Dider Bizet / Agencia ZOOM

Un viaje con los pastores de Mongolia: nómadas contra la globalización

En Mongolia, patria de los últimos nómadas, se esfuerzan para mantener un estilo de vida milenario conectado con la naturaleza, la libertad y la soledad. Para poder hacer frente a la globalización, se han organizado en cooperativas. Esta es su historia.

Nómadas mongoles.
Nómadas mongoles.

Un tabique, la comunidad de vecinos, un canal de televisión, una telenovela, una serie de Netflix... Todo lo sobrevenido por la cultura y sus normas sociales incorpora un sometimiento a nuestra forma de ser primitiva que la sociología describe como «los barrotes invisibles de una cárcel». En Mongolia, sin embargo, se han organizado en cooperativas para hacer frente a la globalización.

No hay país en el planeta con menor densidad de población que Mongolia (solo dos habitantes por kilómetro cuadrado), aunque su superficie sea dos veces la del Estado francés y sus habitantes no superen a los de Euskal Herria (poco más de 3.150.000). Entre 2010-2014, tampoco hubo en el mundo un estado con un PIB que creciera tanto (más del 15%). La antigua patria de Gengis Khan continúa su imparable crecimiento (en 2018, fue el decimoquinto país del mundo que más lo hizo) gracias a una industria suministradora de productos para los dos gigantes vecinos: Rusia y China.

Este territorio, habitado desde hace siglos por pastores nómadas, registra un preocupante desplazamiento de su población hacia la capital, Ulan Bator. En 2001, vivían en la ciudad 828.000 personas, una cifra que casi se ha duplicado desde entonces. Según estadísticas no oficiales de diferentes ONG locales, cada año emigran unas 40.000 personas procedentes de la estepa y el desierto. Ya suman más de 800.000, y la tendencia a la sedentarización se ha agudizado desde 2010.

Precisamente aquel año fue negro para la vida nómada, ya que más de 8,5 millones de animales (en torno al 20% del total del país) murieron durante uno de los inviernos más crudos que se recuerdan. Lo llaman Zud, literalmente “muerte blanca”, y no exageran: 770.000 ganaderos se vieron afectados, de los cuales 165.000 perdieron más de la mitad de sus rebaños.

En la unión está la fuerza

Buzagchaa (30 años) y su esposa, Dorjkand (31) tuvieron suerte y pudieron resistir. Desde aquel dramático año 2010, cuentan con el apoyo de la cooperativa local Ar Arvidjin Delgerekh y de la ONG francesa Vétérinaires Sans Frontières. En la cooperativa, que agrupa a unas 800 familias nómadas, las decisiones se toman de forma asamblearia. Este tipo de organización resulta de gran ayuda para los ganaderos de yak, cuya lana se está revalorizando rápidamente en el mercado mundial porque es más cálida y sostenible. La razón de esto último es que estos animales no arrancan las raíces de los pastos, al contrario de cabras y ovejas, y además, su pelaje es mucho más suave, aislante e inodoro.

Este mamífero bóvido proporciona todo lo que los nómadas necesitan: carne, leche y pieles, una vez muertos. Por esto, en la zona de Arkhangai, en el centro del país, donde viven estas familias, los yaks son casi venerados. Pero no todo son ventajas: la producción es muy baja (300 gramos de lana por animal al año) y la vida en la estepa resulta durísima. El día a día se vive en el núcleo familiar, con padres e hijos que se comunican, muy de vez en cuando, con otras familias gracias al teléfono vía satélite. No hay electricidad ni Internet, solo el sonido del viento feroz que planea sobre todo el país y que muchas veces impide que los aviones aterricen en la capital.

La dura vida de un nómada

Lejos de la imagen idealizada y de postal, el nomadismo es una forma de vida que resulta agotadora. Cada año cambian tres o cuatro veces de campamento, en el que instalan las yurkas (guer, en mongol), y sus jornadas de trabajo son de veinte horas: arriba a las 6.00 para ordeñar a los yaks y las cabras, y dos horas más tarde, es el momento del desayuno con pan con mantequilla de yak u, ocasionalmente, carne, también de yak, con una rebanada de pan frito.

