Hacía tiempo que no me asomaba a esta ventana. Qué fácil es ganar el Pulitzer sentado en el sofá. El Balón de Oro, el Oscar, e incluso el Nicanor Zabaleta de arpa, que igual ni existe y me lo estoy inventando. Qué fácil es llenar una columna cuando lo hacen los demás. Hasta un libro podría publicar yo cuando escriben otros. La de cosas «de provecho» que consigo hacer siendo otra persona la que las hace.

Expertos en tomar decisiones cruciales en décimas de segundo. Eso somos. «Tenía que haber pasado», cuando el disparo se pierde junto al banderín de córner. «Tenía que haber chutado», cuando pasan el balón. Nosotros, los que necesitamos diez minutos para decidir entre lomo o escalope en el menú del día. Eso sí, siempre con patatas fritas. Ay, las decisiones. Qué fácil todo. La metemos por la escuadra, siempre.

¿Ojalá un VAR de la vida? Marcar la casilla para estudiar bachillerato por letras, pero revisarlo en la pantalla. «Ummm, no se ve claro, esto no tiene demasiado futuro». Girarse, hacer con las manos el gesto dibujando un recuadro como si fuera la televisión, borrar lo elegido y hacer una equis en la casilla de ciencias.

Y así con todo. Esa novia a la que dejaste. Esa consola que te compraste y acumula polvo. Esas vacaciones de mierda, que si lo sabes te quedas en casa. Que puestos a no salir de viaje, habrá sitios peores que Donostia para veranear, suelo decir yo y creo que con razón.

Quizás ese VAR de la vida no es tan buena idea. Porque pensamos que esa, la que no cogimos, era la decisión buena. La pastilla que molaba, Neo. Que si hubiéramos tirado el penalti por el otro lado lo habríamos metido.

Que si no nos hubiéramos comprado la PS4 habríamos invertido el dinero en algo más provechoso. Más maduro, más «de adulto». Que el escalope estaba mejor que el lomo, esa suela seca como Bardenas después de ocho meses sin llover.

Podría ser peor. Podríamos tener que elegir entre brócoli y acelgas. Que igual alguien lo prefiere, hay gente así. Mira, ya no sé. Lo importante es que siga habiendo patatas fritas.