Ramón SOLA

Presos por partida doble: de la cárcel y del covid

En un momento en que vuelven a imponerse las restricciones en las prisiones, la dinámica SOS Presoak Covid ha reunido en Iruñea tres voces que han padecido directamente, y aún padecen, esta doble reclusión: el joven de Altsasu Jokin Unamuno, un encarcelado en Iruñea y una allegada de presos alejados y encerrados con su hija.

Jokin Unamuno, Carlos e Itxaso, en la mesa redonda. (SOS Presoak Covid)
Jokin Unamuno, Carlos e Itxaso, en la mesa redonda. (SOS Presoak Covid)

Pasó en marzo y empieza a volver a pasar en noviembre, sin propósito de enmienda alguno. Lo sabe en carne propia Jokin Unamuno, uno de los jóvenes de Altsasu, al que la pandemia le pilló recién llegado a Zaballa. También Carlos, entonces encerrado en Iruñea. E Itxaso, que tiene que viajar a Madrid para poder visitar a sus allegados encarcelados.

La mesa redonda convocada por SOS Presoak Covid en Katakrak ha dado voz a estos tres puntos de vista. Iban sobre todo a explicar cómo pasaron el mal trago de primavera, pero el pasado se ha hecho presente de nuevo con las restricciones anunciadas este viernes por Instituciones Penitenciarias: desde este lunes próximo, ni vis a vises ni permisos.

Después de que Libertad Francés (Salhaketa) haya recordado el trabajo de la plataforma SOS Presoak Covid para que se respetaran los derechos de los presos tanto en la escalada como en la desescalada, primero han tomado la palabra quienes lo han padecido dentro.

Jokin Unamuno (Zaballa)

En marzo Unamuno acababa de ser trasladado a Zaballa. No había llegado siquiera el estado de alarma cuando la dirección les anunció el cerrojazo: «La forma de empezar ya fue curiosa, porque incluso se nos dijo que éramos unos privilegiados por estar en la cárcel y tener así más difícil contagiarnos. Cerraron el módulo, no te podías juntar con otros módulos en el polideportivo o en el gimnasio o en la biblioteca, solo podías salir para comunicar. Como la economía hay que mantenerla, eso sí, el trabajo en talleres continuó y ahí la gente se juntaba 8-9 horas».

El efecto sobre las comunicaciones ha sido muy perjudicial: «Al cortarse las visitas, las llamadas se aumentaron pero mucha gente no podía gastarse 40 euros semanales en ellas. Luego anunciaron videollamadas, pero pusieron solo tres móviles para 700 personas; en teoría eran cada dos semanas, pero como no te respondían a las instancias hubo quien no la hizo nunca. Y cuando volvieron las visitas, eran de 30 minutos, no de 40 porque había que desinfectar».

Por cierto, estando en Zaballa Unanumo conoció que en Estremera, la prisión de que procedía, había fallecidos por covid: «No me extrañó, pasé el sarampión allí, una enfermedad contagiosa, y sé cómo me trataron».

En esta situación, tenía toda la lógica sanitaria reclamar una pulsera telemática para no tener que estar saliendo y entrando de Zaballa. Pero ocurrió lo contrario: cuando el virus entró en Zaballa se obligó a los presos a quedarse dentro el fin de semana y la PCR se les hizo allí, en prisión. Al final sí han logrado ese control telemático pero su conclusión es obvia: «Lo más fácil para evitar el covid en las cárceles es que la gente esté en la calle».

Carlos (Iruñea)
Sincero y emotivo ha sido el testimonio de Carlos, entonces preso en la cárcel de Iruñea, desde la que nada más estallar la pandemia estalló la noticia de que «llevábamos ya tres meses sin médico».

¿Qué ocurría entonces cuando alguien enfermaba? «Nos derivaban al centro hospitalario, a menudo en vehículos policiales sin ningún tipo de protección. Claro, un traslado en ambulancia cuesta 600 euros, así que es mejor llevarte en un vehículo policial».

El covid suscitó a los presos «miedo a perder la vida dentro. Tú tienes una condena, la pagas y ya está, pero no hay que perder la conciencia de que somos seres humanos y tenemos necesidades básicas que deben estar cubiertas. Hemos estado muy descubiertos, ha habido mucho miedo, mucho decirse ‘yo no quiero morir aquí dentro’».

El acto lo ha abierto el cantautor Fermin Balentzia y Carlos ha explicado que se ha sentido identificado con la canción de la pastora de Ibardin, «porque no le tiene miedo a la Guardia Civil, le tiene miedo a perder la oveja». Los presos no temían ya a seguir en prisión, sino a fallecer allí.

Junto a ello, con la interrupción de comunicaciones Carlos ha subrayado que «la despersonalización ha sido muy fuerte: dejar de ver a tus seres queridos, amigos, familia… He visto personas sufriendo mucho esa falta de respaldo, aunque sea verlos una vez a la semana entre cristales».

Itxaso (Picassent y Aranjuez)

La tercera voz, igualmente elocuente, ha sido la de Itxaso, allegada de los presos vascos María Lizarraga e Iñigo Gutiérrez, encerrados hoy en Aranjuez (en marzo era en Picassent) junto a su hija Izadi, de año y medio. Itxaso ha entrado en Katakrak justo tras hablar con Lizarraga y «me insiste en que es la temporada más dura con diferencia. Yo también lo siento así: cuando la gente me decía en el confinamiento que estaba como en la cárcel, yo pensaba ‘no’, tú te puedes mover, allí perdieron todo el contacto de un día para otro. La niña dejó de salir a la calle y no ha vuelto todavía».

Aunque parezca que en la cárcel nada se mueve, la vida de Izadi ha cambiado radicalmente por el covid. Desde marzo no ha tenido contacto con el exterior y está en un recinto en que «solo hay cemento, no arena ni hierba, no puede hacer ninguna extraescolar, no tiene ningún estímulo, solo tres cuentos porque no nos dejan meterle más. En la calle una niña ve cosas, oye sonidos, conoce animales, conoce el pueblo en que va a vivir... allí nada de nada».

Y, más que de rebote, el efecto sobre su padre: «A Iñigo se le está haciendo eterno no ver a la niña; tiene contados los minutos que está con ella y no llega a una semana en total en toda su vida –ha contado Itxaso–. Con el machismo que suponen los módulos de madres, dice con razón que es un actor secundario, no tiene potestad para tomar ninguna decisión porque no está allí cuando llega el médico...» Se le suma que el padre de Gutiérrez falleció en abril y el preso todavía no ha podido abrazar a su madre.

¿Y los familiares? «Buff, cada semana es una odisea de abogados, llamadas... dependes de cómo esté tu comunidad, la de destino y también las que están en medio». Una pesadilla que no se llevó la primavera sino que se reproduce en otoño.