Durante la jornada, siempre hay una yurta que reparar o un vallado o una moto que arreglar. El día termina con la separación de las crías de sus madres para obtener así la mayor cantidad de leche posible a la mañana siguiente. Son las 22.00 horas, el día termina con la cena. No hay grandes diferencias con el desayuno: carne de res, cordero, pollo o yak, servida con fideos caseros mezclados con zanahorias y patatas, que son los únicos vegetales de su dieta. Es raro encontrar fruta a menos que acampen cerca de un pueblo.

Los pastores de Arkhangai trabajan los siete días de la semana y no saben lo que son las vacaciones. Debido al cambio climático, cada año los viajes tienen que ser más largos en su búsqueda de pastos, que están cada vez más alejados. Desde 1940, la temperatura media ha subido 2,4 grados y el desierto de Gobi ha avanzado 150 kilómetros hacia el norte. Según las proyecciones realizadas por el Ministerio de Naturaleza y Medio Ambiente, el futuro no va a ser mejor.

Ante este panorama, algunas familias suelen dejar a sus hijos con sus abuelos. Los nómadas varones se jubilan a los 55 años, mientras que las mujeres lo hacen a los 50, y algunos de estos jubilados se han instalado con sus yurtas en los suburbios de Ulan Bator, donde no viven en buenas condiciones. El cambio de la estepa por el hormigón no les sienta bien a la mayoría de los mongoles, que no saben vivir entre muros. Además, en la capital no se generan trabajos tan rápidamente como para que absorvan a todos los recién llegados. Es un gran problema: los mayores se emborrachan, los niños se dan a la drogas.

Como una manera de evitar este éxodo hacia la capital, se ha generado un nuevo recurso, que es el turismo sostenible. Gracias a los contactos de las cooperativas, los agricultores suelen acoger a los turistas durante dos o tres días y reciben así un dinero que es en su totalidad para ellos. Con el fin de diversificar los ingresos, y sin que dejen de ser fieles a su «cultura del yak», se han promovido otro tipo de actividades como la venta de hilo por parte de las mujeres en invierno.

A pesar del cambio climático y la dureza de sus vidas, los nómadas no pierden la esperanza y están convencidos de que su estilo de vida merece ser preservado para las generaciones futuras. Harán todo lo posible para transmitirla a los niños que también se sienten atraídos por los centros urbanos. Los progenitores incitan a sus vástagos a que reciban una educación, aunque la elección de convertirse o no en ganaderos a menudo sigue siendo decisión de ellos a partir de los 16 años.

 

Un negocio sostenible

Sostenibilidad y calidad, estas son las premisas sobre las que se edifica el credo de estas nuevas generaciones de nómadas cooperativistas. Se está produciendo un surgimiento de marcas comprometidas con los valores del comercio justo que aplican medidas de desarrollo sostenible y un ejemplo de ello sería la submarca de lujo Hand Combed Baby Yak Down, que quiere destacar por la calidad de las fibras que produce y por la garantía de que son confeccionadas por hilanderos locales.

De hecho, la cooperativa Ar Arvidjin Delgerekh se ha convertido en la primera organización exportadora de la marca Hand Combed Baby Yak Down, cuyas cualidades son ahora reconocidas por la industria textil de lujo. Su compromiso con la calidad también implica que se garantiza la salud y el bienestar de los animales, la mejora de las técnicas de peinado y el reforzamiento de las técnicas de control y clasificación del ganado.

Técnicamente competitivas debido a su sostenibilidad y suavidad, las fibras son utilizadas por las empresas de hiladura y tejido de Mongolia y de los mercados a los que se exporta. Su precio ha pasado de los 0,5 euros/kg que valía la fibra de yak en el año 2010 a los 7,8 euros de la actualidad. Es un gran éxito de la economía local y representa una gran esperanza para los casi 1,8 millones de nómadas que quedan en el país.

Con 66 millones de animales domésticos, los nómadas quieren sobre todo preservar su forma de vida cultural y económica. Su apuesta por el cambio de modelo económico y social se ha convertido en una lucha por su propia supervivencia, no solo por las tierras de pastoreo, sino también por el bienestar de los animales y su forma de vida ancestral.