Pena de muerte
En 2008, la Corte Suprema de los Estados Unidos determinó que la inyección letal no viola la Octava Enmienda de la Constitución, que prohíbe todo «castigo cruel e inusual». La controversia suscitada por la agonía prolongada ocasionada por las inyecciones letales desencadenó la suspensión temporal del uso de midazolam, previo al cocktail de fármacos mortal. Esto, unido a una crisis de abastecimiento de los preparados mortíferos, ha llevado a algunos estados que aplican la pena capital a plantear el restablecimiento de métodos de ejecución que habían sido abandonados, como la cámara de gas, la silla eléctrica o el pelotón de fusilamiento.
El asesinato legal como alternativa a la muerte civil ejerce un deslumbramiento similar a la fascinación de lo abominable en el viaje al corazón de las tinieblas o a la cárcel del Gólgota. Conrad y Ginsberg en una travesía hacia el último hálito de conciencia. Esnifar nitrógeno puro; un chute colérico de tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro de potasio o fusiles de calibre 0.3 cargados todos con munición real, salvo uno con balas de fogueo, para templar la conciencia de los ejecutores: that is the question.
John Stuart Mill, que en su juventud fue abolicionista, rechazó votar la abolición de la pena capital en el Parlamento aduciendo que esta acarrearía un debilitamiento y afeminamiento del espíritu. Alguien atribuyó su cambio de posición a la influencia de la sufragista Harriet Taylor.
Acepto la acusación de amaneramiento generalizado y una condena sin alegato. «¡Moloch la cárcel sin alma de las tibias cruzadas y el Congreso de las penas!», aúlla el poeta maldito.