo desde la corteza cerebral. «Investigar desde la piel es como colocar un micrófono fuera de una casa para escuchar lo que dicen dentro. Para oírlo bien, lo más eficaz es meterse dentro y acercarle el micrófono a la boca», compara. Lo que barajan es la posibilidad de hacer «una cirugía mínimamente invasiva y depositar unos electrodos en la corteza cerebral» para registrar las señales «sin tanto ruido».

Sus colaboradores en EEUU ya lo han probado con primates, obteniendo resultados bastante buenos, pero Ramos indica que no le gusta practicar con animales. Esos mismos investigadores también lo han hecho con personas que están totalmente paralizadas. «Nosotros queremos ir un paso mas allá y emplearlo para hacer rehabilitación. Insertar el sistema, rehabilitar a la persona, y después quitárselo», indica.

Como primicia, anuncia que toda esta parte del proceso de investigación la quiere trasladar a su ciudad natal. «Estamos en el proceso de reclutamiento -confirma-. Tenemos permiso para unas cuatro o cinco personas. Buscamos a los candidatos adecuados, con unas características muy concretas, muy complicadas. Queremos demostrar que, si somos capaces de resolver el peor caso, seremos capaces de resolver el resto».

La búsqueda de los pacientes se centra en Euskal Herria -ya están trabajando con el Hospital Donostia- porque su apuesta es trasladar aquí la investigación con la ayuda de Tecnalia, centro con el que colabora y que apostó hace tiempo por la neurociencia. Quienes faltarían por trasladarse a la capital guipuzcoana serían el propio Ramos y las personas que conforman su equipo, entre ellas otras dos ciudadanas vascas.

En caso de que el proyecto diera los resultados esperados, cree que no habría problemas de financiación, algo imprescindible para continuar. Confía en que así sea porque durante la entrevista ensalza una y otra vez el capital humano que hay en nuestro país: médicos, ingenieros, investigadores... «Aquí hay gente brutal. Si unimos nuestras fuerzas, podemos hacer grandes cosas», expresa.

«La motivación y el sentirse parte de un proyecto son fundamentales»

El equipo que trabaja con Ander Ramos en la Universidad de Tubinga es de lo más multicultural. A sus dos compañeras de Donostia y Zarautz se le suman un coreano, un alemán, un iraní y una brasileña. Lo importante, según nos comenta, es «rodearse de los mejores». Incluso, aboga por tener en su equipo a personas mejores, más capaces y mejor preparadas que él, porque esa es la forma de mejorar, de hacer camino. «La ciencia me ha dado mucho, es muy generosa, pero también es agotadora, son muchos sacrificios, muchas horas por amor al arte que nadie te remunera... En fin, un científico sigue porque ama lo que hace y porque nunca deja de aprender, pero las siguientes generaciones tienen que tomar el relevo y dirigir. Para eso hace falta rodearse de personas como las que tengo en el equipo, para que tomen el testigo con garantías. La siguiente generación siempre tiene que ser mejor».

Un elemento fundamental que, a su juicio, falta por contagiar desde los centros e instituciones a los jóvenes es «la motivación y el sentirse parte de algo». Asegura que en EEUU ese aspecto lo trabajan mucho y cita el orgullo que allí sienten de pertenecer a una u otra universidad o a uno u otro laboratorio de investigación. Admite que el galardón recibido en Alemania -que comparte con su equipo- ayuda, al tiempo que lamenta que este tipo de reconocimientos a los jóvenes investigadores no sean habituales aquí. O. L.