Antonio Alvarez-Solís
Periodista
AZKEN PUNTUA

Christine

Tiene unos ojos bellos de animal depredador, un cuello hermosamente largo para anudar con desdén francés un pañuelo carísimo de seda, solo una joya en la lejana solapa, un pelo de atleta juvenilmente blanco, unas manos buidas para el amor y el dinero, un amante distante y una agenda selecta que esconde amistades sospechosas. Con ustedes, Christine Legarde, directora del Fondo Monetario Internacional. Abogada de bufete con leyes propias. Exministra de la derecha en París. Peligrosamente vegetariana. Sesenta años. Acaba de decir para la posteridad: «Hay que retrasar la edad de la jubilación ante el riesgo que la gente viva más de lo esperado». ¡Oh, Christine, como te amo a mis ochenta años! Nadie se atrevió hasta ahora a decirme que sobraba. En mi piel, arrugada como ríos de arena en el desierto, he sentido esas mil secretas erecciones que suceden cuando se compran bonos soberanos. ¡Soy un terrorista de la estabilidad financiera! Un destructor del orden monetario. No cantaré como Alicia Ramos: «Si es por dinero, sin acritú/ ¿no has pensado seriamente en morirte tú?». Muy al contrario pienso, como tu subordinado José Viñals, que «vivir más es bueno, pero conlleva un riesgo financiero importante». ¡Yo soy un riesgo! Por fin soy algo. Podía haber sido el orfebre de tu joya en la solapa o camarero del champaña helado en las noches de tu erotismo contable... Pero soy nada menos que tu riesgo financiero. Es como si hubiera despertado griego, libre, vestido con la fustanela de los ezvones que recuerdan en los cuatrocientos pliegos de su falda la ominosidad de los cuatro siglos turcos. Cristine, soy tu riesgo. El hombre que no puedes olvidar porque, además, pienso vivir otros ochenta años para contemplar el mundo que levanté con mi trabajo.